El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
El fin justifica los medios cuando no tienes principios
Dice el presidente de Castilla y León que gobernará con la ultraderecha y “sin complejos.” No es buena noticia que no tenga mala conciencia, porque lo que están haciendo él y su formación es poner la democracia en manos de quienes no creen en ella, abrirle la puerta a un caballo de Troya que ya no es de madera sino virtual y que, en estos tiempos, ya sabemos lo qué significa: meterle un virus al sistema para destruirlo. Lo que defienden sus aliados y en el Partido Popular tendrán que tragar, les guste o no, es una regresión escandalosa en los derechos de las y los ciudadanos, cuyas vidas pretenden teledirigir y organizar en base a una ideología de fronteras cerradas y mano dura contra la inmigración, y una moral reaccionaria que, según ellos, les habilita para meterse hasta en la cama de los demás. Los jefes de la calle de Génova son astronautas al revés, lo que han dado aquí, en Madrid o en Andalucía es un pequeño paso adelante para ellas y ellos y un gran paso atrás para el país.
Las dos gaviotas de su logotipo representan tal vez dos modos de pensar y dos destinos posibles: una quiere volar hacia la derecha y otra al centro, pero a día de hoy gana la primera: todo por alcanzar el poder, parece su lema, que tiene mucho en común con otras etapas, las de la corrupción normalizada como un método útil para llegar a La Moncloa, la Puerta del Sol o el palacio de Correos. Por tercera vez, el partido ha sido condenado por la trama Gürtel, que se sospecha que salió del despacho de Esperanza Aguirre, la antecesora y maestra de Isabel Díaz Ayuso, y que, entre otras cosas, también perseguía adulterar el mismo sistema, financiándose irregularmente, saltándose la ley y, por lo tanto, ganando elecciones con trampas. Todo empezó con M. Rajoy declarando solemnemente, con su plana mayor haciéndole de público y guardaespaldas, que aquello “no era una trama del PP, sino contra el PP.” Los jueces ya lo han negado tres veces.
Los escándalos en la Comunidad de Madrid y en el Ayuntamiento de la capital no parecen tener fin, son una pesadilla que se muerde la cola, cada nueva o nuevo dirigente parece un eco del anterior y el caso es que muchos protagonizan episodios rocambolescos y algunos terminan en la cárcel o al menos ante los tribunales, pero el dinero público desaparece por arte de birlibirloque y no regresa. Hay quienes le restan hierro al asunto con la teoría de que se cometen actos indecorosos, pero no ilegales. Ya veremos, porque una cosa no quita la otra, pero lo que ha ocurrido con el asunto de las mascarillas y el trapicheo multimillonario con el que se repartieron cantidades desorbitadas para, o con la participación de, hermanos, ex novios, amigos o primos, es algo digno de una película de vampiros: esos señoritos con ademán de piratas se llevaban comisiones vergonzosas con las que, en el último caso destapado por la banca donde ingresaban el botín, después se compraban embarcaciones y coches de lujo o pagaban miles de euros por una noche de hotel; pero lo terrible no es ya lo que hacían, sino cuándo, en el momento en que morían en España casi mil personas diarias, cuando no había material de protección para el personal sanitario, ni fondos para contratar médicos, enfermeros o rastreadores y había que recurrir a los ERTE para que quienes estaban confinados y no podía ir a trabajar pudiesen comer y las empresas no quebraran…
En esos instantes dramáticos, algunos vividores cercanos a la presidenta de la Comunidad o el alcalde, se hacían de oro y se dedicaban a vivir como reyes y a quemar billetes. Ayuso se revuelve contra propios y ajenos, pero las fiscalías de la Unión Europea y de España ya la investigan. Cuidado, porque, se diga lo que se diga, cuando las ruedas de la Justicia empiezan a girar, no es tan fácil detenerlas. Que se lo pregunten al todopoderoso Rodrigo Rato, al tesorero Luis Bárcenas o al miembro de la Familia Real, Iñaki Urdangarin. O, antes, al ministro Barrionuevo, al gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, o al director general de la Guardia Civil, Luis Roldán.
Da igual el camino, a veces el diablo les hace una oferta por su alma o se la ofrecen, pero el resultado es el mismo: nos roban, abusan de su poder o del de su familiar, cometen estafas, vacían las cajas fuertes donde está el fruto del trabajo de todos
El caso del ex duque de Palma, que no se lio la manta a la cabeza cuando era jugador de balonmano sino en el instante en que pisó La Zarzuela, es paradigmático de un mal que nos acecha: el de los parientes de un cargo público que aprovechan la circunstancia para llenar sus cuentas a cambio de convertirse en el cebo de un o varios delincuentes, una tradición que incluye a Juan Guerra o al propio rey emérito. Da igual el camino, a veces el diablo les hace una oferta por su alma y a veces se la ofrecen, pero el resultado es el mismo: nos roban, abusan de su poder o del de su familiar, cometen estafas, vacían las cajas fuertes donde está el fruto del trabajo de todos. Son una plaga y quien debería fumigarlos, los amaestra y convierte en animales de compañía, aunque luego, cuando les echen el guante, dirá que entraron por la ventana, que no eran suyos.
El alcalde de Madrid dice justo eso, que no tenía ni idea, por ejemplo, de que se le estaba pagando seis millones de euros de comisión a un par de truhanes por un contrato de once. Qué curioso que nadie controlara los precios, los tantos por ciento, mirase si lo que se pedía coincidía con lo que en aquellos momentos había en el mercado. Cualquiera que haga un trabajo para una administración local sabe la cantidad de papeleo que hay que entregar para cobrar una pequeña cantidad: se piden certificados de Hacienda, de la Seguridad Social, de titularidad de la cuenta donde se ingrese, hay que hacer presupuestos, facturas… ¿Y a esos dos individuos que mediaban con extrañas empresas para traer material anti pandémico desde China, no se les pidió nada? Suena raro, muy raro y muy oscuro. Hay quienes creen que la manera más segura de no caer es subir un poco más arriba, porque llegar al poder los hará inalcanzables. Y si tienen que trepar agarrados a la ultraderecha, lo mismo le da: el fin justifica los medios, dice la gente sin principios. Algunas veces tienen razón, pero no siempre. Veremos en esta ocasión. De momento, a los dos últimos listos de la clase ya les han embargado lo que obtuvieron de forma seguramente fraudulenta. Ahora ya sólo queda pedir que lo que se haya malversado o robado se devuelva, que las responsabilidades políticas que conlleven esos delitos sean depuradas y, siendo muy optimistas, que lo que se recupere de use para aquello que era su destino: la Sanidad pública. Sería bonito: un cuento de miedo con un final feliz.
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