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Paul Krugman: "EEUU puede convertirse en un régimen autoritario en un par de años"

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Cada semana, desde hace muchos años, su columna en el New York Times y en otros periódicos del mundo se sigue con una especie de reverencia y temor. Ganador del Nobel de Economía en 2008, este catedrático neoyorquino (1953) no deja indiferentes ni a los poco iniciados en los misterios de la economía ni a sus propios colegas, dianas muchas veces de sus dardos envenenados. Aunque adora la precisión matemática de su profesión, le cautiva también la belleza keynesiana de un mundo más justo e igualitario donde un poder estatal vigile los excesos del banquete capitalista. Su afilada lengua y su corrosiva pluma rara vez defraudan a los que buscan consuelo científico en un mundo gobernado por multimillonarios como Donald Trump y plagado de extraños zombis que ofrecen remedios solo a los que quieren aumentar la cuenta de beneficios sin importar la ética, la degradación del planeta o, incluso, el sospechoso tráficos de datos. Con motivo de la publicación en España de Contra los zombis Contra los zombis(Crítica) Paul Krugman nos recibe una mañana de febrero en la Fundación Rafael del Pino, poco antes de que el coronavirus causara otra grave recesión mundial (muy distinta a la de 2008) e hiciese del planeta un reino de zombis con mascarilla. 

Pregunta. Permítame que empiece por algo personal. Un amigo dice que le arruinó usted un negocio que ya tenía apalabrado con un cliente que canceló la inversión tras leer una columna suya hablando de una nueva crisis. Muchos ven en usted una especie de oráculo de Delfos moderno. ¿Cómo lleva ese papel?

Respuesta. Pues me equivoco muchas veces. Si nunca haces una mala predicción en economía, quiere decir que no estás arriesgando lo suficiente. En general mi balance histórico no es tan malo, pero dista mucho de ser perfecto.

P. Pese a la exactitud arrogante de los cálculos macroeconómicos, fueron contados los economistas que supieron anticipar la gran crisis de 2008.

R. Para empezar hay que decir que eso es bastante normal. El FMI hizo un estudio sistemático de cuántas recesiones habían sido previstas por los economistas a lo largo de la historia y la respuesta es cero. Nunca jamás un economista ha podido prever una crisis. Yo creo que era obvio que íbamos a asistir a un estallido de la burbuja inmobiliaria, que era obvio también que el sector inmobiliario había inflado los precios tanto en Estados Unidos como aquí en Europa. Todo el mundo estaba de acuerdo conmigo en ese punto, pero la escala de la crisis fue lo que realmente sorprendió a todos y el motivo fue que nadie apreció exactamente la magnitud del cambio que se había producido en el sistema bancario. Los bancos son seguros, suelen tener garantías, pero no nos dimos cuenta de que la mayoría de la banca moderna tiene mucho que ver con la banca en la sombra y eso es lo que ha estado sucediendo. Yo intuí la crisis cuando estalló la burbuja inmobiliaria, pero no percibí la monstruosidad de crisis en la que acabó convirtiéndose.

P. La imagen de Nancy Pelosi rompiendo los papeles del discurso de Trump durante el último estado de la Unión ha dado la vuelta al mundo. ¿Tiene arreglo Estados Unidos?

R. Para eso los republicanos necesitan perder una serie elecciones de manera estrepitosa. No hay ningún tipo de compromiso posible que se pueda articular ahora mismo. Seamos francos, el Partido Republicano es un régimen autoritario con el que no hay manera de dialogar en estos momentos. 

P. El auge populista, incluida la versión de Trump, lanza un peligroso mensaje: la rebelión contra las élites del poder político y económico, contra las reglas del juego democrático. ¿No le resulta una deriva demasiado peligrosa? ¿Todo esto no recuerda, en cierta manera, a un escenario neofascista?

R. Desde luego es un riesgo muy verdadero y real. De hecho, lo hemos visto. Hablo de Hungría como un modelo de lo que puede llegar a pasar. Hungría sigue siendo una democracia sobre el papel, pero en realidad, y en la práctica, se trata de un gobierno de un solo partido autoritario. Creo que Estados Unidos, de seguir este camino, bien puede llegar ahí dentro de un par de años. Hablamos de una rebelión contra de los líderes, pero la Administración de Trump solo ha servido los intereses de la élite económica, se ha opuesto a todo lo demás y ha apelado a una hostilidad subyacente entre gran parte de la población. A mí, evidentemente, no me gusta el populismo de Trump, pero tampoco me gusta llamarlo populismo porque, de alguna manera, sugiere que Trump está haciendo algo por las personas y eso no es así. Lo que llamamos populismo es, en su caso, un nacionalismo blanco.   

P. Naomi Klein sostiene que Trump es la punta del iceberg de un gobierno de las corporaciones sobre la política de los Estados.Naomi Klein

R. No estoy en desacuerdo totalmente con esa afirmación. Creo que Trump representa una combinación de procesos, porque él no ha surgido de la nada. Pero sí que mantengo que hay personas, como la propia Naomi Klein, que hablan demasiado sobre las corporaciones y no suficiente sobre los individuos y esta es no solo una rebelión por los intereses corporativos, sino también por los intereses de los propios multimillonarios. Es fácil hablar del mundo corporativo y no darnos cuenta de lo mucho que dejamos de hablar y de señalar a los individuos más ricos.   

P. La desigualdad sigue siendo el gran caballo de batalla del sistema capitalista. Como usted mismo afirma en su libro, el valor neto del 0,1% de los estadounidenses más ricos iguala el valor combinado del 90% más pobre. Parece que no es suficiente solucionar el problema solo con una subida de impuestos a las grandes fortunas. 

R. Lo digo con absoluta claridad: hay que subirles los impuestos a los más ricos. Es una medida que apoyo y con la que estoy absolutamente a favor. Hicimos algo de eso en la Administración de Obama. Mucha gente no se da cuenta, pero con Obama hubo una subida de impuestos a los más ricos. Se necesita todavía mucho más. Recuerdo que la generación más próspera de Estados Unidos, la que sobrevino a la Segunda Guerra Mundial, tuvo una carga del 70% de impuestos del Estado y de casi un 90% de impuestos sobre la renta, así que podríamos volver a eso por muy lejos que quede.

P. La sanidad pública y la educación parecen ser puntos de debate encendido incluso entre los propios candidatos demócratas. A cualquier europeo le resulta impensable que Estados Unidos carezca de una sanidad universal. 

R. Existe toda una historia detrás de eso. Si preguntas por el motivo por el que no tenemos un sistema sanitario universal es básicamente por dos cosas. Estuvimos muy a punto de gozar de ese derecho en 1947, pero la reforma se vio bloqueada, en parte por los propios médicos, que pensaron que la medida les llevaría a tener salarios más bajos; pero de manera mucho más decisiva por parte de los segregacionistas, que temían por la integración de los hospitales. Ahora mismo hay muchos intereses en juego y gran parte de ellos son contrarios a la sanidad universal porque la mayoría de estos problemas, tanto en Estados Unidos como en Europa, son debidos a la raza, al racismo. Las consecuencias de la esclavitud siguen teniendo una sombra demasiado alargada en Estados Unidos. 

P. Afirma usted que la profesión de economista se extravió porque los economistas como colectivo empezaron a confundir la belleza con la verdad. ¿Podría explicarnos esta paradoja aristotélica?

R. Esto es algo verdadero. Cosas como las que ocurrieron en 2008 en la crisis financiera y la recesión severa no hubieran podido pasar si las mentes racionales y los mercados fueran perfectamente eficaces. El modelo de un mercado de seres racionales y perfectamente eficaz es un modelo precioso y muchos economistas eligieron creer en él a pesar de que no se correspondía con la realidad. El gran fallo de 2008 no fue que los economistas no lo predijeran o se equivocaran, sino que pensaron que era imposible que ocurriera algo de esas dimensiones. Ese es el principal error de la profesión. No incluyo en esto a todo el mundo. Entonces hubo una gran división entre los economistas que estudiaban la economía internacional y los que estaban más enfocados en la economía doméstica. Nosotros, los que estábamos más centrados en la economía internacional, éramos muy conscientes de que una crisis de tal magnitud podía darse. Aquellos que conocíamos crisis como la japonesa o la argentina no nos sorprendía, de hecho, que algo así pudiera ocurrir en Estados Unidos, pero otros colegas que estaban más pendientes los asuntos domésticos jamás creyeron que algo así pudiera pasar en Estados Unidos. 

P. ¿Cree que proyectos como el Green New Deal pueden representar una nueva era en la historia del capitalismo? Dicho de otra forma, ¿el capitalismo como sistema puede experimentar una nueva refundación?Green New Deal

R. Desde luego es algo que hemos hecho en el pasado. En 1929 el capitalismo era muy libre, sin restricciones de ningún tipo. En 1959, en cambio, teníamos sociedades que eran mucho más igualitarias y reguladas. No veo el motivo por el que no podríamos volver a hacerlo. Algo como el Green New Deal, aunque nadie sabe qué significa exactamente, pero eso mismo es bueno —el Green New Deal, digo— puede convertirse en un enorme paraguas bajo el cual quepan muchas posibilidades. Eso es bueno. 

P. Lo que parece claro a estas alturas es que conservar el planeta resulta incompatible con la idea de un crecimiento económico ilimitado.

R. En mi libro hablo mucho sobre los zombis de derechas, hay muchos, la verdad, pero la idea de que tengamos que frenar el crecimiento económico para salvar el planeta me parece la idea de un zombi de izquierdas. Nuestro nivel de vida puede seguir creciendo al mismo tiempo que salvamos al planeta. El crecimiento económico no pasa por tener más industrias petrolíferas o del acero, sino que puede significar también nuevos servicios o productos de mayor calidad. Hemos asistido a un progreso tecnológico asombroso en la energía verde. Hace 15 años solo los hippies creían en la energía solar, ahora mismo es bastante más barata que la del carbón.

P. Puede decirse que el keynesianismo —regulación de mercados financieros, intervención contra el desempleo, mayor inversión en obra pública— ha perdido definitivamente la batalla contra la dictadura de los mercados. ¿Usted se considera un discípulo de Keynes?

R. Me considero, en cierta manera, su discípulo. La economía no es una religión. Keynes no era un dios, ni tampoco tenía razón en todo, pero sí acertó en muchas cosas y el enfoque keynesiano, su pensamiento, ha funcionado extremadamente bien, sin ir más lejos, durante la última década. Yo diría que soy un orgulloso keynesiano. Hoy en día aún podemos leer lo que Keynes escribió en los años treinta del siglo pasado y resulta perfectamente actual. 

P. Comparte Premio Nobel con algún colega norteamericano como Edward Prescott, que no se ha cortado en decir que “el desempleo es una decisión deliberada de los trabajadores de tomarse unas vacaciones”.Edward Prescott

R. Puede imaginar que esa declaración me pareció totalmente absurda. Una vez más confunde la belleza con la verdad. Para mí fue todo un honor recibir el Premio Nobel, pero, a fin de cuentas, eso no significa más que lo que han pensado unas cuantas personas que viven en Suecia. En ese sentido, está bien pensar que alguien puede recibir un Nobel por un trabajo que está totalmente equivocado. Seguro que hay muchas personas que piensan eso mismo sobre mí. Yo también lo hago sobre otras personas. 

P. Bob Dylan debe tener una opinión similar a la suya.

R. No sé si fue una decisión muy inteligente por parte de la Academia Sueca darle el Nobel a Bob Dylan, pero, desde luego, es un grandísimo poeta y uno de los Nobel más merecidos. 

P. Aunque la ortodoxia de Bruselas está garantizada a través de Nadia Calviño, ministra de Economía, muchos piensan que el Gobierno de coalición izquierdas en España supone una muy mala noticia para los mercados ¿Tiene usted alguna opinión sobre el asunto?

R. No he podido hacer los deberes como me hubiera gustado sobre este asunto en concreto. Pero sí me gustaría decir que la Comisión Europea ha tenido muy mal juicio durante la última década, si pensamos en la troika, por ejemplo. El Fondo Monetario Internacional, a mi juicio, fue el integrante de la troika más inteligente; mientras que la Comisión Europea fue el peor, dado que apoyaba al 100% las medidas de austeridad con resultados desastrosos, como luego se han comprobado. Así que no he podido evaluar la situación en España, pero vuestro vecino portugués ha tenido a un dirigente que ha relajado mucho las políticas de austeridad y le ha ido muy bien. 

P. Bernie Sanders aparece en el horizonte como un posible aspirante demócrata a la Casa Blanca. ¿Es concebible imaginar a un socialista en la Casa Blanca?Bernie Sanders

R. Sinceramente, no creo que un socialista pueda gobernar los Estados Unidos, pero Bernie Sanders no es un socialista como tal, sino un socialdemócrata. En Europa se le consideraría incluso un moderado de centroizquierda. Lo que da miedo de Sanders, con esa etiqueta, es que está invitando a los ataques de la gente. Hay personas, como yo, que dicen que no lo es, pero él mismo se autodefine como socialista.

Keynes explicado a los zombis

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P. ¿Cree que su división entre economistas de agua dulce (Chicago), neoliberales, y de agua salada (California, Nueva York), keynesianos, rige ya en todo el mundo?

R. Chicago ya no es tan Chicago como antes, ya es más de agua salada. Minnesota sigue siendo la reserva más representativa de agua dulce. Esta no es una definición original mía, sino del economista Robert Hall. Es casi un accidente geográfico que, en Estados Unidos, las costas sean más demócratas y el interior mucho más conservador. De todos modos, casi todas las personas que han querido salvar el mundo últimamente venían del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts). Bernanke, Draghi, Blanchard, todos estudiamos allí en los años setenta.

*Esta entrevista está publicada en el número de abril de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí.aquí

Cada semana, desde hace muchos años, su columna en el New York Times y en otros periódicos del mundo se sigue con una especie de reverencia y temor. Ganador del Nobel de Economía en 2008, este catedrático neoyorquino (1953) no deja indiferentes ni a los poco iniciados en los misterios de la economía ni a sus propios colegas, dianas muchas veces de sus dardos envenenados. Aunque adora la precisión matemática de su profesión, le cautiva también la belleza keynesiana de un mundo más justo e igualitario donde un poder estatal vigile los excesos del banquete capitalista. Su afilada lengua y su corrosiva pluma rara vez defraudan a los que buscan consuelo científico en un mundo gobernado por multimillonarios como Donald Trump y plagado de extraños zombis que ofrecen remedios solo a los que quieren aumentar la cuenta de beneficios sin importar la ética, la degradación del planeta o, incluso, el sospechoso tráficos de datos. Con motivo de la publicación en España de Contra los zombis Contra los zombis(Crítica) Paul Krugman nos recibe una mañana de febrero en la Fundación Rafael del Pino, poco antes de que el coronavirus causara otra grave recesión mundial (muy distinta a la de 2008) e hiciese del planeta un reino de zombis con mascarilla. 

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