Cuando Carlos Chamarro convenció a un ladrón para que cuidara de su furgoneta

A Carlos Chamarro (Barcelona, 1973) lo recordamos delante de una máquina de café con su camisa de manga corta, una corbata estridente —incluso hortera— y con un peinadito con raya al lado. Era Julián Palacios en Camera Café, una serie que este año se ha convertido en película y que acaba de terminar de rodarse bajo la dirección de Ernesto Sevilla. Este verano, el actor protagoniza Perdidos, una comedia junto a Agustín Jiménez en el patio del Teatro Quique San Francisco. Pero también sigue haciendo entrevistas variopintas en la cuenta de Instagram que comparte con su mujer, la también actriz Yolanda Vega. Llega al plató de Taller de Ideas (TDI) con su perrito Denzel y con una anécdota que le ocurrió hace ya veinticinco años y que protagonizan él mismo y un ladrón muy bondadoso…

PREGUNTA: Has venido con tu perro, ¿lo llevas contigo a todos los sitios?

RESPUESTA: Pues sí, como es un perrito tan amable, se porta tan bien y es tan chiquitín, me lo puedo llevar a casi todos sitios, como si fuera mi hijo pequeño. Yo a esta clase de perros los llamo perros cojín. No son de esos que tienes que sacarlos fuera constantemente y que corren y corren. Este se cansa enseguida.

P: ¿Te lo llevaste también al estreno de Perdidos?

R: Pues lo iba a llevar, pero como tampoco sabía con quién lo podía dejar allí donde hacemos la función, al final lo dejé en casa. Es más, después del estreno, en vez de celebrarlo, volví a casa porque lo quería sacar para que no estuviera tanto tiempo solo.

P: Háblanos de Perdidos. Una comedia que trata sobre las complicadas relaciones de pareja…

R: En Perdidos, el espectador encuentra a dos personas normales, que a lo mejor tienen una vida no tanto como anodina, pero sí muy normal. En un momento dado, se plantean cómo debe de ser eso de salir de nuestras relaciones y compartir. No se trata de un intercambio de parejas, pero sí que se dan permiso para ver cómo —sin celos— se les daría ahora, tras tantos años de matrimonio, eso de ligar. Y ahí, como es algo nuevo para ellos, se lía una bastante gorda.

P: Acabáis de terminar el rodaje de Camera Café. Qué responsabilidad trasladar la serie a la gran pantalla….

R: Sí, y más después de tantos años. La verdad es que el guion está muy conseguido porque el punto de partida es aquello que reconocías de la serie, que eran unos tíos delante de una máquina de café, pero, de pronto, empiezas a moverte por esa empresa que nunca viste, por las oficinas, sales a la calle… Creo que es un guión redondo y la película está muy bien dirigida por Ernesto Sevilla. ¡Se ha marcado un peliculón con homenajes a cineastas como Scorsese o Coppola! Cuando lo ves, piensas: esto va a ser un éxito. Tengo ganas ya de que se estrene, pero ya sabemos que estas cosas van lentas...

P: ¿Cómo ha sido volver a meterte en la piel de Julián Palacios?

R: Fue llegar a donde rodábamos, saludar a los compañeros y… ¡Acción! Chasqueabas los dedos y ya estabas metido en el personaje. Cuando me puse una camisa de manga corta y una corbata estridente, me di cuenta de que ya estaba de nuevo metido en el personaje. Fue muy chulo y muy fácil el reencuentro.

P: ¿Carlos Chamarro tiene algo de Julián Palacios?

R: Yo creo que sí. Igual que Julián soy bastante sindicalista. Soy un tío de familia humilde, de que las cosas son las que son y que lo mismo que pueda tener yo, también se lo merece el otro, así que peleo mucho por los demás. Lo que pasa es que Julián, luego, es muy chaquetero y, después de pelear mucho, decía: "Bueno, esto me lo quedo yo y los demás que se apañen". Eso yo no lo tengo.

P: Lo que sí que tienes es mano izquierda en general, en la vida cotidiana....

R: Sí… Hay un ejemplo que lo ejemplifica muy bien. Ocurrió cuando yo estaba en el grupo de teatro Comediants e inauguramos el Teatre Nacional de Catalunya (TNC). En aquella época, tenía una furgoneta Volkswagen de color naranja butano de estas que tienen una cocinita dentro, una cama y un techito que podías levantar para cocinar. Lo bueno del sitio es que se podía aparcar muy bien. Como os digo, yo estaba haciendo un espectáculo muy cansado y estaba mal de la voz...

P: Y parece que eso es algo que tiene trascendencia con lo que le pasó a la furgoneta...

R: Tal cual. Un día, termino la función, salgo del teatro, voy a buscar mi furgoneta, que la había aparcado en una calle muy larga. Al llegar veo que no está. Era la una de la madrugada y, en vez de la furgoneta, veo un camión. De repente, sigo andando un poco y veo que detrás de la caja del camión, está mi furgoneta naranja butano. Digo: ¡Hostia, qué susto! ¡Menos mal!”. Pero, en ese punto, saco las llaves y, cuando voy a meterme entre el camión y el morro de mi furgoneta para ir por el asiento del conductor, veo que se abre la puerta corredera y que sale un señor, al que a partir de ahora llamaremos ladrón, con las cadenas de las ruedas y la caja de herramientas.

P: ¿Qué le dices?

R: El tío baja de la furgoneta, se me queda mirando como diciendo: “¿Qué pasa?”. Yo me lo quedo mirando, como diciendo: “¡Es mi furgoneta!". Y me pregunta: “¿De dónde eres?”. A lo que yo respondo: “De aquí”. Él no me creía porque la matrícula de la furgoneta —que yo le había comprado a mi suegro— era de Madrid, así que trató de comprobar que, efectivamente, el vehículo era mío. Para demostrarlo, le enseñé aquella típica pegatina que teníamos en aquella época con una letra ce de Cataluña y con eso quedó más o menos convencido. Él sin soltar la caja de herramientas y las cadenas, y yo muy cansado y sin voz por la función. Vio que yo era un tío pequeñito, delgadito, que no tenía voz ni mucha energía y debió de pensar: "No nos vamos a pelear porque le doy dos tortazos y lo dejo aquí seco”.

P: Pero la historia no termina ahí. Al final, llegasteis a un buen trato.

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R: Sí, pero antes, en un momento dado, pienso: "Oye, ¿este tío cómo ha entrado en la furgoneta? ¡Me habrá roto algo!". Le pregunto si me ha roto la ventana y responde: "No, no, no. No he roto la ventana. Yo he bajado la ventana, he abierto la puerta y he entrado por la puerta del conductor". Y le pregunto: "¿Seguro?". Y digo: "Vamos a ver...". Me lo llevo a la altura de la ventana y vemos que, efectivamente, no está rota. En ese punto ya había dejado dentro de la furgoneta las dos cosas que iba a robar. Yo había empezado a hablar mucho, todo verborrea, y, al final, el hombre estaba cansado, se quería ir a su casa. Estaba más desorientado él que yo.

P: Estaría alucinando por lo pesado que te pusiste…

R: Entonces, le digo: "Oye, ¿cómo te llamas? Yo me llamo Carlos". Él se llamaba Omar. Nos damos la mano y le digo: "Ahora tenemos un problema. Yo voy a estar aquí trabajando toda la temporada. Mañana voy a volver a aparcar por aquí porque no tengo dinero para un parquin y tengo que aparcar en la calle. Claro, ¿qué va a pasar mañana? ¿Vas a venir otra vez a robarme? Es que no tiene ningún sentido". Y dice él: "No, no. Tú no te preocupes, que yo, Omar, vigilo tu furgoneta". Y efectivamente, en todo el tiempo que estuve en el TNC nadie le hizo nada a la furgoneta. Omar cumplió su palabra.

A Carlos Chamarro (Barcelona, 1973) lo recordamos delante de una máquina de café con su camisa de manga corta, una corbata estridente —incluso hortera— y con un peinadito con raya al lado. Era Julián Palacios en Camera Café, una serie que este año se ha convertido en película y que acaba de terminar de rodarse bajo la dirección de Ernesto Sevilla. Este verano, el actor protagoniza Perdidos, una comedia junto a Agustín Jiménez en el patio del Teatro Quique San Francisco. Pero también sigue haciendo entrevistas variopintas en la cuenta de Instagram que comparte con su mujer, la también actriz Yolanda Vega. Llega al plató de Taller de Ideas (TDI) con su perrito Denzel y con una anécdota que le ocurrió hace ya veinticinco años y que protagonizan él mismo y un ladrón muy bondadoso…

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