La basílica de La Macarena no era este lunes un ejemplo de solemnidad. El templo era a mediodía un bullicioso ir y venir de turistas y locales, donde los selfis se imponían a las plegarias. Como ocurre a veces en las aulas de Primaria, la suma de pequeñas conversaciones en voz baja acababa por generar un ruido impropio de un edificio religioso. Un responsable de la hermandad se hartó e hizo el papel de profesor que pone orden: "Vamos a disfrutar de la virgen, ¡pero en silencio, joé!". Y se hizo de súbito un relativo silencio que se fue disipando conforme nuevos visitantes sustituían a los que iban saliendo.
A lo largo de más de media hora, sólo cuatro personas curiosearon en la capilla del Cristo de la Salvación, donde reposan desde 1951 los restos de Gonzalo de Queipo de Llano, el general que impuso el terror en Andalucía tras el golpe del 36. La inmensa mayoría le prestaba nula atención. El protagonismo allí dentro es de la virgen, no de Queipo, aunque a nivel político este lunes haya marcado un hito en un proceso que podría terminar con la exhumación de los restos del principal ejecutor de la brutal escabechina franquista en el sur de España.
"Aquí la mayoría ni sabíamos que estaba aquí, nos hemos enterado cuando ha habido manifestaciones y ya los políticos se han puesto con este tema como si no hubiera más problemas y como si los macarenos fuéramos franquistas. No está enterrado ahí como franquista, que yo sepa está como hermano mayor", justifica Antonia Santos, de 49 años, ama de casa que trabajó un tiempo como telefonista y ahora está retirada por una invalidez. La mujer hace un gesto de irritación ante la pregunta sobre la carta enviada a la hermandad para que saque del templo al general que llamaba a violar rojas. "Lo he oído, sí. A la hermandad no le hace falta que le manden ninguna carta porque la hermandad sabe muy bien lo que tiene que hacer, que para eso esta es su basílica", dice.
Santos asegura que no se opone a la exhumación, porque ni tiene "nada a favor de Queipo" ni ignora que "hay gente que tiene sus razones" para reclamar que repose en otro lugar. Además, afirma, sus restos "deben estar con su familia, como es normal". Pero eso, añade, es algo que "deben decidir los hermanos, no los políticos cuando a ellos les parece". Lo que le molesta –dice– es lo que ve como una intromisión del Gobierno y un señalamiento a la hermandad, no la exhumación en sí. El periodista le dice que la hermandad no ha llegado a exhumar por propia iniciativa los restos de quien es desde 1939 "hermano mayor honorario", motivo por el que interviene el Gobierno. Responde: "Bueno, ya sacaron a Franco. ¿Hay menos franquistas ahora? ¡Hay más!".
Voces en la basílica
Precisamente este lunes, el día en que la Hermandad de La Macarena ha recibido la carta del Gobierno reclamándole la exhumación de los restos de Queipo "a la mayor brevedad" en cumplimiento de la nueva Ley de Memoria Democrática, no puede decirse que la presencia del general en la basílica estuviera revestida de una excesiva dignidad. Unos bancos colocados encima de las tumbas por motivos logísticos –el domingo hubo una procesión– tapaban las lápidas y hacían difícil leer la inscripción de la polémica: "Aquí reposa en la paz del señor D. Gonzalo Queipo de Llano y Sierra. Hermano Mayor Honorario. 5 febrero 1875–9 marzo 1951". A su lado está enterrada su difunta esposa, "la excelentísima señora Dña. Genoveva Martí Tovar de Queipo de Llano". También la tapaba un banco. Pero la experiencia dice que no es eso lo que explica la indiferencia de la mayoría hacia las dos tumbas. Otros días, con el terreno despejado y el nombre de Queipo bien visible, ocurre igual.
Cualquier idea preconcebida de lo que es un ambiente de basílica no vale para nada. Entran y salen hombres y mujeres de todas las edades y aspectos. Un chaval lleno de tatuajes y con cascos inalámbricos pasa olímpicamente de hablar con el periodista. Un gallego que peina canas y no logra encontrar a su esposa dice que sólo ha venido a Sevilla a ver a la virgen porque una vez anterior le pidió que le tocara la lotería ¡y le tocó! Un anciano con pinta de tener prisa se limita a decir: "Que lo saquen, o que lo dejen, pero que no mareen más la perdiz porque la hermandad no se lo merece". Más dispuesto a la conversación reposada está Abraham Álvarez, un sevillano de 43 años que acompaña a unos amigos italianos en una jornada turística. "Que lo saquen", dice. "Por fin una ley lo ampara. Fuera de aquí ya. Que esté con su familia. Porque para su familia es un familiar. Para el resto, un tirano".
Un miembro de la hermandad, que prefiere no dar su nombre, se acerca al periodista para decirle que está totalmente a favor a la exhumación –"¿qué pinta ahí un hombre que ha hecho lo que ha hecho?"–, pero añade: "Aquí el problema es que hay mucha gente, y yo no me considero entre ellos, que cree que se le está faltando al respeto a la hermandad al darle órdenes. No se paran a pensar en Queipo y el daño que hizo, piensan que se está atacando a la hermandad, y los hay que piensan así siendo de derechas o de izquierdas".
La posición de la hermandad
Ese punto de orgullo macareno forma parte de la ecuación. Porque la Real, Ilustre y Fervorosa Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestra Señora del Santo Rosario, Nuestro Padre Jesús de la Sentencia y María Santísima de la Esperanza Macarena de Sevilla es, en sí misma, una institución potente y poderosa, que suma más de 16.500 hermanos, según un portavoz de la misma, y en la que no gusta aparecer en el punto de mira ni actuar por imposición política.
Paqui Maqueda, histórica del movimiento memorialista sevillano, cree que la hermandad se lo ha buscado. "Ha actuado patéticamente, de espaldas a las víctimas, sin sensibilidad ninguna. Ahora se ve acorralada y se mueve porque no tiene más remedio, pero la imagen que ha ofrecido es lamentable", afirma Maqueda, que cree que la hermandad pretende hacer olvidar que ha ejercido una "resistencia tremenda" al cumplimiento de la ley andaluza de 2017. Aquella norma, aprobada sin votos en contra –PP y Cs se abstuvieron–, introdujo un artículo que parecía diseñado sacar a Queipo: "Cuando los elementos contrarios a la memoria democrática estén colocados en edificios de carácter privado con proyección a un espacio o uso público, las personas propietarias de los mismos deberán retirarlos o eliminarlos". ¿Por qué no ha salido, entonces? La norma aún tiene pendiente el desarrollo normativo.
En cualquier caso, la hermandad se muestra decidida a la exhumación. Este lunes la emitió un comunicado agradeciendo la carta dirigida por el secretario de Estado de Memoria Democrática, Fernando Martínez, y recalcando que están trabajando para sacar de allí a Queipo. "La hermandad trabaja en la ejecución de aquello que la nueva le establece [...]. En su afán por cumplir escrupulosamente la ley la hermandad ya había realizado determinadas acciones para tal fin", señala el comunicado. El hermano mayor, Fernando Cabrero, afirma que el escrito del Gobierno "no hace más que reforzar" la voluntad de la hermandad de exhumar a Queipo, por lo que ha respondido a su carta y hablado por teléfono con el secretario de Estado. Es decir, la hermandad recalca que no es el Gobierno el que la está forzando a actuar, sino que ya tenía previsto hacerlo. Son mensajes que apuntan claramente a una conclusión: la hermandad, administrando sus tiempos, va a exhumar a Queipo. Además, el Gobierno, el Ayuntamiento y la Junta coinciden en que la ley se va a cumplir, lo cual no deja a la hermandad demasiado espacio para la demora. Es decir, que Queipo va a salir lo da por hecho todo el mundo. Las preguntas que quedan por resolver son cuándo y cómo. Una posibilidad es que los restos acaben en un columbario de la hermandad
Será relevante la posición de la familia Queipo ante el escenario que ahora se abre. infoLibre contactó este lunes con la Fundación Queipo de Llano y obtuvo por toda respuesta: "No comentamos nada sobre ese tema". En 2020 un nieto del general, actuando en calidad de portavoz de la familia, declaró La Razón que "se hará lo que decida la familia", sin confirmar la opción del columbario. Paqui Maqueda, del movimiento memorialista, afirma que todos los pasos deben darse "con transparencia" y no de forma "clandestina".
Un camarero jubilado contra la "hipocresía"
Miguel Téllez, de 73 años, cree que cuanto antes salga Queipo, mejor. Sentado a la sombra fuera de la basílica pero dentro del recinto del templo, observa a través de unas gafas de sol el trasiego de visitantes. Se crió en la calle Torneo, cerca de La Macarena, y aunque ahora vive en otra zona, Pino Montano, se siente del barrio y le gusta pasear y sentir la vida de la calle. ¿Qué opina de la exhumación? "Yo he vivido la época de miedo y de necesidad [del franquismo]. Eso no se puede defender", responde. Conoce lo básico de la controversia, no la letra pequeña. Pero sí le suena –para mal– Queipo. Y le parece "raro" que esté enterrado en un lugar sagrado. "Hay mucha hipocresía en esta ciudad", dice, en referencia parte de la Sevilla católica. "Mis siete hermanos son cofrades, yo no. Pero tampoco soy ateo. Yo creo que hay algo ahí arriba, pero, ¿aquí? Aquí no", dice señalando a la basílica con un golpe de cabeza. Sevilla, reflexiona, es una ciudad "rara con sus cosas, demasiado suya". "Su Semana Santa, sus vírgenes, su feria, su Betis, su Sevilla...", recita.
Ver másLa fosa común de Blas Infante pulveriza todas las previsiones con 1.300 víctimas exhumadas
Respeta a los que creen que Queipo no debe exhumarse –"el respeto es lo primero"–, pero cree que es una postura "inconsciente", de "no pararse a pensar". Téllez no personaliza su rechazo en Queipo, sino en el franquismo en su conjunto. "En esta ciudad se ha tratado fatal a mucha gente durante muchos años. Eso no se nos puede olvidar. Vamos, a mí no se me ha olvidado", dice, antes de deslizarse por un largo anecdotario de sus años de camarero, en que llegó a servir "al rey y a Felipe González".
Sevilla y la memoria
Está claro que Téllez, que de piernas reconoce que va justo tras la caminata, va sobrado de memoria. Un tema, la memoria, peliagudo en Sevilla. El horror de la represión alcanzó en la ciudad cotas brutales. El propio Blas Infante, considerado hoy padre de la patria andaluza, está probablemente en uno de los ocho enterramientos colectivos que el Ayuntamiento intenta ahora delimitar y excavar. Ese es el contraste: Blas Infante en una fosa común, Queipo de Llano en una basílica. Los cálculos historiográficos apuntan a que hay restos de 14.000 sevillanos en fosas comunes, aunque hay fusilados, muertos de hambre, pobres a los que se enterraba gratuitamente... En una sola fosa, Pico Reja, ya han aparecido más de 1.500 víctimas de la represión, que fue atroz en buena parte de Andalucía. La propia Junta ha contabilizado oficialmente 708 fosas comunes con más de 45.566 víctimas. El principal responsable de esa represión fue Queipo, de cuya crueldad dan testimonio obras como La justicia de Queipo (Crítica, 2005), del historiador Francisco Espinosa, con prólogo de Paul Preston. Conocidas eran sus incendiarias proclamas radiofónicas llamando a matar rojos y a violar a sus mujeres.
Pues bien, la tumba de este hombre está en un punto perfectamente accesible, nada más entrar a la izquierda, de uno de los lugares más populares y emblemáticos de la ciudad, frecuentado por infinidad de vecinos y turistas. La hermandad cuantifica las visitas al templo en torno al millón al año. Y, aunque la mayoría no reparen en la presencia de Queipo, ahí está. Lo paradójico es que al salir de la basílica, a unos pasos a mano derecha, se topa uno con la muralla de la Macarena, antiguo límite de la ciudad, donde es sencillo identificar decenas de agujeros de bala, recordatorios de los allí fusilados durante años por orden de Queipo, al que sus fieles llamaban "virrey de Andalucía" y otros, entre dientes, "carnicero de Sevilla". Eso casi ningún turista lo sabe.
La basílica de La Macarena no era este lunes un ejemplo de solemnidad. El templo era a mediodía un bullicioso ir y venir de turistas y locales, donde los selfis se imponían a las plegarias. Como ocurre a veces en las aulas de Primaria, la suma de pequeñas conversaciones en voz baja acababa por generar un ruido impropio de un edificio religioso. Un responsable de la hermandad se hartó e hizo el papel de profesor que pone orden: "Vamos a disfrutar de la virgen, ¡pero en silencio, joé!". Y se hizo de súbito un relativo silencio que se fue disipando conforme nuevos visitantes sustituían a los que iban saliendo.