La ofensiva de Ayuso destruye la estrategia de Casado y siembra de incertidumbre el congreso del PP
Cuando diseñaron su estrategia para llegar a la Moncloa, Pablo Casado y su equipo, capitaneado por Teodoro García Egea, trazaron un itinerario que debía culminar el próximo verano. La idea era convertir el congreso ordinario del PP, previsto para el mes de julio y el vigésimo de su historia, en un gran acto de unidad que sirviese de punto de partida a una previsiblemente larga precampaña de las elecciones generales.
Hace tres años, tras la retirada de Mariano Rajoy, Casado se hizo con las riendas del partido en un congreso extraordinario en el que obtuvo el apoyo de solo el 34,27% de los militantes y apenas el 57.21% de los compromisarios que participaron en la reunión. El nuevo congreso debía concluir, de acuerdo con los planes de sus organizadores, oficiando un cierre de filas. Y con la inmensa mayoría de los militantes y los afiliados aplaudiendo unánimemente el liderazgo de Pablo Casado y su candidatura a la Presidencia del Gobierno.
Para llegar hasta allí, García Egea y los suyos, conscientes de que habían heredado un aparato orgánico que no era el suyo, planificaron una profunda renovación de los cargos del partido a escala provincial y regional. El objetivo era afinar la maquinaria del PP y, al mismo tiempo, reducir al mínimo posible la disidencia interna. Lo consiguieron en la mayoría de los casos, no sin ciertas resistencias en Andalucía, sobre todo en Sevilla, y en Castilla y León. Y renunciando a meter mano en el feudo gallego de Alberto Núñez Feijóo, intocable gracias al inmenso apoyo que obtiene desde hace más de una década en las urnas.
Por el medio decidieron organizar una gran convención política en València en la que ritualizar un rearme ideológico y celebrar una ceremonia con la que empezar a encumbrar a Casado. Y se encontraron con la oportunidad de anticipar las elecciones en Castilla y León y Andalucía para brindar al PP dos grandes victorias con las que tomar impulso camino de la Moncloa.
Las cosas, sin embargo, no están saliendo como estaban previstas. En Castilla y León el PP ha conseguido una victoria pírrica que le ha dejado a los pies de la ultraderecha. Alfonso Fernández Mañueco, el presidente en funciones, tiene ante sí la difícil tarea de convencer al PSOE o a Vox de que le dejen gobernar en minoría o, si no lo consigue, aceptar por primera vez dar entrada en un gobierno de coalición a consejeros “populistas y radicales”, que es como les llamó el martes el propio Pablo Casado.
Si no convence a socialistas y extremistas de derechas, la comunidad tendrá que repetir las elecciones. Y si acepta gobernar con Vox, muchos en el PP temen hipotecar las expectativas electorales del partido en las próximas convocatorias, primero en Andalucía y después en toda España. Sería tanto como demostrar que la estrategia de Casado de reunificar el espacio de centroderecha bajo las siglas del PP ha fracasado y que votar a Vox, para aquellos que dudan entre los dos partidos, es útil porque también da acceso al gobierno.
Con todo, lo que ha terminado por destrozar los planes de Génova ha sido Isabel Díaz Ayuso. El deseo de la presidenta madrileña de hacerse con las riendas del PP de Madrid, y la decisión de Casado de impedirlo por todos los medios a su alcance, incluido poner fin a la carrera política de su antigua amiga convirtiéndola en blanco de sospechas de corrupción ha derivado en una batalla sin precedentes con acusaciones mutuas de la comisión de delitos y una agresividad verbal elevadísima.
Liderazgo en juego
La intensidad de la trifulca ha dejado la pelea del control del PP de Madrid en segundo plano. Lo que está en juego en estos momentos, y en eso coinciden la mayoría de los dirigentes del partido conservador, es el liderazgo mismo del partido porque del pulso entre Casado y Ayuso sólo puede salir un ganador.
La decisión de Casado de atender la petición de los barones, formulada por el presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, de reunirse con Ayuso para intentar reconducir la situación no parece haber dado los frutos que esperaba. El entorno de la presidenta no se da por satisfecho y la figura de Casado del partido ha quedado muy tocada por mucho que ahora esté tratando de recular.
El programa diseñado por Génova pasaba por celebrar, de aquí a julio, los congresos pendientes. En primer lugar, el de Extremadura, la única comunidad pluriprovincial que lo tiene pendiente. José Antonio Monago iba a ser reelegido presidente en enero, pero la convocatoria electoral anticipada en Castilla y León obligó a aplazar la cita.
Después sería el turno de las autonomías uniprovinciales: Asturias, Cantabria, Navarra, La Rioja, Murcia y, sobre todo, Madrid. El congreso regional madrileño iba a ser el último antes del congreso nacional de julio y toda la estrategia de Génova giraba en torno a la necesidad de llegar a esa cita habiendo cegado las aspiraciones de Ayuso de hacerse con el control de la organización en la capital.
No hay noticias de que Génova haya cambiado de planes —fuentes de la organización confirmaron el miércoles por la mañana que el plan seguía en pie—, pero la profundidad de la herida abierta en el seno del partido apenas unas horas después ha sembrado de incertidumbre todo el calendario. Los estatutos del PP permiten a la Junta Directiva Nacional alterar la convocatoria del Congreso ordinario y retrasarlo un máximo de 12 meses, pero sólo “en supuestos de coincidencia con procesos electorales”. Nadie previó una circunstancia tan fuera de lo común como la que vive el partido estos días.
Antes de esa fecha sólo puede convocarse en formato extraordinario. En ese caso, los estatutos establecen que tiene que hacerlo la Junta Directiva por mayoría de dos tercios. Sólo si se alegan motivos de “excepcional urgencia” podría celebrarse en el plazo de un mes.
Si la disputa entre Casado y Ayuso deriva en la necesidad de un congreso, nadie cree en el PP que el partido esté en condiciones de prolongar la batalla hasta julio, lo que abriría la puerta a una convocatoria extraordinaria. Feijóo, avisó este viernes a Pablo Casado de que esa será su única salida si no consigue tender puentes con Ayuso y desactiva la crisis más grave de la historia del partido. “Yo espero que no necesitemos llegar a un congreso para solucionar un problema. Porque si no, vamos a un congreso sin solucionar los problemas”, razonó en una entrevista concedida a Esradio.
Con él estarían gran parte de los barones, conscientes de que es el dirigente en activo con más autoridad moral del partido. De hecho, este sábado ya eran varias las voces, especialmente de la derecha mediática, que le piden que dé un paso al frente para encabezar una rebelión contra Casado que sólo puede conducir a un relevo en la presidencia en el marco de un congreso extraordinario.
Feijóo ha sido el único barón del PP que ha dado un paso para intervenir, de momento de palabra, en el enfrentamiento entre Casado y Ayuso. Fernando López Miras, presidente de Murcia, se limitó a hacer gala de su afinidad con Casado y con su mano derecha, Teodoro García Egea, que además es el hombre fuerte del partido en su región. Alfonso Fernández Mañueco, el presidente en funciones de Castilla y León, está inmerso en sus propios problemas y apenas tiene margen para entrar en el conflicto desatado entre Casado y Ayuso. Y Juanma Moreno, a pocos meses de unas elecciones autonómicas en las que no puede permitirse un PP debilitado, se limitó a ponerse de perfil y proclamar la necesidad de “unidad, unidad y unidad”. La batalla interna, y menos a la escala en que se está produciendo, es lo último que necesita en vísperas de una campaña en la que su principal reto será contener el crecimiento de Vox.
La actitud de Feijóo
La actitud proactiva de Feijóo, en cualquier caso, no ha pasado desapercibida para nadie. En vez de quedarse al margen, como sus compañeros, fue él quien propuso a Casado que se reuniese con Ayuso y, a solas, resolviesen sus diferencias, insinuando de paso que el origen del problema son el secretario general, Teodoro García Egea, y el director de comunicación de la presidenta madrileña, Miguel Ángel Rodríguez, una opinión que muchos comparten dentro del PP.
Feijóo era hace tres años y medio el favorito para hacerse con las riendas de Génova pero decidió dar un paso atrás por sorpresa y casi en el último momento, lo que dejó el camino despejado al enfrentamiento entre Soraya Sáenz de Santamaría, Pablo Casado y María Dolores de Cospedal. Hoy los sectores más moderados del partido —y una parte de los que no lo son— piensan en él como recambio para el caso de que tanto Casado como Ayuso se aniquilen mutuamente en las próximas semanas. O para después de las elecciones generales si el partido fracasa por tercera vez en el intento de desbancar a Pedro Sánchez de la Moncloa. Algunos quieren que dé el paso ya, con un respaldo unánime de los barones que está por ver si consigue.
Llegado el caso, ¿se pondrá a disposición? Feijóo siempre ha sido ambiguo sobre la firmeza de su decisión de seguir en Galicia. Quienes le conocen sospechan que sí, siempre y cuando todos los sectores del partido se pusieran de acuerdo para pedirle que acudiese al rescate de la organización. No si tiene que dar una batalla a varias bandas.
La guerra total entre Casado y Ayuso tendrá además consecuencias en los vasos comunicantes a través de los cuales se mueven los votos entre el PP y Vox, según los analistas consultados por infoLibre, porque la presidenta de Madrid es una referencia para los electores más radicalizados del partido y para los votantes de la formación de Santiago Abascal.
La guerra total entre Casado y Ayuso amenaza con romper al PP en pleno auge de Vox
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Si gana Casado y consigue acabar con la carrera política de Ayuso, aseguran, es previsible que el PP pierda más votos en favor de su rival. Por el contrario, si Ayuso llevara su enfrentamiento hasta el final y fuese capaz de desplazar a Casado en el liderazgo del partido, sería Vox quien sufriría las consecuencias de la previsible radicalización del partido fundado por Manuel Fraga.
Si la pelea entre Casado y Ayuso debe resolverse en un congreso, las reglas serían las mismas que en 2018 llevaron al primero a la presidencia del partido. Los candidatos se tendrían que someter a una campaña de primarias en la que votan todos los afiliados, en torno a 60.000 personas.
Para ganar en primera vuelta hace falta obtener más del 50% de los votos, una diferencia igual o superior a 15 puntos sobre el resto de precandidatos y ser el más votado en la mitad de las circunscripciones. Si ninguno de ellos cumple estas tres condiciones, los dos aspirantes más votados quedarían a expensas de los que decidieran los 3.000 compromisarios que serían elegidos para el congreso, lo que abre nuevos escenarios si, como sucedió en 2018, en la primera vuelta participan más de dos candidatos.