Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Primarias: de la apertura al derecho de veto
El partido ha vuelto, de la mano de la dirección de Podemos. Era algo predecible, aunque esta vez como parte del eterno debate de la izquierda ante el reto de las próximas elecciones generales. Así, el nuevo partido de Podemos le exige a la candidata y al proyecto en ciernes de Sumar no solo respeto sino un trato de igual a igual y de coalición entre ambos, como si de partidos se tratase.
Lo primero que llama la atención es que esta reivindicación del partido político tradicional la encabece precisamente quien utilizó como discurso fundador y de crítica al sistema el borroso concepto de movimiento político que no solo nacía para impugnar estas estructuras sino que pretendía ser su alternativa sistémica. Todo ello dentro de la negación populista del régimen del 78, de la casta y de la vieja política y, dentro de ellas, de las instituciones mediadoras de la democracia representativa entre las que destaca el Parlamento y, por tanto, los partidos políticos.
También que haga un emplazamiento a Sumar, que es, sobre todo, un fenómeno político que comienza a buscar su estructura en torno a la persona de Yolanda Díaz y al marco de la democracia representativa y de cooperación entre toda la izquierda, y que renuncia al asalto para pasar a la reforma fuerte. A partir del acto del polideportivo Magariños, una plataforma de más de una decena de partidos y que pretende ser el proyecto de una futura izquierda confederal, inicialmente en el plano electoral.
La primera reflexión es que la estrategia populista y el autodenominado partido-movimiento, si bien han resultado discursivamente exitosas al presentarse como alternativas supuestamente más participativas frente a la democracia representativa para canalizar la indignación y acceder a la representación y al poder en su momento, no lo han sido tanto para consolidar más tarde la presencia en las instituciones y tampoco para la tarea de gobernar. Los sueños irrealistas teóricos producen disfunciones permanentes, como vemos en el proceso de mitosis conflictiva permanente que ha generado ese partido-movimiento y cómo sus logros lo han sido en la medida que acepta el marco conceptual de la democracia y de la tradición de la izquierda.
De hecho, los nuevos partidos, entre los que se encontraría Podemos, están hoy muy alejados de la pulsión inicial de movimiento y son en su funcionamiento una organización política tradicional de cargos públicos, eso sí con una dirección personalista. La principal diferencia es que las nuevas formaciones carecen del desarrollo organizativo de los viejos partidos políticos, sobre todo en el ámbito de los territorios y las localidades, ya que las organizaciones de sector o de barrio, de existir, aún son residuales. Por eso no resulta extraño el escaso desarrollo de las organizaciones de los nuevos partidos como Podemos o Más País, en general y en particular a nivel local y por consiguiente su escaso papel en la política municipal, salvo en los medios más urbanos. Algo que ocurre con los nuevos partidos en toda Europa. Bastaría comparar para comprobarlo con contabilizar el significativo número de candidaturas presentadas en las elecciones locales por los partidos tradicionales frente a los nuevos partidos.
En otro plano, hoy es indistinguible el modelo de democracia interna de los llamados nuevos partidos con respecto a la de los partidos tradicionales del denostado bipartidismo, si bien en ninguno de los dos casos destaca por su calidad. Lo único novedoso en ambos ha sido de un lado la inflamación personalista y de otro el recurso a las elecciones primarias abiertas que comparten, si bien con diferentes acentos. El problema, que es práctico pero necesita ser abordado desde un marco teórico y de concepto, radica en que las primarias, que en un principio sirvieron para desbloquear el férreo control de los aparatos de los partidos sobre las listas electorales, más tarde, lejos de servir para garantizar la pluralidad y abrir la forma partido a la sociedad, han sido utilizadas por el contrario para homogeneizar aún más las direcciones y para alinear la representación política en torno al líder. La ley de hierro permanece. Una perversión de su finalidad que hoy hace poco creíble basar sobre las primarias cualquier propuesta de regeneración política o de renovación de la izquierda. Y es que la democracia directa, desligada del marco representativo, ha sido muy utilizada por algunos autoritarismos como mecanismo de control y legitimación.
Por eso Podemos ha pasado de reclamar en un primer momento un acuerdo bilateral al modo de las coaliciones electorales de partidos clásicos, a más recientemente exigir a Yolanda Díaz la firma de un compromiso por escrito para la elección de las candidaturas a las próximas elecciones generales mediante primarias abiertas a la ciudadanía. La contradicción radica en que se haya solicitado el denostado acuerdo de mesa camilla entre Podemos y Sumar para un compromiso de elección de las candidaturas por el método de primarias, como requisito imprescindible para participar en el acto de Sumar y luego hacer campaña conjunta a las elecciones autonómicas y municipales.
Quizás la mirada debe ser más profunda y analizar las relaciones de poder que se pretenden consolidar. A no ser que el objetivo sea instalarse en el populismo y alejarse de la política. No hay nada más material que el poder
Además, resulta también contradictorio, y cuanto menos precipitado, anticipar el debate sobre el método de elección de listas al acuerdo sobre el proyecto y a la elaboración del programa. Sobre todo cuando en sus últimas declaraciones Podemos alude a que existen no solo diferentes posiciones de forma y fondo en algunas cuestiones entre ambos proyectos, sino dos espacios políticos claramente diferenciados. La declaraciones de Pablo Iglesias analizando el acto de Sumar sitúan a Podemos claramente en una posición izquierdista en política interna y externa, muy poco novedosa por otra parte, frente a un reformismo fuerte que Yolanda ha desarrollado en el Gobierno que asume contradicciones y una complejidad de lo real que no van a desparecer.
Lo más relevante es que Podemos exige compromiso sobre un método de elección de listas que pretende cerrar de forma exclusiva y excluyente entre dos, cuando en realidad es consciente de que Sumar se trata de un conjunto de fuerzas de sensibilidades e identidades diversas, hoy representadas en el grupo parlamentario confederal y en el Grupo Mixto, que sabe por experiencia propia que no se han dejado ni se dejarán representar ni tutelar.
Muy al contrario, la estructura confederal del proyecto que hoy representa Sumar es la única garantía para sumar votos y escaños en las próximas elecciones generales y para garantizar la continuidad del Gobierno de coalición progresista, que a tenor de sus declaraciones también comparte la dirección de Podemos.
En este sentido, resulta asimismo contradictorio que por una parte Podemos reivindique el alto nivel alcanzado en los acuerdos autonómicos y municipales con los partidos de la izquierda presentes en Sumar y que, sin embargo, nada de esto haya servido para recuperar la mínima confianza para facilitar la presencia de Podemos en el acto constituyente de Sumar y en la aceptación de Yolanda Díaz como candidata. Quizás la mirada debe ser más profunda y analizar las relaciones de poder que se pretenden consolidar. A no ser que el objetivo sea instalarse en el populismo y alejarse de la política. No hay nada más material que el poder, incluso el que se necesita desde el izquierdismo.
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Gaspar Llamazares es fundador de Actúa.
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