energía
Ribera aguanta el pulso de la derecha: las nucleares se cerrarán antes de 2036 pese a la crisis del gas
No está planteado, no se va a estudiar, no se baraja, no hay dudas: no habrá prórroga. Las centrales nucleares en funcionamiento en España se cerrarán entre 2027 y 2036, según el plan acordado en 2019 entre el Ministerio para la Transición Ecológica, liderado por Teresa Ribera, y las principales eléctricas propietarias. A pesar del ruido, de las acusaciones de sectarismo y de una dependencia del gas que ha pasado de incómoda a vergonzante. "En la actualidad es precipitado plantear una modificación del calendario", confirman fuentes del Gobierno, que insisten en que "no hay cambios".
¿Por qué iba a haber cambios? Porque España quema gas para generar electricidad, además del uso destinado a la calefacción mediante calderas y a los procesos industriales. Y el Gobierno prevé, de cara a 2030, mantener su potencia de centrales de ciclo combinado, que son, además, las que marcan el altísimo precio de estos meses en el mercado mayorista de la luz. Las centrales nucleares, además de no emitir CO2, no dependen de un combustible en máximos y epicentro de una disputa geopolítica de resolución incierta.
Suena bien: el riesgo de accidente nuclear se ha reducido mucho en las últimas décadas, aunque nunca es sinónimo de cero. Y la generación eléctrica libre de emisiones de gases de efecto invernadero es valorable en un contexto de emergencia climática; más aún cuando no depende de un sol y un viento intermitentes por naturaleza. Son algunos de los argumentos que ha utilizado la derecha durante las últimas semanas para lamentar el cierre, a pesar de que no sea una decisión dependiente únicamente de Ribera en un mercado energético liberalizado.
Ciudadanos ha sido uno de los partidos más activos en defensa de la energía nuclear en los últimos meses. "El sectarismo del Gobierno evita ampliar la vida útil de las centrales nucleares y hacer uso de una energía limpia", declaró hace unas semanas el portavoz de la formación naranja, Edmundo Bal. En la frase hay dos medias verdades. Bal ignora dos matices que explican el calendario de clausura, a pesar de las bondades de la tecnología. El primero: a pesar de que se insista desde la derecha, el cierre no fue impuesto por el Ejecutivo, sino negociado.
A las eléctricas se les dio la opción de hacer las reformas necesarias para seguir en la actividad, explican fuentes de Transición Ecológica: "En aquel momento se les consultó sobre sus posibles planes para invertir en un nuevo ciclo y sobre el modo en que se podía sustituir la generación nuclear. En España la prioridad inversora son las renovables y se acordó por unanimidad con todos los propietarios que se iniciara el proceso de cierre en 2027".
Es cierto que los propietarios no son taxativos con respecto a la clausura. Pero solo están dispuestos a cambiar sus planes si hay un contexto favorable a sus intereses: es decir, hablando en plata, si el Gobierno les baja los impuestos y les libera de cargas, a pesar de que el diseño del mercado eléctrico fomenta que reciban "beneficios caídos del cielo". Ya lo decía el presidente de Endesa, José Bogas, en 2020: "Ese es el plan, pero desde nuestra reflexión y lealtad, creemos que bajo ciertas circunstancias económicas y de seguridad esas centrales tendrían sentido que alargasen su vida y se puede hacer".
A través de organizaciones nucleares en las que participan, como Foro Nuclear o la Sociedad Nuclear Española (SNE), las eléctricas siguen presionando, con los mismos argumentos. La segunda ha reclamado recientemente "la revisión del calendario de cierre de las centrales nucleares españolas para alargar su operación", pero no a cambio de nada, claro: con "un sistema fiscal justo". De hecho, las compañías han amenazado con todo lo contrario, con cerrar las instalaciones antes de tiempo si sale adelante la ley para recortar los ingresos que obtienen por unas subastas de CO2 a las que no acuden, porque no emiten.
A las empresas eléctricas no les sale rentable la nuclear. Quieren que el Gobierno les facilite que sea rentable. Pero no van a pelear a cambio de nada por las instalaciones para salvar el planeta.
La segunda parte de la frase de Bal también es discutible: "Una energía limpia". El 7º Plan General de Residuos Radioactivos, actualmente en trámite de información pública, prevé siete almacenes temporales para el combustible gastado, muy peligroso, durante al menos seis décadas hasta la construcción de un "almacén geológico profundo" que almacenará los restos durante miles de años a una profundidad de entre 500 metros y un kilómetro. El coste del desmantelamiento de las centrales y la gestión de los residuos asciende a 26.500 millones de euros.
No es una energía "limpia" en su totalidad. Tampoco es barata. No solo por su desmantelamiento, también por su construcción. La central de Hinkley Point, en Reino Unido, acumula 8.000 millones de sobrecostes. Su funcionamiento no es tan caro: no es la tecnología que más costes declara en la subasta mayorista, está muy por debajo del gas. Pero las centrales que quisieran operar más allá de lo que marca su ciclo de vida tendrían que invertir en reformas para garantizar la seguridad del complejo, y eso no sale tan a cuenta. Santa María de Garoña cerró, en parte, por esas obligaciones fijadas por el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN), no por "sectarismo".
Ciudadanos, las organizaciones nucleares y los defensores en redes de esta tecnología obvian, en cualquier caso, una desventaja de la energía nuclear que no se suele mencionar en los debates; y que no tiene que ver con la peligrosidad, los residuos o los costes. Tiene que ver con la flexibilidad. Plantean a la nuclear como "respaldo" de las energías renovables, para aportar electricidad cuando no sopla el viento y no luce el sol. Pedro Fresco, experto en energía y director de Transición Energética de la Generalitat Valenciana, explica por qué no es tan fácil.
"El discurso parece verosímil y es complejo explicar" que las nucleares tienen dificultades para servir de respaldo a las renovables, explica. Las centrales necesitan funcionar el máximo tiempo posible: en primer lugar, para amortizar cuanto antes la alta inversión, y en segundo lugar, porque pueden tardar hasta dos días en volver a funcionar si se paran. "Así como funcionan en España", asegura Fresco; las de última generación logran reducir esa espera, pero siguen lejos de los minutos que necesita una central térmica o hidroeléctrica para arrancar.
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Así, la nuclear no puede responder con tiempo en el escenario en el que la eólica y la fotovoltaica, las tecnologías líderes de la potencia eléctrica española, dejan de producir de repente, porque cae el sol o porque se para el viento. Gas e hidroeléctrica suelen salir al rescate. En Francia, con casi 60 centrales nucleares, el sistema está más orientado a este respaldo: "Han creado un sistema en el que ciertas centrales pueden subir y bajar potencia". Aun así, explica Fresco, le cuesta.
El vecino galo cuenta con unos 10.000 MW de potencia fotovoltaica que se apaga súbitamente; y la nuclear, calcula, puede cubrir 6.000 MW de ellos de noche; el resto es cuestión de gas y de hidroeléctrica. "Es una cuestión de ingeniería. Cuando Francia no tenga 10.000 sino 100.000 MW solares, cuando tenga que responder varias veces más rápido, la capacidad nuclear no va a llegar". La alternativa es mantener a las instalaciones funcionando las 24 horas del día, salvo paradas técnicas. "Pero en ese caso, cuando tienes mucho sol y mucho viento, qué haces, ¿paras las renovables y desperdicias esa energía mientras consumes uranio? Es un sinsentido, un antióptimo".
En Europa, el consenso está lejos. Pero más allá de la potencia nuclear gala, hay movimientos a favor de la nuclear en otros países. Bélgica ha prolongado una década la vida útil de dos reactores de los siete que tiene. En Finlandia, el Partido Verde ha cambiado su histórica posición en contra de la nuclear,: ahora está a favor. En Alemania se lo han pensado, aunque contrariamente a lo que dijo Bal, mantienen su calendario de cierre de las centrales. El Gobierno español no ha dudado ni un solo momento. La revolución renovable será respaldada, defiende el Gobierno, por tecnologías de almacenamiento, por el incipiente hidrógeno verde... y por gas, a corto y medio plazo.