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De desplantes y posibles significados

Gaspar Llamazares

Después de la pandemia y el recurso obligado al sucedáneo de las reuniones telemáticas, parecía que con la nueva normalidad volverían con cierto furor las reuniones presenciales y su correspondiente liturgia. Sin embargo, se mantiene el filtro de la cita previa y no acaba de llegar la normalidad plena de la relación personal en muchos ámbitos. Los que sí han reaparecido en la política son el viejo recurso a la solemnización de las reuniones y su contrario del escándalo por los desplantes.

En este sentido, el desplante del rey de Marruecos, que permanece de vacaciones en Gabón desde diciembre, y su ausencia de la cumbre entre los gobiernos de España y Marruecos, cuando ésta pretendía ser un punto de inflexión en la consolidación de las relaciones de vecindad entre ambos países, no está exenta de significado. Bien para rebajar la importancia de la reunión y mantener las distancias o simplemente para mostrar el desafecto.

El impacto de la ausencia real ha sido mayor, no solo por el efecto sorpresa de la expectativa creada por el Gobierno, sobre todo después del reciente éxito político de la cumbre hispano-francesa en Barcelona, sino también por el clima de polarización política, mediática y ahora también económica en clave preelectoral. Y es que la política exterior para la derecha española no deja de ser algo a utilizar para consumo interno, sobre todo si refuerza sus prejuicios sobre la incapacidad de origen de la izquierda para la gran política y además sirve de argumento sobre el coste en materia energética de la ruptura de las relaciones con Argelia. Se la tenían guardada al presidente Sánchez por su papel en la Unión Europea y no han dudado en aprovechar la ocasión para pasarle factura.

Desde la renuncia al principio de autodeterminación y el reconocimiento de la sui generis autonomía marroquí "como solución más creíble para la descolonización del Sáhara", era de esperar que las relaciones con el reino de Marruecos mejoraran en los temas más sensibles, como son la inmigración o la reapertura de las fronteras de Ceuta y Melilla. También que Marruecos no solo reconociera el inicio de una nueva etapa y que como consecuencia el monarca recibiera en su momento al presidente del Gobierno para confirmar la perspectiva abierta en las relaciones bilaterales.

Para justificar la ausencia del monarca, es verdad que él nunca asiste a las cumbres entre gobiernos, aunque hasta ahora sí solía recibir a las máximas autoridades del país visitante, aunque fuera en una reunión aparte. Por otro lado, también es cierto que en los últimos tiempos abundan tanto sus largos periodos vacacionales como el correspondiente desentendimiento de sus obligaciones, cosa que incluso en el seno de la hermética política marroquí ya es un clamor.

Sin embargo, tanto la ausencia del rey como la razón esgrimida relativa a su permanencia de vacaciones en su mansión de Gabón, bien pudiera ser un mensaje de que, aunque las relaciones formales se han recuperado y que incluso se han reforzado en relación a años y a gobiernos anteriores, sin embargo se quiera dar a entender que no todo está olvidado (respecto a la acogida humanitaria del presidente de la RASD), que mantiene su desconfianza hacia la nueva orientación política del actual gobierno, debido a las diferencias dentro de la coalición y a la debilidad de los apoyos a la misma en el parlamento, y que en definitiva, a pesar de las concesiones de España, Marruecos mantiene activa una agenda de contenciosos pendientes con España. Uno de ellos y no menor es el de la soberanía sobre las ciudades Autónomas de Ceuta y Melilla.

No parece que haya bastado con dar la razón al régimen marroquí en lo fundamental para garantizarse con ello la tranquilidad en la relaciones de vecindad ni tampoco en la política exterior

Por otra parte, si bien Marruecos ha reforzado su posición internacional con la nueva alianza con Israel dentro del acuerdo Abraham y que cuenta también con el tradicional apoyo de los EEUU, no deja de mantener unas tensas relaciones con varios países europeos, entre los que destaca Francia, y con la propia Unión Europea. En este sentido, no hay más que ver su reacción airada ante la reciente votación en el parlamento europeo, en la que solo los diputados del PSOE se han desmarcado de la condena a los ataques del reino alauí a la libertad de expresión.

Por tanto, no parece que haya bastado con dar la razón al régimen marroquí en lo fundamental para garantizarse con ello la tranquilidad en la relaciones de vecindad ni tampoco en la política exterior. En definitiva, cabe deducir que la relación bilateral y la próxima presidencia semestral de la UE no serán tan tranquilas como el presidente del Gobierno preveía, al menos en lo que tiene que ver con el flanco sur. Por el contrario, sigue siendo necesario el desarrollo de una política exterior propia e integrada con la de la Unión Europea.

Por otra parte, el desplante de los ministros de Unidas Podemos de la coalición de gobierno en la cumbre con Marruecos es cierto que en buena medida se explica por el legítimo desacuerdo con el cambio unilateral de posición del presidente del Gobierno en relación a las obligaciones de España con el ejercicio del derecho a la autodeterminación del Sáhara. Sin embargo, esa diferencia en un tema tan sensible de política exterior no puede justificar la ausencia de todos sus ministros de una cumbre con un país vecino en la que se tratan temas de tanto interés para España, a tenor de los venticuatro acuerdos aprobados. Y es que ser gobierno tiene ventajas e inconvenientes y hay que asumirlos todos.

Porque más allá de la legítima posición de UP sobre la autodeterminación y el rechazo al giro unilateral y sin respaldo parlamentario del presidente del Gobierno, cosa que muchos y no solo en el ámbito de la izquierda compartimos, el desplante refleja también un modelo de gobierno, que más que compartido parece estar compartimentalizado en ministerios estancos, cosa que en su momento ya se expresó públicamente en la cumbre de la OTAN, y que si bien no ha sido un obstáculo para la estabilidad política ni presupuestaria del Gobierno, está en el trasfondo de sus principales problemas como los de coordinación, de comunicación y de imagen ante la opinión pública, que son los que más han afectado y más pueden lastrar su continuidad, sobre todo en un año crucial, como es este año electoral. 

Por último, el desplante no menor del presidente de la CEOE en el foro empresarial con Marruecos, después del reciente portazo a la mesa de concertación social sobre la subida del salario mínimo y el que, aunque más lejano en el tiempo no por ello ha sido de menor significado, de la mesa de negociación sobre el imprescindible marco de un acuerdo estatal para los salarios y el empleo (paso previo al pacto de rentas) ha confirmado el cambio de la imagen de colaboración institucional mostrada por la patronal a lo largo de la pandemia, con los ERTE y los acuerdos posteriores, incluida la reforma laboral. Y no es solo que la patronal española de forma egoísta haya decidido estar solo en lo que le reporte beneficios y no en el momento del necesario reparto.

Este nuevo desplante, que se añade a otros desplantes recientes, se explica con una sola clave: la electoral. Todo ello a partir de la renovación de Garamendi al frente de la CEOE y sobre todo de la investidura de Núñez Feijóo como presidente del PP, para en definitiva entrar a formar parte de la estrategia de oposición y de alternativa política de toda la derecha, de tal manera que Feijóo ahora es también el candidato de la CEOE a la presidencia del Gobierno. En consecuencia, la polarización de la derecha ha pasado de ser política, mediática e institucional a trasladarse con el desplante de Marruecos al poder económico y a la sociedad civil.

Desplantes y polarización preelectoral habemus.

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Gaspar Llamazares es fundador de Actúa.

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