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El dinosaurio todavía estaba allí

Luna Miguel: “Estos años veinte pueden ser felices como gesto revolucionario, como balanza para la crisis”

La escritora y editora Luna Miguel.

El curso 2020/2021 ha sido uno agitado para la escritora y editora Luna Miguel (Alcalá de Henares, Madrid, 1990). En enero publicó Caliente (Lumen), un ensayo sobre el deseo, el amor y la búsqueda de la autonomía sexual. En Poesía masculina (La Bella Varsovia), su séptimo poemario, adopta la voz del amado —en este caso, su pareja durante años y el padre de su hijo, el escritor Antonio J. Rodríguez— para narrar el conflicto en una relación y la posición del hombre frente a los retos que impone la última ola feminista. La autora aclara que la actividad pandémica es solo aparente: el poemario comenzó a escribirlo en 2016 y el ensayo, en 2019. “El año de la pandemia tampoco me fue muy útil”, explica, “sí que pude cerrar proyectos largos, pero lo que hice, sobre todo, fue leer muchísimo más que durante otros años. Toda esa lectura e investigación está dando ahora sus frutos. Ahora vuelvo a escribir”.

La escritora trabaja ya en un nuevo poemario, ensayo y novela, pero además ha mantenido la actividad —escritura, clubes de lectura, charlas “incluso algún viaje”— durante el último año y medio, pese a la amenaza constante de cancelaciones y la dificultades para organizar eventos. Paradójicamente, ha sentido que en este tiempo caían sobre ella más obligaciones laborales que de costumbre: “Si acaso se ha resentido en una sensación de que hay que ser todavía más presencial, hay que estar todo el día haciendo cosas de cara al público”. Las entrevistas, las videollamadas y las invitaciones han seguido imponiéndose, como de costumbre, a la tarea solitaria de la escritura.

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Pero la agitación viene también de lo que se trasluce, explícita o implícitamente, en sus páginas. Si para muchos el mazazo de la pandemia supuso una reorganización de sus prioridades, que en ocasiones llevaba a cambios vitales no poco importantes, algo así ha vivido ella misma. “Desde luego, me hizo plantearme qué tipo de vida quería, y me di cuenta de que era una muy distinta a la que había experimentado hasta entonces”, cuenta. “Me marché a vivir sola, recuperé a mi grupo de amigas, conocí a gente nueva, decidí dedicarme a la edición y dejar de lado el periodismo, me enamoré de mi mejor amigo. Ahora soy una madre soltera feliz”.

Con los cambios y con el trabajo, Luna Miguel parece mantener la cabeza en el presente y no pensar demasiado en el futuro. ¿Tiene miedo de lo que viene? “No”, contesta. “Es decir, tengo el mismo miedo que hace un año o hace dos a no poder llegar a fin de mes. Pero también me esfuerzo de la misma manera en la que lo hacía antes”. ¿Y qué tipo de futuro cree que nos espera, uno de sonrisas por los felices veinte o uno de lágrimas por la posible crisis? “Me da que ambas cosas son combinables. Los veinte pueden ser felices precisamente como gesto revolucionario, como balanza para la larga crisis en la que ya estábamos sumergidas desde hace años”, aventura. Cuando habla de la situación de la industria editorial, tampoco se deja llevar por el alarmismo. Ante el ritmo acelerado del mundo del libro, que muchos criticaban durante el confinamiento estricto pero que ha vuelto a su ser, dice con cierta resignación que la suya es una “industria ansiosa” sin remedio. Y si piensa en los catálogos editoriales del futuro, en las librerías de 2031, también toma una posición de espera atenta o incluso de cierto optimismo: “Es algo inimaginable para mí ahora mismo, del mismo modo que unos catálogos como los que tenemos hoy me hubieran parecido inimaginables en 2011”.

En medio del caos comunitario, la escritora identifica tres refugios. El primero, el “espacio luminoso del humor” ante la desgracia: le hizo “feliz”, explica, ver cómo el humor “lo atravesaba todo”, “a pesar de la dureza, de la tristeza”, de la crisis económica asociada a la sanitaria que ha dejado a muchos en el paro y de la batalla por los derechos sociales. El segundo es privado, el espacio donde pasa las vacaciones, el mismo que el verano pasado, el mismo con el que soñaba durante la primavera coronavírica: la que fue la casa de su madre, Ana Santos Payán, añorada editora de El Gaviero, en Almería. “Su biblioteca intacta soluciona el problemilla del calor desértico insoportable”, cuenta. Falta un refugio, quizás asociado cómicamente a la figura del escritor maldito… pero visitado por muchos durante la pandemia. Tiene que ver con el consejo que le daría a su yo de marzo de 2020, si pudiera visitarla brevemente desde el verano de 2021: “Compra más vino, Luna”.

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