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Detrás de la historia

Eugenia de Montijo: la granadina que portó la corona imperial francesa

Retrato de la emperatriz Eugenia, por Franz Winterhalter (1853).

José Carlos Huerta

Eugenia María Guzmán y Portocarrero, más conocida como Eugenia de Montijo (por el título de su padre, que ella no heredó), fue una de las mujeres más influyentes del mundo en el siglo XIX. Nacida en Granada, vivió 94 años (1826-1920), de los cuales pasó la mayor parte en el extranjero, ya que se casó con el emperador francés Napoleón III en 1853.

 

Retrato de la emperatriz Eugenia, por Franz Winterhalter (1853).

De familia noble, su hermana se casó con el duque de Alba, pero el matrimonio que la madre de ambas intentó concertar para Eugenia fracasó. Así pues, madre e hija empezarían a viajar por Europa, haciendo sobre todo estancia en París, donde conocerían a Carlos Luis Napoléon Bonaparte, futuro Napoleón III, sobrino del célebre Napoleón.

El Bonaparte coincidió con la aristócrata en una fiesta de la alta sociedad parisina en 1850. Ella tenía 24 años y él, mucho mayor que ella, 42. Diversos autores señalan que el por entonces presidente de la Segunda República Francesa se enamoró de la joven, y tres años después se casaban en Notre Dame el ya por entonces emperador (1852-1870) y la que sería su emperatriz. En 1856 nacería su único hijo: Napoleón Eugenio Luis. 

Tres fracasos y un gran éxito

 

Fotografía de la familia real (1864).

Eugenia de Montijo tendría un papel activo en la política francesa (y por tanto internacional) de su tiempo. De ideales conservadores y católica convencida, influiría en las decisiones del emperador y sus ministros en asuntos clave como la defensa del emperador Maximiliano en México, la intervención militar en Italia a favor del papado o la construcción del canal de Suez. Por si fuera poco, actuó en varias ocasiones como regente de Francia. 

La granadina se posicionó a favor del partido ultramontano francés, contrario a la separación entre Iglesia y Estado. Es por eso que se opuso a su marido en la cuestión del papado en el recién formado Estado italiano. El Gobierno de Italia quería acabar con la independencia política del Vaticano, y trató de forzar la situación militarmente con ayuda de Austria. Eugenia presionó a su marido, y Francia acabó luchando a favor del Papa.

En México, que tras su independencia de España en 1820 estaba enormemente endeudado, inició en 1861 una suspensión de pagos por la que Francia invadió el país americano y trató de colocar como emperador a Maximiliano de Habsburgo (de la casa real austriaca). La emperatriz se mostró desde el principio totalmente a favor de impulsar una monarquía en América, ya que era contraria a la idea de república. Finalmente, Francia perdería esta guerra y Maximiliano sería ejecutado en 1867.

Pero no todas sus decisiones acabarían iniciando un conflicto. De hecho, la actuación más célebre de la emperatriz se produjo en 1869, cuando realizó un viaje triunfal a Egipto para la inauguración del canal de Suezcanal de Suez, una de las mayores obras de ingeniería del siglo XIX, de la que la granadina había sido una gran defensora.

Según algunos autores, también presionó a favor de la guerra con Prusia (1870-1871), nación protestante que años atrás había derrotado contundentemente a Austria, nación católica. La guerra fue horriblemente mal para Francia, que fue barrida por Prusia en menos de dos años. El conflicto sería el fin del imperio de Napoleón III, que moriría poco después, en 1873. Eugenia, ya viuda, marchó con su único hijo al exilio en Londres

El exilio y la renuncia a la política

 

La emperatriz Eugenia en 1920, poco antes de su muerte.

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Con la muerte del emperador, su vida política se resintió notablemente. En el exilio forzado por la proclamada III República francesa, los partidarios de la monarquía exiliados en Inglaterra se aglutinaron en torno a ella y durante seis años lideraría la política de los bonapartistas. Pero en 1879 su hijo muere en una campaña militar en Sudáfrica con solo 23 años, y la aristócrata se desplazará hasta allí el año siguiente. 

Desde entonces, renunció a la política y dedicó el resto de su vida a las obras de caridad (que ya había comenzado como emperatriz) y a viajar. Regresaría a España en numerosas ocasiones, y retomaría el contacto con su familia, sobre todo con la casa de Alba, a los que dejaría su fortuna tras su muerte, el 11 de julio de 1920, en Madrid.

 

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