Sergio Ramírez Luis García Montero
¡No seas binaria!
La primera vez que escuché esta expresión fue de boca de mi hijo al hilo de una pregunta sobre las identidades sexuales; ese nuevo paradigma en el que los jóvenes se mueven como pez en el agua pero que los menos jóvenes no acabamos de entender, ni siquiera quienes lo intentamos.
He vuelto a escucharla estos días, esta vez conversando con un buen amigo, charlando sobre la imposibilidad de abordar los problemas complejos que nos rodean mediante respuestas binarias: sí-no, blanco-negro. Este empeño no sólo dificulta análisis certeros y, por tanto, ideas que ayuden a solventar los dilemas que nos rodean, sino que encierran la conversación en estrechos corsés dentro de los cuales apenas se puede respirar. Estrechos corsés confeccionados en muchas ocasiones por líderes políticos y de opinión que aún no se han percatado de que la opinión pública ya no se mueve por “paquetes de ideas”: quien vota a X piensa A, B y C; quien se siente identificado con H, opina D, E y F. Afortunadamente, en términos de calidad democrática, esto hace tiempo que dejó de ser así. La polarización ideológica y política crea mucho ruido, pero está sostenida por minorías híper radicalizadas y sectarias (especialmente en la agitada banda derecha), alejadas de la mayoría más sensata, más pragmática y a la postre menos simplista, menos binaria.
La polarización ideológica y política crea mucho ruido, pero está sostenida por minorías híper radicalizadas y sectarias (especialmente en la agitada banda derecha), alejadas de la mayoría más sensata, más pragmática y a la postre menos simplista.
Tres ejemplos. En primer lugar, la polémica de la reforma de la ley del sí es sí. Se puede apoyar la ley y resaltar las mejoras objetivas que introduce en numerosos aspectos, y a la vez defender la necesidad de su reforma para evitar a futuro los dichosos “efectos indeseados”. De hecho, esta es la posición de más del 66% de los votantes de Podemos según un trabajo de NC Report para La Razón.
Por otro lado, se puede ser conservador y votante del Partido Popular y estar de acuerdo con la ley de plazos del aborto, como hacen el 60,9% de los votantes del PP. Es más, incluso se puede ser votante de Vox y apoyar la ley, como afirman el 67,4% de quienes les apoyan, según Simple Lógica.
Algo parecido ocurre con la preocupación respecto al cambio climático. Según el último CIS, más del 60% de los votantes del PP están “mucho” o “bastante” preocupados con el cambio climático, algo que algunos de sus dirigentes, como Díaz Ayuso, parecen obviar.
Especialmente relevante está siendo este fenómeno en los debates sobre la guerra en Ucrania y sus próximos pasos. Se puede llamar a establecer procesos de diálogo y a potenciar conversaciones que allanen el camino a una futura negociación y, además, al mismo tiempo, apoyar el envío de armas que permita al pueblo ucraniano defenderse. Es más, solo si Ucrania puede defenderse, combatir y evitar la masacre, tendrá sentido hablar de negociación. De lo contrario, estaremos ante una rendición sin más. Sin embargo, incorporar estas posiciones en la conversación se hace difícil. Si clamas por la negociación serás acusada de “putinista” y si apoyas el envío de armas de ”otanista”. Si apuestas por las dos cosas…. ¡buena suerte!
En efecto, no descubro nada nuevo si digo que la realidad es compleja, pero conviene subrayar que esta complejidad exige respuestas que en un buen número de ocasiones pueden parecer contradictorias a tenor de los clichés pre-establecidos por líderes políticos. Esto explica que en algunos asuntos los votantes se independicen de sus partidos y adopten posiciones que no son las que supuestamente deberían tener. Al final, todos somos cada vez menos binarios.
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