El andador
La evolución es fruto del bipedismo y ha marcado la condición humana a lo largo del tiempo en distintas sociedades. La ventaja adaptativa de los más fuertes inspiró el liberalismo económico desde sus comienzos, pero también la ayuda mutua de los animales sociales sirvió de modelo para los primeros proyectos de protección social que iban más allá de la beneficencia y la asistencia social. Desde hace tiempo, asistimos a la inversión de esa ecuación entre lo público y lo privado, que condena a los débiles a desaparecer. En el caso de las personas mayores, la crueldad de la exclusión se agrava por la soledad y la enfermedad. Están atendidos, la dotación ha aumentado, las ratios habrán bajado o subido según las estadísticas creativas, pero también los hechos cotidianos, las cosas materiales que necesitamos, sirven de indicadores de una realidad de abandono sistemático agravado por la pandemia.
Un andador es un elemento fundamental para la rehabilitación de cualquier persona y como tal debe estar presente en un hospital. En los madrileños, sin embargo, es un artículo de lujo. No hay, tienes que traerlo tú o compartirlo con otros pacientes. Ventaja adaptativa del usuario, pierde la partida el paciente. Es un artículo aparentemente sencillo, pero con muchas gamas: los hay con cesta, ruedas gruesas, varios colores, algunos pueden servir de asiento si no hay sillas y te lo puedes guardar en la habitación si no es compartida. Todo en función del tipo de cliente. El resto depende de la ayuda familiar o tiene que compartir por turnos el andador, debidamente escondido tras las sillas de los acompañantes. Los individuos solos, los más débiles dentro de la debilidad, siguen postrados en sus camas. No pueden ver el mundo que les rodea, caminar por los pasillos de esa colmena de habitaciones entreabiertas donde luchan por seguir aquí con nosotros. Hay wi-fi pero el ascensor social solo baja. El precio de mercado de un andador oscila en torno a los cien euros. En un lote de licitación pública puede reducirse sensiblemente dentro de un modelo estándar. Solo con las cotizaciones del último año trabajado de las personas mayores podrían garantizarse este tipo de aparatos para toda su generación. Los de diagnóstico, los más caros, también, descontando incluso el monto de su pensión. Lo siguen demostrando los propios locos economistas de la felicidad y la riqueza de las naciones, pero todo está orientado, precisamente, a quitar el valor adquirido en décadas de sistemas de protección social. Externalizar, crear negocio con el cuidado de los mayores, anegar de mala imagen las residencias, desandar lo andado, mostrar la única salida: la muerte o la privada.
Externalizar, crear negocio con el cuidado de los mayores, anegar de mala imagen las residencias, desandar lo andado, mostrar la única salida: la muerte o la privada
Objeto de deseo, el andador solo es la punta del iceberg de un mundo que se viene abajo. Un mundo en el que la digitalización impide la relación médico-paciente, en el que la teleasistencia es una derivada compleja y en el que la evaluación de la dependencia es un imposible. Desestructuradas, las partes del sistema de protección social compiten entre sí para sobrevivir, se derivan la responsabilidad unas a otras, en medio del colapso y la sensación de lenta descomposición. Solo nos salva del abismo el factor humano, el enorme animal social que componen los profesionales de la medicina. Defender la sanidad pública no puede ser un mero recurso político. Pasa por cambiar esta realidad cotidiana que condena a los más débiles, pasa por asegurar los controles para que haya andadores, centros de día, asistencia a domicilio y residencias medicalizadas… porque morir con dignidad no dependa de la beneficencia. Ejemplo de vida me han dado todas esas personas que comparten un andador sin necesidad de que nadie se lo diga, simplemente saben lo que tienen que hacer, lo que es justo e igualitario, según su movilidad y necesidad. No puede haber mejor ejemplo de una política cercana a los problemas y necesidades de la gente que estos sientan las instituciones a su servicio y no alejadas de ellos. En ese vacío ha crecido una extrema derecha que ha ocupado el espacio político desplazado hacia la identidad y la diversidad. Puede que demográficamente los mayores sean un porcentaje de voto a la baja e inferior a los otros grupos de edad, pero el riesgo de exposición a la pobreza y la exclusión es cada vez mayor entre grupos sociales amplios. Necesitamos el andador para no perder el ascensor social, es nuestra ventaja adaptativa.
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Gutmaro Gómez Bravo es historiador y profesor en la Universidad Complutense de Madrid.