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Rafael Chirbes busca desesperadamente un jardín
Rafael Chirbes se deprime cuando acaba de escribir una novela. No hace nada, casi no sale de su casa de Beniarbeig, un pueblo cercano a Denia en la provincia de Alicante. Dedica los días a fregar los cacharros de la noche anterior, a dar de comer a sus dos perros, a abrirle la puerta al gato, a exprimir naranjas para sus zumos y a leer, sobre todo a leer –“unos seis o siete libros a la semana”-. Luego, de repente, un día se da cuenta. Durante un tiempo ha leído noticias sobre un tema en concreto, ha rebuscado artículos en Internet sobre eso, ha prestado atención a conversaciones que tratan sobre ese mismo tema –las que escucha en el bar del pueblo cuando va, o en casa de su hermana en el Montgó cuando acude a cenar cada mes y medio, o en las voces de los visitantes que recibe esporádicamente- y entonces, voilá, descubre que ha acumulado una enorme cantidad de munición para sus páginas, un jardín exuberante lleno de árboles descuidados que el escritor se apresta a podar: Chirbes no escribe sus novelas, dice que las poda.
Y luego, cuando acaba, cuando mira y entiende que eso es lo que quiere decir y no esas zarandajas que suelta en las entrevistas –“todo lo que digo en las entrevistas parece cartón piedra, lo que digo de verdad está en los libros”-, la novela ya es la novela y Chirbes, exhausto, triturado, vacío, se deprime, se funde “a negro”, exprime naranjas, se amarga. Entonces todo vuelve a empezar y Chirbes, sin saberlo, empieza a acumular; busca, ignorándolo, un nuevo jardín que desbrozar.
En la orilla, su última novela, salió publicada en 2013 y los halagos se suceden desde entonces. Ha recibido el Premio Francisco Umbral, el Premio de la Crítica y ha sido finalista en la Bienal Mario Vargas Llosa. ABC y El País consideran que En la orilla fue el mejor trabajo de ese año, en Alemania consideran al escritor poco menos que el gran relator de la España contemporánea y escritores como Álvaro Pombo o la ya fallecida Carmen Martín Gaite le tienen en un altar. Pero Chirbes mira todo eso y no encuentra consuelo. Dice que lleva dos años –desde que acabó de escribir En la orilla- sin hacer nada y que sólo espera que le “salga” otra “que le dé sentido a todo esto”, que le dé sentido a “qué coño hago en una casa en medio del campo con dos perros”.
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El mar está picado en Denia esta mañana de junio. El sol sale y se esconde entre las nubes mientras Rafael Chirbes (Tavernes de Valldigna, 1949) insiste en que En la orilla no es lo que dicen: “En la orilla no es una novela de la crisis, que también. En la orilla trata, punto por punto, de desmontar tópicos. Bacon decía que la pintura lo que tiene que hacer es limpiar la capa de ceniza que se va poniendo sobre las cosas. En literatura es lo mismo. En la orilla lava todos los tópicos: '¡qué malo es estar solo! No, mire usted, lo malo es no tener un duro; 'el dinero es que da asco'. No, mire, pero el dinero lava, usted compra inocencia a sus hijos con dinero. El dinero lo hace a usted bueno y la pobreza lo hace malo”.
Chirbes es un señor de pelo entrecano, ni alto ni bajo, ni gordo ni delgado. Hoy viste unos vaqueros exageradamente anchos, una camiseta de manga corta gris pegada al pecho y unas sandalias marrones. No lleva pulseras, ni anillos, ni reloj, ni cadenas al cuello. Sus cejas parecen recién cortadas y los dedos inquietos de su mano izquierda derrapan en un extraño circuito que incluye paradas en su sien, el lóbulo de la oreja, su ceja y finalmente el camal del pantalón, justo encima del bolsillo.
El escritor es el hombre de moda de las letras hispanas. El éxito y los premios cosechados con En la orilla son solo el último episodio de una gran trayectoria. La larga marcha y La buena letra, publicadas en 1992 y 1996, protagonizaron dos de los cuatro programas de televisión que presentaba anualmente el prestigioso crítico alemán Reich-Ranicki en aquel país (Ranicki destacó La larga marcha y aprovechó para rescatar La buena letra).
Crematorio, su penúltima novela, ganó el Premio de la Crítica -igual que ahora En la orilla- y Canal + la adaptó a la televisión en una serie de ocho capítulos al estilo HBO. Ambas conforman, entre otras cosas, una memoria del desastre económico en España, aunque en el fondo, entre el suelo pantanoso que marca En la orilla y el celofán ilusorio de la burbuja inmobiliaria de Crematorio, Chirbes destripa a serrucho personajes tan complejos como Rubén Bertomeu, un promotor inmobiliario desalmado capaz de cualquier cosa para mantener su poder, o Esteban el carpintero, un viejo misántropo, pesimista y arruinado capaz de pensar cosas así:
“La vida humana es el mayor derroche de la naturaleza”.
“Solo sobreviven quienes consiguen creerse que son lo que no son”.
“Soy propietario de mis carencias. Mi única propiedad es lo que me falta. Lo que no soy capaz de alcanzar, lo que he perdido es lo que tengo”.
Esteban vive retirado en un pequeño pueblo de Alicante al que Chirbes llama Olba. El banco le acaba de embargar el taller, ha tenido que despedir a la empleada que cuidaba de su padre senil y ahora lo cuida él, deprimido, airado, resignado, mientras recuerda lo que no fue: el negocio inmobiliario que intentó con el caudillo local, Tomás Pedrós, y que le abocó a la ruina; una vida cosmopolita y burguesa como la de su amigo Francisco, una parodia del propio Chirbes cuando este trabajaba de crítico gastronómico; el amor con Leonor, el amor, como dice Chirbes, que era la vida. Esteban es un pesimista y en eso se parece al escritor, quien se explica: “Estoy harto de ver familias que se matan por la herencia, o cuando uno se pone enfermo para ver quien lo cuida. Y es verdad que hay comportamientos heroicos. Y además igual no se matan físicamente pero se matan moralmente, por un ascenso en la empresa o para que no te despidan. En la escala micro funciona eso por esa lógica social: sólo el dinero y la posición te permiten cierta seguridad, entonces luchas como una fiera por eso”.
-¿Y qué más?
-Pues mira, quizá, es también por mis circunstancias: nunca he tenido un grupo que me condicione. A los ocho años me mandaron a un colegio de los ferroviarios- el padre de Chirbes, ferroviario, murió cuando este era un niño. Su familia lo metió interno en el colegio de los ferroviarios y estos, a su vez, según acababa una etapa educativa, lo mandaban a otro-. A los 10 fui a otro, y a los 14 a otro, y a los 16 me fui a Madrid. Ellos te cambiaban. O sea que no tengo una cuadrilla burguesa y entonces voy a mi bola en todos los sentidos y eso me da un punto de vista distinto.
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Chirbes no es un tipo feliz y tampoco pretende serlo: “La gente feliz, ¿para qué escribe? [Si eres feliz] te dedicas a follar y a pelar gambas aquí en Denia y a ver el mar que está muy bonito”. El escritor miraba la playa antes de irse esta mañana de vuelta a Beniarbeig. Decía que ese mar le recordaba a una película, que el color era el mismo. Antes, en la charla, parecía nervioso –la mano en la sien, en su oreja, en la ceja, en la pierna- divagaba, se distraía un tanto, parecía que le costaba concentrarse. Luego explicaría que igual es por un problema que tuvo de tiroides hace seis o siete meses, o por los 20 kilos que perdió por ese problema –ya recuperó 10- o porque es viejo y ya está.
El autor vive solo en Beniarbeig, nunca se casó, no tiene hijos ni interés en construir ningún tipo de relación. “Lo que tengo claro es que ya conozco a suficiente gente y que no quiero conocer a más”. Su pariente más cercano, su hermana, vive en el monte del Montgó en Denia y apenas deja que le visite porque le pone nervioso, le dice que todo está muy desastrado y que es un “descastado”. Apenas baja al pueblo porque el éxito de Crematorio y En la orilla hace que los vecinos le miren y cuchicheen: “J'ha vingut l'escriptor!”. Y eso le molesta. Su única compañía son los dos perros y eso que no hace tanto aún odiaba a esos animales. Pero Chirbes es así: cuando detesta, teme o ignora elige empacharse. Terapia de choque. Como antes no le gustaban los perros ahora tiene dos; como de joven sufría de vértigo se puso a trabajar en la construcción de la pared del embalse de Riaño, en León, a una altura de 100 metros; como vivió en Extremadura por un tiempo y no sabía conducir, el día que se sacó el carné condujo hasta Vigo. Sin parar.
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Pero Chirbes tiene trampa. Aunque diga que está en negro, que no hace nada, que esta era la última novela que escribe, el autor teoriza sin pausa. Trata de sabotearse, sí, (“no, no, pero yo me equivoco siempre, ¿para qué voy a hablar?”), pero Chirbes teoriza, busca. Esta mañana, frente a la playa, con el Montgó al fondo, Chirbes criticaba esa tendencia maniquea a denunciar la corrupción en España tomando la Comunidad Valenciana como referencia:
-Yo he tenido que responder a lo de la corrupción valenciana en San Sebastián, en Sevilla, en Valencia, en Zafra, por donde iba.
-¿Y qué les contesta?
-Pues a la de Zafra, una concejal de cultura de Izquierda Unida, le dije, mira Maricarmen, yo sé que Zafra es una ciudad muy honesta, pero si conoces una sola población de los alrededores donde el alcalde no sea el manijero me lo presentas. Pum, ella calló colorada, porque hasta Zafra tiene su cacique local que se llama Julio Alfonso.
-Es irónico, se ha convertido en el defensor de esta tierra. Le señalan como el novelista de la crisis y luego se empeña en defender.
-Es que ellos te piden que seas el gran denunciador y no, yo soy un novelista contra lo que veo. Al primero y al que se lo cuento es a mí mismo.
El pantano de la crisis que retrató Rafael Chirbes sube al escenario
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Entonces alcanza su segunda mini teoría, una defensa de la crítica pasada por el tamiz de la inteligencia, una crítica de la crítica irreflexiva:
La gente de tu edad hace cosas ahora, Podemos por ejemplo, que están muy bien. Otras cosas dan un poco de miedo. Se está creando por ejemplo una especie de populismo demagógico. Hoy, por ejemplo, estaban entrevistando al segundo de Podemos, Luis Alegre. Una le decía claro, pero usted tiene sueldo fijo… Es decir, tener un sueldo fijo se está convirtiendo en delito. Se está consiguiendo que se vigilen unos a otros los sueldos. Se está creando una especie de populismo bajo apariencia progre y detrás hay un mensaje muy cabrón.progre Hoy en día por tener trabajo y sueldo fijo empiezas a ser sospechoso.
Y luego sigue y dice que no ha votado a Podemos en la elecciones europeas, que no lo acaba de ver. Chirbes no se esconde bajo las alas de nadie y rechaza que alguien lo haga en la suyas y por eso evita que le carguen muertos en la espalda –como el de gran denunciador de la crisis- y reniega, por supuesto, si le piden otra fotografía delante de una finca a medio hacer, una grúa abandonada, una hormigonera… Chirbes posa finalmente ante un pequeño jardín, una de esas casas vetustas de playa, adornadas con la modestia de cabos viejos de barca de pesca, algún cactus, conchas vacías en las paredes. Y ahí está la mirada huidiza, observando el mar. Parece angustiado, parece que trama algo.