Sofía y Letizia: Mañana en la batalla piensa en mí

Letizia y Sofía reciben a las autoridades de las Islas Baleares el 29 de julio de 2024

Miguel Roig

A la memoria de Manuel Fernández-Cuesta

Ninguno ha llegado aquí que no haya sido inmolado

Eurípides, El Cíclope

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Una de las actividades que más tiempo demandaban al general Franco era la pesca. Como prueba de tal afición, está el testimonio de su primo, el teniente general Francisco Franco Salgado-Araújo, secretario privado del dictador, quien llevaba un diario meticuloso de su actividad tanto pública como privada, ya que en sus páginas transcribía también parte de las conversaciones que mantenían en sus encuentros matinales.

En el mes de mayo de 1963, Franco se tomó un par de semanas para pescar salmón en el Narcea y, a su regreso a El Pardo, el día 25, el primo apunta en su diario el comentario que le hace sobre un acto tradicionalista en apoyo al Movimiento: “Al pretendiente Don Javier solo le aclama una pequeñísima parte del pueblo español, y apenas nadie le conoce”. Franco se refiere a Javier de Borbón-Parma, quien junto a su hijo Carlos Hugo, lideraban la opción carlista al trono de España. Más adelante, en el mismo reporte, registra el malestar del dictador por un incidente ocurrido el día anterior en el teatro María Guerrero de Madrid, donde se había presentado una actuación de los Coros y Danzas de la Sección Femenina de Falange.

Los príncipes, Juan Carlos y Sofía, asistentes al acto, al salir al vestíbulo se toparon con un grupo “javierista” que dio vivas al rey Javier. Dice Franco: “Los inspectores de escolta de los príncipes, pertenecientes a la Casa Militar mía, le indicaron la conveniencia de esperar en el hall a que salieran los perturbadores; S. A. el príncipe se negó y salieron, repitiéndose los gritos de vivas al rey Javier. Una vez dentro del coche, les rodearon repitiendo estos vivas, a lo que Don Juan Carlos contestó diciendo: ‘¡Viva!” Salgado-Araujo, entonces, apunta que le han informado que después del grito del príncipe, Sofía le dijo a su marido que hubiera debido contestar con un “¡viva Franco!” “El Generalísimo –escribe Salgado-Araujo en el diario– se ha sonreído ante esta información mía, que le ha agradado y que comenta diciendo: 'La princesa, como te había dicho, es sumamente inteligente'”.

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Un año antes del episodio que narra Salgado-Araújo, durante la luna de miel de Juan Carlos y Sofía, navegando por el mar Egeo en el yate Eros, en una de las escalas antes de viajar a Roma, el príncipe se topó con una delegación del Consejo Privado de su padre, don Juan, para comunicarle que renunciara a la tutela de Franco y que fijara su residencia fuera de España. Pilar Urbano, en la biografía del rey, dice que la princesa Sofía estuvo presente en la reunión y que le expresó a su marido su conclusión del encuentro: “Políticamente, estás solo. Peor que solo: los tienes en contra”. Días después, ya en Roma, llegó desde Madrid una delegación que los acompañaría a la audiencia con el papa Juan XXIII.

Esto va a ser la ruptura con papá

Juan Carlos I

Juan Carlos comentó a los integrantes de esa delegación la reunión que había mantenido con los emisarios de su padre en la que le exigieron que no visitara España. El duque de Frías, jefe de la Casa del Príncipe, les dijo: “Franco les espera en El Pardo”. Con la excusa de que Juan de Borbón se encontraba navegando y con la falta de certeza de los puertos en que amarraría, la princesa Sofía, según cuenta Urbano, resolvió la situación: “No lo consultes ni lo ocultes: dáselo hecho”. Así fue como, con el aval que obtuvieron de las reinas Victoria Eugenia y Federica de Grecia, la pareja voló a Madrid. Paul Preston cuenta que Juan Carlos le confió entonces a su ayudante, el coronel Emilio García Conde: “Esto va a ser la ruptura con papá”. Lo cierto es que fue el comienzo de la participación activa de la entonces princesa Sofía en la estrategia política de su marido que culminaría con la coronación de Juan Carlos I. 

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En sus conversaciones con Pilar Urbano, la reina Sofía asegura que ni ella ni el resto de la familia estuvieron presentes en la grabación del mensaje del monarca, sino que lo vieron en televisión “como el resto de los españoles”. Sin embargo, la escritora Pilar Eyré, en su biografía de la reina, aporta otra fuente, las notas manuscritas de un amigo íntimo del rey Juan Carlos, Manuel Prado y Colón de Carvajal, que esa noche estuvo en la Casa Real junto a los reyes, y que escribe: “Mientras se grababa el discurso, la reina lo miraba sentada en un sillón”. Por su parte, Paul Preston afirma sin dudar: “La Reina y el príncipe Felipe estuvieron presentes en todo momento”.

En ese breve discurso, de un minuto y veintiséis segundos que da el rey aquella noche a los españoles, se concentra una narrativa que le sostiene como eje de la Transición, relato que se va degradando hasta un epílogo, otra pieza breve, en la que pide perdón a la misma audiencia.

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Cuando en 2003 el príncipe Felipe y la periodista Letizia Ortiz comparecen ante la prensa por vez primera para anunciar su relación, el príncipe, además de abundar en el compromiso de la pareja con España y la institución, antepone un hecho al que da la mayor importancia: el amor. A todos deja claro lo "enamorado" que está de Letizia. Es de esperar, al menos en la convención, que la primera razón del vínculo en una pareja sea el amor. Dando esto por descontado, lo usual es que en una escena como la mencionada el peso del discurso esté colocado en el significado institucional y no en el emocional. No fue así y se comienza a escribir de este modo un relato sentimental.

Letizia abandonó un plató para hospedarse en palacio en tiempos en los que las audiencias televisivas eran capitalizadas por el reality show y el que lideraba todas las mediciones era el programa Sálvame, que seguía las aventuras y desventuras de una mujer que había sido abandonada por un torero, cambiando el cortijo donde vivía para instalarse en un plató.

¿Qué conexión o contradicción puede haber entre estas dos situaciones? 

Estábamos entonces a un paso de ver como la Casa Real se convertiría, a su vez, en el plató de un reality show con secuencias en cadena: el safari de Botsuana, la amante del rey, Corinna Larsen; el fraude a Hacienda, el caso Nóos, Iñaki Urdangarin en la cárcel, la abdicación de Juan Carlos y su posterior exilio en Abu Dabi. No cabe duda, aunque no se cuente con fuentes serias como las de Pilar Urbano o Paul Preston que nos hablan de los pasos de la reina Sofía, de que Letizia ha colaborado activamente en la modificación de esa grilla de programas desafortunados, recortando la plantilla de la Casa Real y planteando nuevas narrativas. No es poca cosa. Quizás una escritora hubiera hecho un mejor trabajo –escribir el relato del que carece la actual monarquía española–, pero ante los acontecimientos de palacio, de momento solo se trataba de ordenar las texturas de un folletín para convertirlas en respuestas.

 ¿Qué más le podrían pedir a Letizia, una profesional que desde la emoción intentaba narrar la fortaleza del amor y en muy poco tiempo descubrió que, como en el famoso verso de Borges, a ella y a su marido les unía solo el espanto?

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Teniendo en cuenta que el cuerpo social que los contenía cuando asumieron la corona se movía en el marco del 15-M, y pensando que el perfil de Letizia Ortiz, la nueva princesa, estaba escrito en un margen -una mujer independiente, periodista, progresista y divorciada-, el paso adelante para construir la nueva narrativa también debía buscarse en los nuevos márgenes ya que el centro cedía, por ejemplo, en Podemos. Pero eso no era posible: no había llegado a palacio para desmontar la institución.

Hay cierto consenso en que Letizia es uno de los activos más valiosos de la Corona

La situación reclamaba otro foco. Letizia Ortiz estaba encasillada como un personaje de Giuseppe Lampedusa. En El gatopardo, la genial y única novela del autor siciliano, el príncipe Salina, ante la inestabilidad generada por la revolución de Garibaldi, no ve con malos ojos que su sobrino Tancredi se case con la hija del alcalde, un plebeyo de poca cultura, pero de una inmensa fortuna obtenida del negocio inmobiliario. A pesar de su trasfondo existencialista, la novela es popular por su planteamiento político: modificar algo para que nada vaya a cambiar. Por otro lado, al final de cuentas, ya lo dijo antes Stendhal: el deseo del noble no se proyecta dentro de la corte, sino que desciende a la plebe, al banquero, al empresario. ¿Cuál es la corte que recibe a Juan Carlos en Sanxenxo?

Sin embargo, la reina Letizia, a pesar de los malos augurios, como señala Martín Bianchi Tasso en Letizia en Vetusta, ahora “hay cierto consenso en que es uno de los activos más valiosos de la Corona”. Así como Podemos, acabó consolidando al PSOE en lugar de hacer un sorpasso por la izquierda, Letizia robusteció la monarquía. La diferencia es que la agrupación de Pablo Iglesias está bajo mínimos y Letizia, al contrario, está proyectando a su hija Leonor en un rol impensable hace años: la joven reina ya no narra en los márgenes, está escribiendo el futuro de la Corona.

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La reina Isabel es un paradigma para las monarquías europeas, sobre todo, a la hora de necesitar respiración asistida. Reinó siete décadas sorteando todo tipo de obstáculos, quizás el mayor cuando murió Diana Spencer. Y el único salto que dio al vacío fue en la apertura de los Juegos Olímpicos de 2012 en Londres, cuando simuló lanzarse en paracaídas junto a James Bond sobre el Estadio de Stratford. No dejó un solo folio sin escribir a lo largo de su prolongado reinado. Es más, no lo dejó de hacer incluso después de muerta.

Francisco, el papa peronista

Francisco, el papa peronista

Cuando su salud ya se deterioraba sin remedio, Isabel II decidió abandonar Buckingham e instalarse en el Castillo de Balmoral, su residencia estival y sitio predilecto. A partir de esta afinidad la Casa Real británica comunicó que se trataba de una elección íntima de Isabel. Sin embargo, se convirtió en el último gesto político de una figura que no dejó en ningún momento, incluso desde el más allá, de marcar con su impronta la agenda del reino.

No solo el deceso se produce allí, en Escocia, sino que el largo peregrinaje de sus restos cruzó ese país desde Balmoral a Edimburgo, en un lento cortejo por las carreteras escocesas durante casi siete horas, entrando en cada uno de los pueblos y dando un rodeo lo suficientemente pausado para que todos los habitantes pudieran dar su adiós a la soberana. Aquellas imágenes de la BBC recordaban a las que cada año se ven en la televisión del Tour de Francia, pero en lugar de los ciclistas atravesando verdes colinas, allí se veía rodar un cortejo fúnebre. No es procaz afirmar que se asistió a un acto de campaña electoral de la monarquía frente a un referéndum que luego el Tribunal Supremo británico declaró ilegal y prohibió realizar, pero en las elecciones generales de este año, el independentismo escocés tuvo una debacle histórica. Obviamente, hay circunstancias políticas que explican esta derrota, pero la reina, aún muerta, no dejó de hacer su trabajo.

Sin duda, Letizia también trabaja para dejar a su hija Leonor un legado narrativo, un gran relato con el que anhela que reine. Póstumo, claro está, como este último capítulo escrito por la reina Isabel. Al igual que El gatopardo, editado después de la muerte de su autor ya que Lampedusa murió sin ver su libro publicado, obra que sin duda la reina Letizia ha leído con suma atención. No cambió de profesión solo para representar una jerarquía; ejerce el cargo para convertir la información en respuestas.

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