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El bulo de las armas de destrucción masiva que llevó a una guerra ilegal, inmoral e injusta

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El 5 de febrero de 2003, el secretario de Estado de los Estados Unidos, Colin Powell, hizo una presentación ante las Naciones Unidas en la que afirmó que Irak poseía y planeaba utilizar de manera inminente “armas de destrucción masiva”. Esta afirmación se sostuvo sobre el informe Iraq: su infraestructura de ocultación, engaño e intimidación provisto por la inteligencia británica. El presidente George W. Bush utilizó esa afirmación como excusa para lanzar su destructiva invasión y ocupación de Irak.

Curioso que un día más tarde, Glen Rangwala, de la Universidad de Cambridge, revelara que el informe utilizado por Powell era un corta y pega de artículos de revistas, además de un plagio de secciones enteras de una tesis doctoral, la de Ibrahim al-Marashi, del Instituto de Estudios Internacionales de Monterrey (California), y que hacía referencia a las armas en Iraq, pero en 1990 no en 2003. No sólo la información defendida por Powell tenía errores, es que además era falsa.

Y lo era porque se nutría fundamentalmente de una fuente, Curveball, un químico iraquí, Rafed Ahmed Alwan, solicitante de asilo en Alemania en 1999 y que colaboró con el Servicio Federal de Inteligencia. Pasado un tiempo, Curveball se dio cuenta de que a mayor información, mayores beneficios obtenía, incluida la nacionalidad alemana, por lo que no dudó en aprovecharlo. Sería en 2001 cuando se puso en duda la veracidad de algunos de los datos de Alwan, los servicios alemanes informaron a los norteamericanos. Sin embargo, serían las afirmaciones de esta fuente las que darían forma a la declaración de Powell.

Sea como fuere, el 20 de marzo de 2003 la administración Bush tomó la decisión de lanzar una guerra contra Iraq sostenida sobre dos mentiras: la posesión de armas de destrucción masiva por parte de Saddam Hussein y su complicidad con Al Qaeda en los atentados del 11 de septiembre de 2001. Está fue la “gran mentira” de 2003, el comienzo del deterioro de la calidad democrática en EEUU.

Lo cierto es que nunca aparecieron las armas de destrucción masiva ni tampoco se evidenciaron vínculos de Saddan con Al Qaeda, ni se observó ninguna amenaza real para la seguridad norteamericana

Esta invasión provocó la muerte de más de 4000 soldados norteamericanos y cientos de miles de civiles iraquíes, además de llevar al país al caos y a la región a una mayor inestabilidad. Muchos de los que entonces apoyaron la guerra, como el propio senador John McCain, reconocieron posteriormente el error

David Frum, aquel que acuñó la expresión “Eje del Mal” justificando el ataque, no sólo contra Iraq, sino también contra Corea del Norte e Irán, indicó en un artículo en The Atlantic que “la decisión de invadir fue imprudente y que la guerra había sido una desventura”. Pero no fue un simple error político o de cálculo por parte de los norteamericanos y sus aliados (recuerden el trio de las Azores). Lo cierto es que nunca aparecieron las armas de destrucción masiva ni tampoco se evidenciaron vínculos de Saddam con Al Qaeda, ni se observó ninguna amenaza real para la seguridad norteamericana.

Lo que si quedó en evidencia fue que se trató de un engaño masivo a la opinión pública estadounidense con tácticas de miedo y desinformación para conseguir un apoyo global a la guerra de invasión en Iraq. Aquellos que aún defienden que se trató de un error parecen obviar la ingente cantidad de informes de inteligencia que decían lo contrario, o los informes previos redactados por los inspectores de armas de destrucción masiva de Naciones Unidas. Bush, Cheney, Rumsfeld y toda la camarilla prefirieron sostener sus decisiones sobre otro tipo de informes que generaban dudas entre los expertos y analistas, con ellos justificaron y exageraron la necesidad de una guerra.

Bush y Cheney mintieron a sabiendas. Incluso, como ha trascendido, se discutió con Tony Blair sobre la posibilidad de preparar un ataque de falsa bandera que justificara la invasión, si bien el entonces ministro de exteriores británico, Jack Straw aseguraba: “Las evidencias son muy débiles. Saddam no amenaza a sus vecinos". Y el también Fiscal General del Reino Unido, Lord Goldsmith, afirmaría: “El deseo de un cambio de régimen no constituye una base legal para una misión militar”. Nada de esto frenó la involucración de Blair en la guerra de agresión contra Iraq. Tampoco lo hizo en el caso del entonces presidente del gobierno español, José María Aznar.

Comenzaron a quedar al descubierto algunas de las fallas más relevantes que se ven en la actualidad: la manipulación de los líderes políticos o el fracaso de los medios de comunicación para informar y fomentar el debate público son solo dos de ellas

Fue entones cuando comenzaron a quedar al descubierto algunas de las fallas más relevantes que se ven en la actualidad: la manipulación de los líderes políticos o el fracaso de los medios de comunicación para informar y fomentar el debate público son solo dos de ellas. También la mentira de los altos cargos norteamericanos para determinar la verdad sobre la existencia de armas de destrucción masiva y la propagación de una mentira que sirviera para convencer a la opinión pública de la necesidad imperativa de ir a una guerra. La manipulación entonces no consiguió convencer a una buena parte de esa opinión pública, que en marzo de 2004 en un 60% consideraba que la administración Bush estaba ocultando información o mintiendo sobre las armas de destrucción masiva.

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Los medios, por su parte, fueron incapaces (o no directamente no quisieron) de desmontar el relato oficial. Un trabajo de 2010 demostró cómo el 80% de la cobertura que se dio en las noticias de las cadenas de televisión durante los meses y semanas previos a la guerra favoreció precisamente las posiciones pro-guerra apoyadas desde la administración Bush. También se cubrieron entonces fuentes contrarias al discurso dominante, pero curiosamente estas fuentes siempre eran de funcionarios extranjeros, fundamentalmente iraquíes. Curioso.

La desinformación sobre la existencia de armas de destrucción masiva fue el comienzo de la crisis de las democracias, en especial la norteamericana

La guerra de Irak fue el principio del fin de una hegemonía global sostenida sobre la Pax americana, el mundo de ayer. La desinformación sobre la existencia de armas de destrucción masiva fue el comienzo de la crisis de las democracias, en especial la norteamericana. De aquel momento se pueden extraer lecciones con una lectura más actual. La primera es la de que las mentiras funcionan, al menos, temporalmente. Varios meses después de la invasión, el 70% de los estadounidenses creían que Saddam Hussein había tenido responsabilidad en los ataques del 11S. En las encuestas de medio mandato de 2022 de la CNN, entre tres y cuatro de cada diez votantes pensaba que Joe Biden no había ganado las elecciones de 2020 legítimamente. La segunda, la indiferencia con la que el gobierno actúa ante lo que la opinión pública desea. En 2005 había más estadounidenses contrarios a la guerra que a favor, y sin embargo las tropas no salieron del país hasta 2011.

Mucho de lo que pasó entonces ha dejado huella no sólo en EEUU, también en el devenir de orden global internacional. Las dramáticas consecuencias tuvieron ramificaciones no sólo en EEUU, también en España con el 11M y el intento del gobierno de la época de proseguir con un hilo de mentiras que alguno hoy todavía defiende. La gran mentira de 2003 que llevó a una guerra ilegal, inmoral e injusta terminó en un gran desastre para la credibilidad de EEUU en el mundo, pero también con una forma de tomar decisiones políticas que ha creado escuela. En América, pero también más allá de América.

El 5 de febrero de 2003, el secretario de Estado de los Estados Unidos, Colin Powell, hizo una presentación ante las Naciones Unidas en la que afirmó que Irak poseía y planeaba utilizar de manera inminente “armas de destrucción masiva”. Esta afirmación se sostuvo sobre el informe Iraq: su infraestructura de ocultación, engaño e intimidación provisto por la inteligencia británica. El presidente George W. Bush utilizó esa afirmación como excusa para lanzar su destructiva invasión y ocupación de Irak.

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