Periódicos para envolver el chóped Joaquín Jesús Sánchez
Contra Le Pen: votar con dolor para conjurar el horror
Nunca antes la extrema derecha ha estado tan cerca del poder. Porque es la peor enemiga de la igualdad, de los derechos y de las libertades, votar contra su candidata es la única opción antifascista en el marco electoral. Pero será doloroso, ya que en la otra papeleta figura el nombre del máximo responsable de esta catástrofe, Emmanuel Macron.
Fábula de Esopo, antiguo escritor griego, Pedro y el lobo cuenta la historia de un pastorcillo que, para burlarse de la credulidad de los lugareños, les pidió ayuda varias veces, aunque ningún lobo amenazaba a sus ovejas. Cuando realmente fue así, nadie respondió a su llamada, y la bestia pudo devorar alegremente a su rebaño.
Moraleja de la fábula: “Los mentirosos sólo ganan una cosa, y es que no se les crea, aunque digan la verdad”. Aquí estamos, trágicamente, siendo llamados por un pastor mentiroso para salvar a su rebaño de un lobo voraz. Con la tentación de no decidirse por todo lo que ha engañado, mentido y humillado. “La catástrofe está en marcha”, alertábamos en junio de 2021, citando ya la fábula de Esopo el Frigio.
Emmanuel Macron haría mejor en callarse durante esta campaña entre ambas vueltas de las elecciones presidenciales, dado lo que se parece a este niño irresponsable que juega con el peligro. Mientras que la extrema derecha ha salido más reforzada que nunca de la primera vuelta, simultáneamente multiplicada, desestabilizada y banalizada, el presidente saliente es el peor situado para invitar a evitar su victoria en la segunda vuelta.
Como responsable de esta catástrofe después de haber sido elegido para evitarla, añade a este balance poco envidiable la desastrosa pedagogía de una campaña cínica. Haciendo ya como si todos sus votos en la segunda vuelta valiesen para adherirse a su programa, y se burla de los votantes con eslóganes robados –El futuro en común, el programa de Jean-Luc Mélenchon– y anuncios demagógicos –un primer ministro de “planificación ecológica”, después de haber traicionado la Convención Ciudadana por el Clima–.
Cuando, por tercera vez después de 2002 y 2017, la amenaza del lobo se hace aún más seria, este pastor provoca unas ganas terribles de huir de las urnas, sea cual sea el peligro para el rebaño (un debate que también se plantea el equipo de Mediapart, véase abajo La caja negra). Salvo que este rebaño no es suyo sino nuestro.
Es nuestro bien común: la igualdad sin distinción de origen, condición, nacimiento, creencia, apariencia, sexo, género... Esta promesa está recogida en el artículo 1 de la Declaración de los Derechos Humanos integrada en el preámbulo de la Constitución francesa. El hecho de que, con el gobierno actual, haga falta defenderla a menudo por estar tan herida o traicionada, es desproporcionado con el advenimiento de una presidencia que la pisotea, la borra y la niega. Esta es la dificultad, y al mismo tiempo la coherencia, de una estrategia antifascista global.
Bloquear el fascismo, en todas partes, todo el tiempo, sin vacilar ni dudar, significa tanto documentar las derivas fascistoides de los poderes fácticos (desde el discurso sarkozista de Grenoble en 2010 hasta la pérdida de la nacionalidad holandesa en 2015, a la demagogia de la presidencia macronista sobre el separatismo), manifestarse en las calles (a pesar de la reciente afirmación del presidente saliente en Marsella de que no sirve para nada) y usar su papeleta de voto (aunque vaya a un candidato que uno hubiera querido eliminar).
La extrema derecha es la peor enemiga de la igualdad, de los derechos y de las libertades. Votar contra su candidata es la única opción antifascista. Pero será doloroso, ya que en la otra papeleta figura el máximo responsable de esta catástrofe, Macron
Según nuestras informaciones, ella es totalmente de derechas –el lema elegido por el equipo de Mediapart (socio editorial de infoLibre) para su participación en la manifestación del sábado 16 de abril contra el peligro Le Pen– resume nuestra advertencia. Esta decisión no es prejuiciosa o intolerante, sino racional e informada, investigada y documentada, como puede comprobarse leyendo los artículos publicados en abierto.
En ellos se constata la verdadera realidad, violenta y racista, antisocial y antidemocrática, liberticida y antifeminista, cínica y amoral, del Reagrupamiento Nacional en sus nuevos hábitos.
Aquí, extrema derecha es un eufemismo para los herederos ideológicos de los enemigos de la igualdad natural. Desde las proclamas de Jean-Jacques Rousseau y las revoluciones inaugurales –americana, francesa y haitiana–, no ha dejado de imaginar una vuelta al pasado mediante la dominación indivisa de un origen, una nación, una cultura, un pueblo, una condición, una apariencia o una creencia sobre todas las demás.
El programa de Marine Le Pen hace así de la “preferencia nacional”, rebautizada como “prioridad nacional”, su principal ambición política, hasta el punto de prever la exclusión de la función pública, lo antes posible, a quienes poseen la doble nacionalidad. Es decir, instalar una jerarquía discriminatoria ligada al azar del nacimiento que, al esencializar la identidad nacional, favorece la clasificación entre franceses, los verdaderos y los falsos, los buenos y los malos. Y así arrastrar a nuestro país a una perdición sin retorno.
La “raza”, esa construcción imaginaria de una identidad pura e inmutable, acaba arrastrando la mayoría de las veces esa obsesión por la uniformidad y la jerarquía a una ideología asesina que quiere borrar, excluir o suprimir todo lo que la contradice, ya sean diferencias o disidencias. Por ello, no se trata de opiniones que puedan debatirse, sino de delitos que ahora están recogidos en la ley, ya que la historia ha demostrado que estas ideas conducen a crímenes masivos.
Si alguien lo dudaba, pensando que esta locura se había acabado con los genocidios del siglo pasado, la banalización durante esta campaña del discurso sobre el "gran reemplazo" y la “remigración” demuestra lo contrario: no es más que un llamamiento a la aniquilación de los musulmanes de Francia. Al menos para empezar, ya que el racismo es una matrioshka en la que caben otros chivos expiatorios bajo el objetivo principal, como demuestra la persistencia del antisemitismo, o incluso su resurgimiento con la rehabilitación de Vichy y el mariscal Pétain o la sospecha sobre la inocencia del capitán Dreyfus.
En la diversidad de sus itinerarios, que atraviesan todo el espectro político –Eric Zemmour se unió a Marine Le Pen en la segunda vuelta, reivindicando su admiración por el chevenementismo y Nicolas Dupont-Aignan procede de la derecha gaullista–, la combinación de tres candidatos de extrema derecha subraya hasta qué punto este pasado, que no desaparece, revela, a largo plazo, el lado oscuro de Francia. Su lado político en la sombra, activo y vivo como un volcán dormido: un temible polvorín, en la encrucijada del petainismo y el colonialismo, el imperialismo y el bonapartismo, cuyas herencias siguen pendientes.
Marine Le Pen es el último avatar de una oscura genealogía de la que Francia aún no ha conseguido liberarse
Pensadores de la contrarrevolución después de 1789 y antisemitas antidreyfusarios de finales del siglo XIX, partidarios del fascismo italiano y colaboradores del nazismo alemán en la primera mitad del siglo XX, ideólogos de la tortura colonial y terroristas de la OAS durante la guerra de Argelia, después Orden Nuevo y posteriormente el Frente Nacional, sin olvidar el laboratorio intelectual de la Nueva Derecha: Marine Le Pen es el avatar definitivo de una oscura genealogía de la que Francia aún no ha conseguido librarse.
Dejarse engañar por su reciente disfraz de amante de los gatos, buena amiga y jardinera apacible, hasta el punto de dejar entrar al lobo neofascista en el redil democrático, es aceptar un punto de no retorno. Creer que habrá suficientes anticuerpos en el aparato del Estado y en la movilización de la sociedad para expulsarlo lo antes posible es subestimar la fuerza de la inercia de este pasado no resuelto y siempre presente, por no hablar de la excepcionalidad de las instituciones francesas que hacen de la presidencia, una vez conquistada, una fortaleza casi inexpugnable.
Por desgracia, esta posible tragedia no parece ni siquiera afectar a Emmanuel Macron, que, a pocos días de la cita definitiva con las urnas, no duda en enfrentar a la “extrema derecha” y a la “extrema izquierda” para definir mejor su propio partido como “el extremo centro”. Una semana antes de la primera vuelta, se había atrevido a equiparar la extrema derecha (lo “políticamente abyecto”) con el antifascismo (lo “políticamente correcto”). Insultando la memoria de la resistencia, tanto al nazismo como al colonialismo, la incultura histórica redobla aquí la irresponsabilidad democrática.
El bloqueo a la extrema derecha se llevará a cabo, pues, a pesar de Emmanuel Macron y contra él. Elegido para poner fin a la interminable crisis democrática francesa, de la que el absolutismo presidencial es el acelerador y el ascenso de la extrema derecha el resultado, este presidente ha hecho lo contrario durante cinco años. Cuesta creer que el 7 de mayo de 2017, la noche electoral, prometiera “una nueva página en nuestra larga historia”, la de la “esperanza y la confianza renovadas”.
“La renovación de nuestra vida pública se impondrá a todos desde mañana”, proclamó. “La moralización de nuestra vida pública, el reconocimiento del pluralismo, la vitalidad democrática serán, desde el primer día, la base de mi acción”. La misma insistencia hizo en su discurso de investidura, pronunciado en el Palacio del Elíseo el 14 de mayo de 2017: “Me aseguraré de que nuestro país experimente una renovación de la vitalidad democrática. Los ciudadanos tendrán voz y voto. Se les escuchará”.
Ha sido todo lo contrario. Al dirigir con tanta arrogancia como brutalidad políticas de clase, al servicio de los intereses sociales minoritarios, optó decididamente por desviar su atención hacia las cuestiones de seguridad, migración e identidad, los mismos temas que son el caldo de cultivo del neofascismo.
Si este último llama ahora a la puerta presidencial, es porque la fascistización ha seguido avanzando con esta presidencia, dando rienda suelta a la designación de chivos expiatorios en lugar de agruparse en torno a las urgencias ecológicas, sociales y democráticas. ¿Es necesario recordar la frecuentación asidua de Philippe de Villiers, testigo de la derecha identitaria, o la solicitud hacia Éric Zemmour, propagandista racista probado, por no hablar de la complacencia de los ministros por la CNews, cadena de televisión de odio racista y xenófobo?
Con una violencia sin precedentes desde la guerra de Argelia, la represión de los movimientos sociales, en particular de los chalecos amarillos, pero también de los jóvenes y de los barrios populares, ha sustituido el Estado de derecho por un Estado policial, brutalizando las libertades fundamentales. Las incesantes campañas contra los espantapájaros islamo-izquierdistas y la complacencia con los medios de comunicación propagadores del racismo islamófobo han dado lugar a una ley liberticida que, con el pretexto del “separatismo” –término antes reservado a los comunistas y anticolonialistas– criminaliza la autoorganización de los discriminados.
A estas puertas abiertas al odio ordinario, ampliamente documentadas por Mediapart, la presidencia de Macron ha añadido una regresión en la exigencia democrática, renunciando a la virtud republicana y despreciando los contrapoderes.
Ante un ministro de Justicia investigado por conflicto de intereses, nunca antes los jueces se habían movilizado tanto para defender la independencia de la Justicia. En cuanto a los medios de comunicación, basta con ver nuestro documental Media Crash para ver la aceleración de un desastre cuyos principales actores son los multimillonarios mimados por esta presidencia. Pero la ilustración más elocuente de este declive democrático la proporciona el caso de Nicolas Sarkozy.
Nos duele que muchos utilicemos la papeleta de Macron para votar contra Le Pen y así conjurar esta catástrofe y el pavor que nos invade ante su posibilidad
Aunque ha sido condenado dos veces en primera instancia, sobre todo por corrupción, y sigue siendo investigado en la causa libia por “conspiración criminal”, “malversación de fondos públicos”, “financiación ilícita de una campaña electoral” y, de nuevo, “corrupción”, la causa judicial del expresidente la sigue sin pudor el entorno presidencial. Al conocer la noticia de su apoyo electoral declarado, el candidato saliente se apresuró incluso a considerarlo un gesto que “honra y obliga”.
Tantos hechos que animaron a sancionar a Emmanuel Macron en la primera vuelta. Y que hay que tener en cuenta ahora que se trata de evitar una victoria de la extrema derecha en la segunda vuelta. Por ello, es doloroso que muchos de nosotros, el domingo 24 de abril, utilicemos la papeleta de Macron para votar contra Le Pen y así conjurar esta catástrofe y el horror que nos invade ante la posibilidad.
Será un voto contra ella y ciertamente no a favor de él. Es un voto racional, no pasional. En materia electoral, la emoción no es una buena consejera. No faltan ejemplos, en el extranjero o en el pasado, que nos recuerdan que las urnas de la ira producen amargas secuelas, de mayor sufrimiento y opresión agravada.
Sobre todo, pensemos en quienes serían las primeras víctimas de una presidencia neofascista: musulmanes, árabes, africanos/as, inmigrantes, negros/as, refugiados/as, extranjeros/as, LGTBQI+, judíos/as, romaníes, etc. “La extrema derecha en el poder es un punto de no retorno”, le dijo el rapero Médine a Mediapart.
“Salvemos la libertad, la libertad salva el resto”. Esta recomendación de Victor Hugo, en sus Cosas vistas, nos recuerda que, para la emancipación, la elección electoral está entre el mantenimiento de un espacio de conflicto, de oposición y de movilización, o su eclipse brutal, del que el programa anticonstitucional de Marine Le Pen no oculta nada. Es mejor continuar la lucha contra una fascistización que, por desgracia, gangrena a la derecha y a la izquierda del gobierno, que correr el riesgo de tener que combatir al fascismo de rodillas. Como se oyó en las manifestaciones del sábado 16 de abril, “más vale un voto que apesta que un voto que mata”.
Un periódico independiente no es un director de conciencia, recordamos antes de la primera vuelta invitando, ya, a bloquear a la extrema derecha votando al candidato de izquierdas mejor situado, en la diversidad de nuestras sensibilidades, para que pasase a la segunda vuelta. Hoy que esta esperanza se ha visto defraudada, no cambiamos de actitud, esperando convencer, a través de nuestra información, del peligro de Le Pen a quienes, por las razones mencionadas anteriormente, se plantean la abstención o el voto en blanco.
Sin embargo, nos negamos a sermonearles o culpabilizarlos. Si, por desgracia, la extrema derecha llega al poder la noche del 24 de abril, los primeros responsables serán los que la votaron por convicción o por complacencia, pensando que no es un peligro. Pero también quienes, durante los últimos cinco años, los han alentado cediendo terreno a sus obsesiones identitarias.
Por no hablar de los que, como el presidente saliente y sus partidarios, habrán fracasado en la movilización del electorado de las oposiciones de izquierda, ignorando sus expectativas y despreciando su enfado.
La caja negra
Entre el rechazo a Marine Le Pen y la crítica a Emmanuel Macron, la opinión que precede estas líneas expresa una posición antifascista de principios, independiente de los vaivenes de la campaña electoral. Soy el único responsable de ella, aunque, como la anterior antes de la primera vuelta, se haya nutrido de conversaciones con el equipo de Mediapart. El equipo lo ha debatido ampliamente desde el 10 de abril, y se ha visto desgarrado por los mismos conflictos que nuestros lectores, entre los que no dudarán en votar a Macron contra Le Pen y otros que preferirán no ir a votar, aunque compartan el mismo compromiso contra la extrema derecha. El equipo de Mediapart decidió colectivamente instar a participar en la manifestación parisina contra Le Pen del sábado 16 de abril.
Traducción: Mariola Moreno
Leer el texto en francés:
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