El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
Un relato de África hecho en África
Entre el Teatro Alameda de Tarifa y el Cine Alcázar de Tánger está la frontera de dos continentes, que suele ser noticia por lo que les separa, por los muertos sin nombre y los narcos sin ley. Se habla poco del ferry que cruza los 14 kilómetros del Estrecho y de todos los habitantes de las dos orillas que se empeñan en afianzar relaciones y tender puentes. En mezclarse, como hacen en ese punto el Atlántico y el Mediterráneo.
Desde hace 20 años, se cuenta entre esa gente a los impulsores del Festival de Cine Africano de Tarifa (FCAT), un evento transfronterizo de presupuesto pequeño y mirada amplia, que es posible gracias a un equipo resistente, entusiasta y comprometido. Posiblemente ellos no han leído la reciente Declaración Conjunta de España y Marruecos pero encarnan el punto 52 de ese solemne documento, que habla de desarrollar una "red humana" para favorecer el entendimiento de ambas sociedades. De todos modos, la virtualidad de este festival va mucho más allá: permite lanzar un relato de África hecho en África y por África.
Ese es su gran valor desde hace dos décadas. Contribuye a superar una de las asignaturas pendientes en la relación entre continentes: salir del perímetro de los estereotipos y cambiar la narrativa paternalista que se arrastra desde el colonialismo. A lo largo de estos años se han proyectado más de 1.300 películas que difícilmente llegan a las salas europeas y que han contado África desde la perspectiva de África. Las relación de un padre y un hijo en Kigali en Father’s Day, los derechos de la mujer y de las personas LGBTQI del documental Coconut Head Generation o Sous les figues, donde la directora tunecina Erige Sehiri habla de las nuevas generaciones de su país a través de unos jóvenes que recogen higos en una huerta. De Angola, una historia urbana, Nossa Senhora da Loja do Chines. Distintos géneros, distintas lenguas y distintas realidades y culturas de un continente tan inmenso como diverso.
Miramos distinto los ciudadanos y miran distinto los gobiernos europeos ante un horizonte apabullante: en los próximos 30 años, África pasará de 1.200 millones de personas a más de 2.400 millones mientras Europa caerá por debajo de los 600 millones
Todos estos títulos se han proyectado en esta vigésima edición, que ha premiado una producción cien por cien africana, sin compañías europeas, el método al que han recurrido muy frecuentemente para hacer películas. Father´s Day es cien por cien ruandesa y el jurado internacional la ha elegido, entre otras razones, para dar un espaldarazo a su emancipación financiera. Queda muchísima tarea para robustecer las industrias africanas del cine, en un contexto en muchos casos de inestabilidad. Thierno Souleymane, director de Guinea Conakry, ha narrado estos días que durante 20 años se quemaron y enterraron bobinas de películas a pesar de que su país fue pionero. Para recuperar y reivindicar la memoria, el FCAT cuenta con una sugerente sección retrospectiva: Es al final de la vieja cuerda que se teje la nueva.
También nosotros, como espectadores, acudimos ahora a estas creaciones con una mirada distinta a la de hace 20 años, cuando proyectaron la primera cinta en Tarifa. Por aquel entonces, la gran mayoría de los españoles no convivían en sus ciudades con africanos, la inmigración negra era algo ajeno para muchos y no existían los actuales niveles de inmunización ante la tragedia de los naufragios en nuestras costas. Miramos distinto los ciudadanos y miran distinto los gobiernos europeos ante un horizonte apabullante: en los próximos 30 años, África pasará de 1.200 millones de personas a más de 2.400 millones mientras Europa caerá por debajo de los 600 millones. Debería ser una obligación ética la dignificación de las condiciones de vida de sus habitantes pero, sobre todo, lo conciben como una cuestión estratégica para frenar el radicalismo, el conflicto político y la migración irregular.
Hay multitud de planes, memorandos y convenios enfocados en esa dirección y luego están proyectos como el FCAT, una ventana por la que asomarnos a una África plural y muy desconocida para la gran mayoría de nosotros; versiones muy diferentes a las que nos llegan de las empresas que invierten allí, los cooperantes o los propios africanos que residen en nuestro país. Es tan edificante la iniciativa, tan inspiradora, que me soprende que la semana pasada no hubiera una fila repleta de autoridades de todas las administraciones en la gala de inauguración, en el Alcázar, el mítico cine de la época del protectorado, restaurado después de un cerrojazo de más de 40 años. Ojalá le queden muchos siendo la pantalla en la que se proyecta el futuro de un cine africano descolonizado, lúcido y vigoroso. Larga vida al FCAT, que lleva 20 años haciéndolo posible.
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