En Barcelona ya no se secuestran autobuses, pero siguen las luchas populares por los servicios públicos

Archivo - Fachada de un edificio de viviendas en Barcelona.

“Estamos otra vez peleando para que pongan un autobús que han quitado. Después de tantos años seguimos luchando para que el transporte llegue a Roquetes”, se queja Amparo Iturriaga, presidenta de la Asociación de Vecinos de este barrio de montaña en el extremo noreste de Barcelona. Aquí los vecinos también secuestraron autobuses como modo de protesta en los años 70, igual que en el barrio de Torre Baró, donde se ambienta la aclamada película El 47, que estos días se puede ver en el cine.

Los movimientos vecinales de la capital catalana han cambiado mucho desde la Transición, pero bajo la postal turística de Barcelona sigue latiendo un rico universo de luchas populares. “Han surgido nuevas formas de organización que a menudo están centradas en temas más específicos”, explica João França, antropólogo experto en movimientos sociales y autor de Habitar la trinchera (Ed. Octaedro), sobre la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). Iturriaga coincide en que los movimientos cada vez están más especializados. “Los temas generales del barrio, que llevaba la asociación de vecinos, no deben de estar de moda, nos hemos vuelto más individualistas”, señala.

Los años setenta son el momento de gloria del movimiento vecinal. Tiene una fuerza y una representatividad muy grande que viene de la lucha durante el final de la dictadura”, relata el historiador Marc Andreu, autor de Barrios, vecinos y democracia (Ed. L’Avenç). Después vino la elección de los primeros ayuntamientos democráticos en 1979 y la “cooptación” de parte de esos movimientos por los nuevos consistorios, que “copian las plataformas reivindicativas de los movimientos vecinales” y hasta cierto punto las hacen realidad, al menos en satisfacer necesidades básicas de los barrios periféricos, como asfaltar las calles, construir alcantarillas y servicios como el agua. Se produce entonces “una cierta desmovilización. Una parte de los cuadros forjados en el movimiento vecinal se hacen concejales”, explica Andreu, que destaca el papel de los partidos de izquierdas y sindicatos en el movimiento vecinal de los 70.

La relación con las organizaciones políticas y sindicales ha cambiado mucho en los movimientos barceloneses. “La gente es más reacia al papel que puedan jugar los partidos en los movimientos”, coincide França, que señala razones históricas: “Las organizaciones sienten que hubo una delegación de la lucha en los partidos [en los años 80] y eso debilitó a los movimientos”. “Las banderas nos han separado”, lamenta Iturriaga.

Las asociaciones de vecinos ya no son tan numerosas y en su mayoría están envejecidas, pero el barrio sigue siendo el principal espacio de movilización para muchos vecinos. “Muchos tienen su propio sindicato o asamblea de vivienda. El barrio sigue siendo un ámbito importante, por la proximidad, conocimiento, gente que no se iría a la otra punta de la ciudad para una asamblea, también por motivos económicos”, explica França. En Roquetes, la asociación de vecinos trabaja con otros colectivos en temas relacionados con la calidad de vida en el barrio, desde los recortes de personal en el centro de salud hasta la reparación de los ascensores y escaleras mecánicas –“hay mucha gente mayor en estos barrios y muchas cuestas”, señala Iturriaga.

Migración y protesta social

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La película de Marcel Barrena muestra el protagonismo que las familias migradas de otras zonas de España tuvieron en la construcción de barrios como Roquetes. “Los vecinos construyeron el alcantarillado los domingos, el único día que tenían libre”, recuerda Iturriaga. “A la que venía uno y lograba condiciones un poco mejores que en el pueblo de origen, se avisaba y venían por contactos familiares, sin perder las raíces”, relata Marc Andreu. “Una vez aquí la gente se integraba y configuraban esa catalanidad”. El historiador destaca el papel del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC) y Comisiones Obreras: “al ir de la mano el elemento nacional [catalán] y de clase, se crea un marco en el que [los migrantes] son sujetos activos de la construcción del país”.

Hoy Barcelona tiene un 25% de población de nacionalidad extranjera y eso se refleja en los movimientos sociales. “En el movimiento de vivienda vemos mucha presencia migrante, pero las reivindicaciones antirracistas no están en los discursos como un tema central”, analiza França. Quizá por eso “vemos cada vez más colectivos antirracistas no mixtos. El movimiento de la ILP Regularización Ya, impulsado por los propios colectivos migrantes, ha conseguido llegar al Congreso con 700.000 firmas”, destaca el antropólogo. En la asociación de vecinos de Roquetes, la población de origen extranjero está muy presente como usuaria de programas sociales, pero “les cuesta más participar en espacios de toma de decisión”, reconoce Iturriaga, “están trabajando un montón de horas fuera de casa, tienen niños”.

Tanto França como Iturriaga destacan la importancia de la lucha por la vivienda, uno de los temas que más ha movilizado en Barcelona en los últimos años. Sin embargo, el antropólogo defiende la necesidad de superar las luchas sociales centradas en una cuestión específica: “los procesos de transformación profunda necesitan entender las reivindicaciones de forma amplia”. Preguntada por qué le gustaría para el futuro de la asociación de vecinos de Roquetes, su presidenta lo tiene claro: “Volver a tener esa visión global que se tenía, que peleáramos por todo, no solo por cosas concretas”. 

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