El retroceso del revólver contra el feminismo Cristina Monge
Cultura de guerra
En el momento actual hay unas 65 guerras y conflictos librándose a lo largo y ancho del planeta, la guerra de Rusia contra Ucrania es uno más. Desde 2018, estos enfrentamientos han aumentado un 20%, y de todos ellos hay cuatro que producen más de 10.000 muertes al año, y 16 con un número de muertes entre 1.000 y 9.999. Todos estos conflictos son entre países y posiciones lideradas por hombres como Vladimir Putin.
Cuando decimos que “el machismo es cultura, no conducta”, lo que queremos destacar es que los elementos que nos definen como sociedad en la manera de organizarnos y relacionarnos, y como personas en la forma de ser y posicionarnos ante la realidad, son elementos definidos por lo que los hombres han considerado conveniente a lo largo de la historia. No hay neutralidad, todo es machismo porque la normalidad ha sido establecida por esa mirada masculina para que todo transcurra bajo lo que previamente se ha decidido que debe ser, para de esa manera mantener el orden, no como algo abstracto y teórico, sino sobre la base objetiva de su propia dinámica y consecuencias. Por eso podemos convivir desde hace muchos años con más de 60 guerras y conflictos por todo el planeta.
Dentro de ese orden androcéntrico, la violencia es un elemento esencial que, por acción o como amenaza, actúa como uno de los principales pilares de la construcción a todos los niveles, desde lo más íntimo y privado en la violencia contra las mujeres, hasta lo social con toda la violencia dirigida contra quienes no sean representantes directos y legítimos del poder, es decir, contra quienes no sean hombres en lo biológico o en el género definido a partir del modelo dominante. De ahí la violencia contra las mujeres que también se produce en la sociedad, la LGTBIfobia, las agresiones a personas extranjeras, los ataques contra miembros de otros grupos étnicos...
Todo ello se hace para defender la “pureza” de su modelo y, algo importante, los privilegios que reporta a quienes ocupan posiciones de poder. Por esa razón, el uso de la violencia no se limita al plano privado y social, y se extiende a cualquier tipo de relación de la que se pueda obtener poder, llegando, como vemos, al plano internacional.
Putin se ha comportado como un machista de manual en todo el proceso que ha llevado a la guerra de Rusia con Ucrania. Su comportamiento no ha sido diferente al que lleva a cabo cada maltratador sobre su pareja
Y la esencia del modelo se fundamenta en dos elementos claves. Por un lado, la acumulación de poder, y por otro, el uso de la violencia como forma de reconocimiento y de consecución de objetivos.
- La acumulación de poder es el motor principal de la dinámica social androcéntrica. No tiene fin, por más poder que se tenga el objetivo es acumular más, lo cual tiene diferentes consecuencias, puesto que, por un lado, la persona es más poderosa y obtiene más reconocimiento, y por otro, todo el poder que acumula se lo resta a alguien, pues al final hablamos de escenarios y procesos finitos y tasados por las circunstancias.
- La violencia es la expresión machista por excelencia como reflejo del poder y como instrumento para conseguir más poder, al tiempo que crea la imagen de respeto sobre el temor y la amenaza que genera.
- La invasión de Ucrania y la no declaración formal de guerra por parte de Rusia muestra esa manera machista de actuar a la hora de justificar el uso de la violencia, y cómo esos elementos machistas están presentes tanto en un conflicto bélico internacional como en una relación de pareja cuando el hombre maltrata a la mujer.
Los principales elementos de la violencia machista en cualquiera de sus escenarios son:
1. Utilizan la violencia sin reconocerla como tal. Hablan de conflicto, de respuesta, de reacción, de escalada… Pero nunca de agresión o invasión.
2. Sitúan las razones para actuar de ese modo en la conducta de la víctima, no en su decisión. Es ella la que provoca.
3. Genera a su alrededor un clima de comprensión sobre sus razones, al tiempo que amplían la culpa del problema a los entornos de la víctima.
4. Se trata de una violencia moral, la razón principal no es la consecución de elementos materiales, sino ensalzar la propia imagen y posición del agresor, y con ella la de sus ideas y valores para, de ese modo, ampliar los logros a otras personas. Defienden su poder, su masculinidad y todo lo que representan en una actitud narcisista muy propia de estos violentos.
5. El golpe o el ataque es la consecuencia última de todo un proceso, en el que la víctima ha sido “cosificada” para evitar cualquier duda o debilidad que pueda nacer del plano emocional a la hora de usar la violencia. No hay compasión ni remordimiento, como no hay consideración alguna al factor humano.
6. Lo habitual es el uso de una “violencia excesiva”, es decir, una violencia con una intensidad mayor a la necesaria para la consecución de los elementos formales de su acción, porque esa “violencia de más” es la que produce un aleccionamiento y desencadena el terror y el temor de cara al futuro.
7. El objetivo último es la dominación, no el daño puntual.
Putin se ha comportado como un machista de manual en todo el proceso que ha llevado a la guerra de Rusia con Ucrania. Su comportamiento no ha sido diferente al que lleva a cabo cada maltratador sobre su pareja.
Lo sorprendente es que los países no sean capaces de identificar todas estas claves androcéntricas ni de ver el significado de este proceso, y que, como ha hecho el Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, se apele al cese de la guerra “en nombre de la humanidad”, como si la humanidad y las vidas humanas le importaran algo a quien decide utilizar la violencia para reforzar su imagen y posición. Seguro que cuando escuchó las palabras de Guterres, Putin lanzó una carcajada y se sintió aún más poderoso y seguro de lo que estaba haciendo.
La prueba final del machismo de Putin se comprueba en el reconocimiento que ha obtenido de líderes de ultraderecha como Yahir Bolsonaro y Viktor Orban, junto a otros de izquierda como Nicolás Maduro, líderes con ideologías muy diferentes, pero todos machistas.
La clave de esta guerra está en China y su líder, Xi Jinping, el único hombre al que, probablemente, teme Putin. De lo contrario, me temo que Ucrania, o gran parte de ella, será anexada por Rusia.
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
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