Margarita del Val: "La culpa solo la tiene el virus"

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Antes de que el virus cambiara nuestra vida, Margarita del Val (Madrid, 1959) tomaba chocolate y debatía sobre la ciencia con un grupo de interesados. Antes de que el virus cambiara el abrazo por las teleconferencias y la proximidad por la distancia, esta inmunóloga y viróloga seguía empeñada en vigilar el azote de las epidemias que pasaban desapercibidas —como sucedió con la gripe de 2009— con cantos de sirenas desde el CSIC. Ahora es una mujer que sale en los informativos de noticias y que, a veces, no tiene tiempo para comer con tanto teletrabajo. Se le ha encomendado la dirección de la plataforma del CSIC que reúne a 200 grupos de investigación sobre la pandemia. En este nuevo escenario, Del Val se desvive para explicar que la ciencia estuvo siempre ahí para salvar a la humanidad y que la culpa de todo la tiene el virus, solamente el virus, y que nada de esto se nos olvide. 

Pregunta. Parece mentira, pero el covid-19 ha sido la mejor manera para acercar el mensaje científico a los ciudadanos.

Respuesta. Sí, es una oportunidad para intensificarlo, porque hay mucha más demanda de información. Sin embargo, demanda siempre la ha habido: nosotros, [el colectivo] Ciencia con Chocolate, ya lo llevamos haciendo desde 2012 en forma de charlas de divulgación científica para jóvenes y el público en general en todo tipo de escenarios, siempre con mucha cercanía con la gente y muy abiertos a sus preguntas. Y con gran acogida. Incluso muchas noticias sobre ciencia de los periódicos siempre se sitúan entre las más leídas. Ahora lo que pasa es que la ciencia interesa también a quien quiere salvar su vida, o volver a su vida anterior, pero dar certezas con la ciencia siempre resulta difícil. 

P. Forma parte del método: hay que verificar mucho antes de llegar a conclusiones científicas…

R. Dentro de tres años habrá fundamentos que contradigan lo que estamos diciendo ahora. Los científicos vivimos con la incerteza y con la crítica. Alguien te puede decir que has olvidado mencionar ciertos factores y eso cambia por completo la explicación.

P. ¿No cree que la pandemia ha pillado un poco en fuera de juego a la comunidad científica, más incluso que a las propias instituciones políticas?

R. La investigación en España está en una situación precaria y, sin embargo, hemos reaccionado con una importante reorientación de nuestros objetivos actuales de investigación para hacer frente al coronavirus. En concreto, en el CSIC hemos coordinado en muy poco tiempo las iniciativas de más de 200 grupos y financiado la investigación de unos 60, gracias a fondos públicos y, sobre todo, a donaciones privadas. Si se refiere a anticipar la situación, a mí sí me sorprendió que a una parte de la comunidad científica especializada le costara percibir que la situación en China iba a ser semejante aquí. En cualquier caso, se trata de una situación inédita para todo el planeta y para todos los estamentos. Nadie estaba preparado, así que todos estamos intentando hacerlo lo mejor posible, aunque no hay normas sobre cómo hacerlo.

P. ¿Molesta que los políticos se metan a científicos dando versiones que no son las más adecuadas?

R. Hay muchos estamentos en juego: administraciones locales, regionales, gubernamentales y, a veces, se contradicen unos a otros. Pero, insisto, se trata de algo inédito y no hay unas normas sobre lo que conviene hacer, solo hacerlo lo mejor posible. No tenemos ni idea sobre cuánto tiempo hay que seguir adoptando medidas, al contrario de lo que piensa mucha gente. No sabemos cuál va a ser el escenario ni podemos formular pronósticos inciertos, la pandemia es impredecible. Lo que más me sorprende de todo es que la gente no conoce el significado de la palabra contagioso, porque contagioso equivale a incontrolable.

P. En este momento hay una gran ansiedad entre los investigadores y se echa de menos que se hable con una voz más universal. ¿No se está dando una imagen negativa, de dispersión, de intereses poco claros?

R. No hay ansiedad. La investigación suele ser así, creativa gracias a que es individualista, pero productiva gracias también a que es muy colaborativa, aunque siempre rigurosa, y así resulta eficaz. Cuando hay duplicidades se apoyan y fortalecen los resultados. Ensayos clínicos con pocos pacientes, si son rigurosos, pueden juntarse con otros semejantes rigurosos y sacarse conclusiones clínicas válidas, son los metaanálisis. Incluso cuando es cambiante el número de pacientes, desde lo alto del pico hasta la bajada de la curva, merecen seguir siendo estudiados con atención. Esto resulta cierto tanto a nivel nacional como a nivel mundial. En general, la ciencia no tiene muchas fronteras. Los que la están observando la están viviendo en directo. Entre los laboratorios del mundo siempre hay una sintonía muy grande. 

P. Ha dicho usted en repetidas ocasiones que la vacuna tendrá que esperar, que no es algo posible en un breve plazo de tiempo, que tiene su proceso…

R. Estos días se habla mucho sobre el tema y hay que saber distinguir entre los mensajes a los inversores, mucho más optimistas y a corto plazo, y los mensajes de científicos que no tienen nada que ganar ni que perder y que son mucho más críticos. Ayer salió una nota científica en la que un laboratorio anunciaba 1.000 millones de dosis en enero. Los científicos lo hemos visto con cierta incredulidad. Se nos pide una predicción muy próxima a los cálculos económicos y yo siempre afirmo que un virus no se puede predecir. La gente necesita certezas, pero dar certezas falsas con la ciencia nos lleva a algo que ya vivimos con el sida. Las certezas solo las dan los inversores. Yo creo que la vacuna se va a lograr en cinco años. En España hay ahora mismo nueve proyectos de vacuna y en el CSIC tenemos tres. Cada uno lleva su ritmo, el más complejo es también el más lento, pero tiene más probabilidad de eficacia, aunque resulte más difícil de producir. Producir un producto biológico es mucho más difícil que producir un producto químico. Tenemos otro proyecto basado en ADN que es fácil de elaborar en fábrica, y también contamos con uno intermedio que tiene la ventaja de que se ha ensayado en humanos. Este último está basado en el vector con el que se erradicó la viruela en el mundo y es el proyecto que evoluciona más rápido. Vamos con todo. Intentaremos producir las tres vacunas sabiendo que al final solo quedará una y se habrá malgastado un dinero, pero habremos ganado un montón de tiempo. Un estudio estadounidense dice que si ganamos tres meses en adelantar la vacuna habremos salvado de la muerte a 600.000 personas. En este sentido se trata de una inversión tan beneficiosa que merece la pena incluso invertir por triplicado, en el caso del CSIC. Además, el impacto que puede tener la vacuna sobre la economía mundial va a ser muy potente. No vamos a por una sola vacuna, sino por muchas. La ciencia hace las cosas muchas veces porque así es más eficaz.

P. La Organización Mundial de la Salud está teniendo un papel muy controvertido en toda esta secuencia de hechos, tanto científica como políticamente, ¿no cree?

R. El problema de la OMS es tener que hablar para todos. Habla para la científicos y para la población, pero también les habla a los inversores. La OMS tiene que dirigirse a países con muchos recursos y a países con pocos y eso es francamente difícil. Además, a esto se une que su actuación durante la pandemia de la gripe A, en 2009, fue ya muy criticada. Se trató de una pandemia benigna que no causó demasiados estragos, es verdad, pero que puso en crisis a la OMS por su inactividad a posteriori. Tanto es así que ahora está procurando no sobreactuar. Esto viene del problema que tenemos las sociedades para encontrar al culpable y, cuando se trata de un virus, el que tiene la culpa es el virus, nadie más que el virus. Hay gente que está harta del Gobierno, de la oposición, del confinamiento, pero la culpa solo la tiene el virus. 

P. Usted realizó una larga estancia postdoctoral en Alemania, en la Universidad de Ulm. Estos días se habla mucho de comparaciones, a veces demasiado interesadas, entre la Alemania de Angela Merkel y la España de Pedro Sánchez. ¿Qué es lo que nos ha diferenciado en la respuesta a esta gran emergencia?

R. Creo que los españoles tenemos cierto complejo de inferioridad con Alemania, pero los alemanes también tienen su complejo de superioridad con España, claramente. Es cierto que el nivel de apoyo a la ciencia, su financiación y su presencia en la sociedad es mucho más alto allí que aquí. Sin embargo, la calidad de la investigación es tan alta en España como en Alemania, lo que pasa es que sin financiación muchas ideas no se pueden llevar a cabo. En España somos mucho más creativos en ciencia y en todo, en general. Somos más espontáneos, tenemos mayor capacidad para reaccionar ante situaciones nuevas. Ellos, sin embargo, apenas necesitan reacción porque tiene un tejido industrial y tecnológico muy sólido. Alemania cuenta con una serie de empresas que han podido producir sus propios tests, mascarillas y desinfectantes que, además, han decidido no exportar. Por lo tanto, han podido dar una respuesta mucho más eficaz a la pandemia. Lo que está pasando ahora mismo es que están, como se suele decir, muriendo de éxito y se muestran muy escépticos con las medidas de confinamiento porque solo se miran a sí mismos y no le han visto las orejas al lobo —como en los países del sur de Europa— y estos días atraviesan un fuerte problema de credibilidad. Incluso uno de los asesores científicos de Angela Merkel ha sufrido amenazas de muerte. A Alemania le ha ayudado que Merkel, que fue científica antes que política, haya transmitido unos mensajes muy claros a la población. Espero que en España ahora se nos valore más. No hay falta de respeto, pero sí de valoración. 

P. Se habla del Remdesivir como tabla de salvación y emerge el nombre de un laboratorio americano que sube su cotización en los mercados. ¿Cree que los antivirales son una solución a corto plazo? Remdesivir

R. El Remdesivir es un fármaco que está reposicionado. Se usaba para el ébola y funcionó muy bien también en investigación y en modelos animales contra este coronavirus. Ahora, en esta pandemia, lo que se ha demostrado es que acorta en unos cinco días el periodo de estancia en un hospital. No obstante, eso no es una cura, sino solo una cierta mejora, aunque una mejora importante. En Estados Unidos sacan muchas noticias para inversores que inciden en que con este fármaco se puede tratar al doble de personas en los hospitales y no colapsarlos. Ha resultado bueno, pero no es un tratamiento definitivo, hay que seguir ensayando.

P. Es usted una de las grandes especialistas internacionales en la respuesta inmune. Se ha oído hablar mucho estos días de la famosa inmunidad de rebaño y se menciona con frecuencia el modelo sueco.

R. Yo la llamo inmunidad colectiva porque no me gusta ser una oveja. Los suecos empezaron así y pronto lo corrigieron. La inmunidad colectiva a las bravas tiene mucho riesgo. La única manera de llegar a la inmunidad colectiva, sin sufrimiento de la población, son las vacunas. Estamos muy lejos de eso, en la casilla de salida.

P. ¿España o Italia han sufrido más el azote del covid-19 debido a su propia idiosincrasia? ¿Ve unos rasgos culturales tras de esta pandemia?

R. Creo que sí. En Alemania, que es un país que conozco bien, la estratificación de la sociedad por generaciones es muy fuerte. A los 18 años los jóvenes se van de casa a estudiar fuera y no vuelven nunca, de manera que se ven de vez en cuando con los padres y raramente con los abuelos. Allí el virus ha tardado mucho más en llegar a la población de más edad porque lo han movido los jóvenes que tienen más dinamismo. Como consecuencia han tenido mucha menos mortalidad, ya que ha tardado más en llegar a la población más vulnerable, que es a partir de los 75 años. Esas diferencias resultan innegables. 

Paso a la ciencia, en 'tintaLibre' junio

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P. ¿Ha pasado lo peor?

R. Ha pasado lo peor, que era aprender, pero esto no lo podemos olvidar. Es muy realista que vaya a producirse una segunda oleada. En Singapur, en Hong Kong, en una provincia china, hay rebrotes. En Corea del Sur han tenido que cerrar otra vez los bares. Prefiero que lo que hemos aprendido no lo olvidemos y no ir como locos a la carrera. 

* Esta entrevista está publicada en el número de junio de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes acceder a todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí o suscribirte aquí.aquí

Antes de que el virus cambiara nuestra vida, Margarita del Val (Madrid, 1959) tomaba chocolate y debatía sobre la ciencia con un grupo de interesados. Antes de que el virus cambiara el abrazo por las teleconferencias y la proximidad por la distancia, esta inmunóloga y viróloga seguía empeñada en vigilar el azote de las epidemias que pasaban desapercibidas —como sucedió con la gripe de 2009— con cantos de sirenas desde el CSIC. Ahora es una mujer que sale en los informativos de noticias y que, a veces, no tiene tiempo para comer con tanto teletrabajo. Se le ha encomendado la dirección de la plataforma del CSIC que reúne a 200 grupos de investigación sobre la pandemia. En este nuevo escenario, Del Val se desvive para explicar que la ciencia estuvo siempre ahí para salvar a la humanidad y que la culpa de todo la tiene el virus, solamente el virus, y que nada de esto se nos olvide. 

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