Ignacio Ellacuría, teólogo y filósofo de la liberación Juan José Tamayo
Ayuso o la vida
“Ayuso no tiene principios ni valores, es la antítesis de lo que fue mi hermano”, dice Consuelo Ordóñez, que lamenta "la sistemática utilización de las víctimas del terrorismo por parte del PP" y la califica de “nauseabunda”. Son palabras muy duras, viniendo además de quien vienen, porque su apellido es uno de los símbolos del horror que sembró en nuestro país la banda criminal ETA, a la que el presidente José María Aznar llamó en su día “movimiento de liberación vasco”. Pero la acusación sirve también como retrato de una política cuya única estrategia es el ruido, el insulto y la descalificación del adversario, la siembra de cizaña y el lavado continuo de manos. Su modo de actuar consiste en no asumir jamás culpa alguna, que siempre le atribuye a la izquierda, una táctica que alcanzó su culminación siniestra con el asunto de las residencias geriátricas durante la pandemia, cuando su Gobierno envió a los centros un protocolo que mandaba no trasladar a las y los ancianos a los hospitales, lo que en la práctica condenó a muerte a miles de ellos y Ayuso trató de culpar al entonces vicepresidente Pablo Iglesias de lo sucedido, afirmando que era el responsable máximo. Mentía, como tantas veces, pero sus voceros aún mantienen la falacia por esas tertulias de Dios. Ningún tribunal ha visto hasta ahora en su actitud nada digno de ser juzgado, tal vez estaban todos ocupados tratando de incriminar a la ministra Irene Montero por haberle dejado el niño en brazos a una amiga, durante un mitin.
Ayuso, desde luego, es ella y su circunstancia, que diría Ortega y Gasset, y como sus asesores le dicen que la crispación da votos, nunca sale a la calle sin el palo de la bandera y su modelo de actuación es sencillo: leña al mono. Y mientras el mono grita, el guirigay distrae la atención y no se ve el incendio que está arrasando la selva. De momento, se va de rositas de todos los escándalos, incluidos los recurrentes negocios de su familia con dinero público, que entre otras cosas le costó el puesto a Pablo Casado al frente de su partido: a quién se le ocurre criticar que el hermano de la presidenta se llevase un buen pellizco intermediando en la compra de mascarillas contra el covid-19 “cuando en España morían novecientas personas al día”. Ahora hay quien dice que existen en algún despacho de la Comunidad vídeos preparados para cortarle la cabeza a quienes se atrevan a cuestionarla. No será Núñez Feijóo, a él ya le dejaron claro, tumbándole el acuerdo sobre el CGPJ al que había llegado con La Moncloa, “para qué le habían traído a Madrid.” ¿Quién manda en el PP? ¿Díaz Ayuso? ¿Y en ella? Igual actúa sola, es otro caso aislado, como los de la corrupción.
¿Quién manda en el PP? ¿Díaz Ayuso? ¿Y en ella? Igual actúa sola, es otro caso aislado, como los de la corrupción
Cualquier dirigente responsable y respetuoso estaría preocupada por la nueva manifestación que ha inundado Madrid en protesta contra el desmantelamiento programático de la Sanidad Pública en la región y para pedir su dimisión. O con la huelga indefinida de unos médicos que son las víctimas de la falta de recursos e inversión que sufren en su trabajo y en sus consultas diarias. Sin embargo, ella y su equipo, con una “chulería tabernaria”, como la ha calificado la periodista Àngels Barceló, hacen justo lo contrario: ridiculizar a los concentrados, definirlos como “cincuenta saboteadores”, acusarlos de obedecer exclusivamente a “razones políticas” y de “querer reventar el sistema sanitario.” El hecho de que la Comunidad de Madrid esté, por decisión suya, a la cola del gasto por habitante en Sanidad y Servicios Sociales, con 1.171 euros por persona, mientras que la media nacional se sitúa en 1.478, se le olvida recordarlo. Y sus defensores, sencillamente, lo niegan o encienden el ventilador. Cómo no, si son gente que se llena la boca hablando del Estado del bienestar mientras destruye sus columnas, la Sanidad y la Educación públicas. Será porque llenarse la boca es el paso previo a llenarse los bolsillos, y por eso donde otros vemos pacientes o alumnos, ellos sólo ven clientes. Uno de los lemas que han hecho fortuna en estos tiempos de saqueadores de derechos es muy explícito: cuando todo sea privado, seremos privados de todo.
Hay otro PP, pero no es Núñez Feijóo. Hay un PP que habría cortado por lo sano el pacto con la ultraderecha y que aspiraría, desde una posición legítimamente conservadora, a ocupar un espacio de centro-derecha. Pero me temo que en estos momentos está sometido por las amenazas cada vez menos veladas de la facción en cuyo poder está la Comunidad de Madrid. La pregunta es qué van a hacer las y los votantes en las inminentes elecciones, si van a pasar la factura por los desmanes cometidos contra ellos o van a avalar la leyenda de la libertad y a comprar la historia de la perseguida, la abucheada, la víctima de las hordas revolucionarias que quieren declarar el comunismo totalitario en el país. Quizá sería mejor ver lo que ocurre en las Urgencias, cómo están los pasillos de los sanatorios, hasta dónde llegan las listas de espera, qué ocurrió en las residencias que ella se negó a medicalizar y cuántos enfermos pasan cada día por las consultas, porque entonces igual las opciones son sólo dos: Ayuso o la vida.
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