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"Queremos lo mejor para nuestros hijos": tres familias explican dos modelos opuestos para educar a niños con necesidades especiales

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Cuando la ley Celaá todavía era un mero proyecto sin aprobar, ya estaba dando que hablar. Y ya estaba siendo objeto de protestas en las calles. Por varios motivos. Uno de ellos era el cambio con respecto a la educación especial. Desde la derecha política se ha alimentado el bulo de que las escuelas orientadas a este tipo de enseñanza cerrarán en diez años gracias a la ministra de Educación, Isabel Celaá. Sin embargo, la ley dice otra cosa. Bastante diferente, además. La referencia a estas escuelas, que aparece en la disposición adicional cuarta de la normativa recién aprobada por el Congreso de los Diputados, indica que "el Gobierno, en colaboración con las Administraciones educativas, desarrollará un plan para que, en el plazo de diez años, [...] los centros ordinarios cuenten con los recursos necesarios para poder atender en las mejores condiciones al alumnado con discapacidad. Las Administraciones educativas continuarán prestando el apoyo necesario a los centros de educación especial". La convivencia entre ambos modelos, por tanto, continuará.

Sin embargo, hay una pregunta inevitable: ¿es uno mejor que el otro? La respuesta no es nada fácil. De hecho, puede que ni siquiera exista. Esta depende de la familia que la responda y, también, de su pequeño o pequeña. Argumentos para escoger una u otra opción hay muchos. infoLibre ha hablado con tres familias que lo saben bien: la de Paco Bescós, la de Pilar Martínez y la de Carolina Fernández Bustillo. Todos, desde su experiencia personal, aportan razones y argumentos a un debate que va más allá del terreno político. Y que tiene por objetivo buscar, dicen todos, "lo mejor" para sus hijos.

"Mucho tendrían que cambiar las cosas para llevar a mi hija a un cole ordinario"

Paco tiene una pequeña de 5 años: Paulina. Al nacer tuvo una asfixia perinatal y por eso ahora sufre un tipo de parálisis cerebral y un grado de discapacidad del 68%. Está afectada sobre todo en el terreno motriz, más que en el cognitivo. Pero "tiene muchísimo potencial", según les han asegurado los expertos a Paco y a su mujer. "Nos han dicho que con la correcta atención puede llegar bastante lejos", dice, desde el otro lado del teléfono. Así que la buscaron. Y dieron con el centro Bobath, en Madrid, la ciudad en la que viven.

Fue una decisión muy meditada. Tal y como explica Paco, dentro de su "mala fortuna" pudieron tener la ventaja de saber qué consecuencias podría tener lo que le había ocurrido a Paulina "desde el minuto uno". "Así que durante sus tres primeros años estuvimos valorando qué iba a ser mejor para ella rodeados de muy buenos profesionales, que nos recomendaron de manera unánime optar por un centro de educación especial", recuerda. Así llegaron al Bobath, una escuela "especializada sobre todo en trastornos relacionados con parálisis cerebrales y similares".

Paulina, hija de Paco Bescós, practicando pictografía.

No se arrepienten, aunque sí dudaron. "Al principio consideramos la educación integrada en algún centro ordinario que nos comentaron que tenían conocimiento y experiencia en la integración de alumnos con problemas motores", explica. Pero al final cambiaron de opinión. "Y después del tiempo que llevamos ahí, cada día que pasa es una prueba de que no cometimos ningún error", celebra.

"Ha habido muchos avances", dice. El periodo de confinamiento fue la confirmación. Cuando la llegada de la pandemia obligó a cerrar la escuela, Paulina pasó demasiado tiempo sin sus rutinas, sin sus compañeros, sin "estar rodeada de ese espacio seguro" que era su colegio. Eso le provocó estar demasiado "irascible e irregular". Hasta que volvió en el mes de septiembre. "Fue cuando comenzamos a verla muchísimo mejor", dice.

La explicación que encuentra es que se trata de un centro donde hay todo tipo de profesionales especializados en niños como Paulina que, además, trabajan basándose en "sinergias". "Nosotros somos sus padres y sabemos lo que queramos saber, pero ellos van diez pueblos por delante de nosotros", dice. Pone un ejemplo: "Para mí no es lo mismo si hubiera optado por llevar a mi hija a un centro ordinario de integración en el que estuviera con el resto de compañeros y donde dedicaran dos o tres días a la semana a su discapacidad que haberlo hecho por un centro en el que está continuamente rodeada de todos los especialistas que necesita. Allí están continuamente trabajando para adaptar todo a extraer de ella el máximo potencial", indica. Sin ir más lejos, le han enseñado un lenguaje pictográfico para que se comunique que manejan todos y cada uno de los trabajadores del centro. Así, todos se entienden con ella y ella se entiende con todos de la forma adecuada.  

Por eso de momento no se plantean trasladarla a una escuela ordinaria. "Mucho tendrían que cambiar las cosas para que no me pareciera una pérdida de tiempo", admite. "Ojalá", añade. Porque afirma que "la inclusión tiene ventajas", aunque Paulina tienes unas necesidades que no cubriría. "Si la llevo a esta escuela es porque creo que tengo un reto en la vida que es llenar la vida de nuestra hija de sentido, de felicidad, de independencia. Y hasta donde alcance su potencial", concluye. La mejor manera de alcanzar ese objetivo, dice, es en su escuela. 

"Agotaría todas las posibilidades antes de acudir a una escuela especial"

El caso de Pilar es muy diferente. Su hijo Rafa, que ahora tiene 27 años, estudió hasta los 16 en un colegio ordinario de integración —es decir, con atención a los pequeños con alguna necesidad especial—. Y tampoco se arrepiente.

Pilar conoció a Rafa con 5 años. Es adoptado y hasta entonces había crecido en un orfanato. Por eso, creyó Pilar en un principio, tenía algún problema con el lenguaje. "Todas las carencias que veíamos las atribuíamos a toda la ausencia de estimulación y de privación ambiental que había vivido", recuerda. Así que cuando llegó a la familia de Pilar, Rafa comenzó a estudiar en un colegio ordinario de València, donde repitió 2º de Infantil por esas dificultades.

Pero no se iban. Pasaba un curso y otro y seguían allí. Así descubrieron que era un niño con necesidades especiales. 

Rafa pasó entonces a estudiar en un colegio igualmente ordinario, pero de integración. Allí "estaban más sensibilizados", recuerda Pilar.

Y, al igual que Paco, tampoco se arrepiente de esa decisión. "La experiencia fue positiva, pero es verdad que influyó que era un cole de integración con un profesorado muy sensibilizado que creía firmemente en la integración", recuerda. La única pega: había que estar continuamente coordinándose y comunicándose con ese profesorado. "Si no, las cosas no funcionan. Hay que estar muy, muy encima", señala. 

Aun así, sostiene que "siempre" llevaría a su hijo "a una escuela ordinaria". "Y agotaría todas las posibilidades antes de acudir a la educación especial", asegura. Los motivos también los tiene claros. Según argumenta, un niño siempre, en cualquier caso, "tiene que aprender a vivir en el mundo real". Piensa, en este sentido, que "es mucho más rico para él poder convivir y compartir con niños con muy diversas necesidades". "Hay que aprender a convivir con todo el mundo", insiste. 

Y por eso también es positivo para los niños que van a las escuelas ordinarias compartir espacio con quienes tienen necesidades especiales. Sostiene que eso cada vez es más común. Y que ha provocado un cambio. Y bastante positivo. "Yo veo que ha habido un cambio en los jóvenes que han convivido con otras personas con algún tipo de necesidad especial", indica. Lo nota, por ejemplo, cuando acude a comprar acompañada de Rafa. "A veces es él quien intenta pagar y a nadie le resulta extraño, le hablan con respeto, hay paciencia... Eso es una riqueza y un valor que la sociedad debería tener en cuenta", afirma. 

Se muestra, al final de la conversación telefónica que mantiene con este diario, contenta con los cambios que la ley Celaá ha introducido respecto a este modelo de educación. "Yo no puedo más que celebrar que se apueste por dotar a la escuela de los recursos necesarios para atender bien a todos los alumnos", dice. "¿Qué puede tener eso de negativo? No entiendo el debate, las escuelas de educación especial, además, seguirán abiertas", indica. 

"Creo que puede haber maneras distintas de lograr la inclusión"

Carolina Fernández Bustillo es quizás el ejemplo perfecto de que la convivencia entre ambos modelos de educación es posible. Tiene dos hijos con necesidades especiales a los que ha dado una respuesta educativa muy diferente: uno estudia en un colegio ordinario; el otro, en uno especial. La decisión fue consensuada y, sobre todo, avalada "por los profesionales", explica desde el otro lado del teléfono. No tiene ninguna preferencia, ni por una opción ni por otra. Ha sido lo adecuado, sostiene. "Queremos que se atienda de la mejor manera posible a cada persona en particular y en cada caso hay que escoger el modelo que se ajuste, porque ambos buscan la inclusión", dice. "Tanto los padres que tenemos hijos en la ordinaria como los que tenemos hijos en la especial perseguimos que nuestros hijos sean autónomos, capaces de integrarse en la sociedad y que se desarrollen al máximo como personas", defiende. 

Las dos experiencias son positivas. Y es que, dice, cada una se adapta a cada pequeño. "Tenemos un hijo que pensamos que era perfectamente capaz de encajar en el centro ordinario y en el que creímos que el entorno le iba a permitir desarrollarse académica y emocionalmente de manera positiva. Sin embargo, nos pareció que nuestro otro hijo iba a tener más complicado disponer de las herramientas que necesita en un cole ordinario", recuerda. "Por eso estuvimos de acuerdo en que era mejor para él estar en un cole especial", añade. 

No es nada negativo. "Cada persona tiene una talla de zapatos, aunque todas permiten caminar. Yo, por más que me esfuerce, no voy a pasar de medir 1,65 a medir 2 metros. Por eso cada entorno y cada contexto tiene que dar respuesta a una serie de cuestiones particulares que en cada niño se dan de manera diferente", explica. Y todas están orientadas a encontrar esa inclusión. "Creo que lo mejor es que haya diversidad de opciones para que se pueda dar respuesta a la complejidad del colectivo, porque no tiene nada que ver una discapacidad con otra. Persiguiendo el objetivo de la inclusión, creemos que puede haber maneras distintas de lograrlo", dice. 

Por eso teme, ella sí, que las escuelas de educación especial cierren algún día. "Todos los padres queremos que nuestros hijos vayan a colegios ordinarios, pero tu hijo necesita lo que necesita. Defendemos que la educación de las personas con discapacidad en las escuelas ordinarias se mejore, se apoye y se dote de más recursos, pero nunca a costa de vaciar las escuelas de educación especial", defiende. "Hay que tener en cuenta el bien superior de cada menor. No siempre la opción más inclusiva es la más recomendable", sentencia. 

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La ONU pide un "sistema de educación inclusivo a todos los niveles"

Las instituciones también han intentado pronunciarse en este debate. La Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de Naciones Unidas perfila un "sistema de educación inclusivo a todos los niveles", sin discriminación y en base a la igualdad de oportunidades. Y eso, en el caso español, no siempre ha estado presente. La ONU ha observado "segregación y exclusión" respecto a los alumnos con necesidades especiales por no cumplir con lo dispuesto en la convención internacional.

Hace tres años, el Tribunal Supremo estableció asimismo que los estudiantes con necesidades especiales debían formar parte del sistema educativo ordinario

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