Un nuevo fantasma recorre Europa (y España): el acoso escolar

Mauro Mediavilla

Actualmente, el acoso escolar es uno de los principales problemas de todos los sistemas educativos; sí, de todos, incluso de aquellos como Finlandia, que llevan tiempo abocados a la mejora en el bienestar de los alumnos y mediante el programa KIVA (Kiusaamista Vastaan, en finés) intenta abordar de manera integral este problema.

Pero vayamos por partes. ¿Realmente el acoso escolar es un problema presente en nuestras aulas? ¿Merece la pena la atención de las autoridades que, por cierto, ya tienen otros múltiples fuegos que apagar?

Según la UNESCO (2021), el acoso escolar podría afectar a uno de cada tres estudiantes (32%), aunque parte del problema queda oculto debido a la falta de capacidad (o de herramientas) de los docentes y/o progenitores/tutores para detectarlo. En el caso específico de Europa sería de 1 de cada 4 estudiantes (25%), siendo la violencia psicológica más frecuente que la física.

¿Y España como se encuentra? Según PISA 2018, el acoso escolar era de 17% en el caso de los jóvenes de 15 años. Este porcentaje representa unos 81.000 alumnos en el curso 2019/2020. Por su parte, Fundación Mutua Madrileña y Fundación ANAR en 2021 informaron que un 15,2% de los estudiantes reportó que el acoso existe en su entorno escolar, a pesar de que las normas sanitarias por el covid-19 habían restringido el contacto entre los estudiantes. En cuanto al ciberacoso, 24% de los alumnos informaron tener compañeros de clase que han sido víctimas del acoso virtual, especialmente en redes sociales. Y otras instituciones llevan tiempo denunciando la presencia de este fenómeno en las aulas. En 2018, Save the Children señaló que el 52% de los niños y adolescentes españoles había sufrido algún tipo de violencia escolar, mientras que el 7% eran víctimas de ciberacoso. Sin pretender una enunciación exhaustiva, no quiero olvidar el trabajo en este tema de la Fundació del Futbol Club Barcelona, el Estudio Amalgama7 y la Fundació Portal. Por último, y específicamente en relación con el nivel primario, el Ministerio de Educación y Formación Profesional acaba de publicar un informe sobre convivencia en Educación Primaria, y allí se detecta un 4,58% de acoso y un 4,62% de ciberacoso.

El acoso es una realidad que afecta a todos los centros educativos, independientemente de su ubicación geográfica o su situación administrativa

Más allá de los problemas metodológicos existentes a la hora de detectar correctamente las causas de acoso, como son el hecho de poder asegurar que se cumplen las condiciones planteadas por Olweus en 1998 (existencia de un desequilibrio de poder o fuerza -es decir, de una relación asimétrica- entre agresor y víctima; que esta conducta sea recurrente y persistente en el tiempo; y que estas acciones sean deliberadas, es decir, con el objetivo de dañar a la víctima) y la necesaria detección de manera hetero-informada (por diferentes vías, habitualmente el alumno, el profesor y el director del centro), es relevante que todas las estadísticas planteadas indican la existencia de una presencia en todos los centros del acoso escolar. Por tanto, el acoso es una realidad que afecta a todos los centros educativos, independientemente de su ubicación geográfica o su situación administrativa.

Y la segunda pregunta que debemos hacernos es: ¿Ser víctima de acoso escolar tiene consecuencias? Y repito, ¿merece la pena la atención de las autoridades que, por cierto, ya tienen otros múltiples fuegos que apagar?

Aquí se da una circunstancia no muy frecuente, y es que toda la literatura teórica y empírica hasta la fecha están de acuerdo en los efectos siempre negativos hacia la persona victimizada. El acoso escolar deteriora el desarrollo de habilidades sociales o relacionales de las personas involucradas, tales como la empatía, la gestión del miedo o la ira. A corto plazo, las consecuencias más habituales van desde el temor a asistir a clase, la ansiedad y la depresión hasta las ideas suicidas. A medio plazo, la caída del rendimiento académico e, incluso, la salida prematura del sistema educativo. Finalmente, estas consecuencias en algunos casos perduran en el largo plazo, como un estrés postraumático, en detrimento de las oportunidades laborales de los individuos. El acoso escolar, por tanto, tiene consecuencias siempre negativas.

A partir de la constatación de la existencia del problema y sus consecuencias negativas, queda por ver cómo están actuando las Administraciones Públicas, porque aquí sí que tenemos un gran incendio que atender. En esta línea existen algunas políticas que lleva a cabo del Ministerio de Educación y Formación Profesional, como la creación de la figura del “coordinador/a de bienestar y protección”, la reactivación del Observatorio Estatal de la Convivencia Escolar, la creación de indicadores de convivencia escolar y la activación de los grupos de trabajo en ciberacoso. Por su parte, las comunidades autónomas también se han esforzado en la creación de protocolos de actuación para casos de acoso escolar. Más allá de estas actuaciones, es evidente que queda mucho camino por recorrer. No tenemos evaluaciones que nos indiquen si las políticas de detección funcionan. No estamos formando correctamente a nuestros docentes para que sean capaces de detectar situaciones que pueden derivar en acoso.

No hablamos de un fenómeno puntual de generación espontánea. El acoso observado en secundaria se previene con actuaciones en infantil y primaria. Con trabajo con todo el grupo. Y teniendo muy en cuenta que el agresor también es víctima. Para ello, es clave la detección precoz de comportamientos que pueden derivar en acoso. Por último, destacar el esfuerzo de nuestros docentes para intentar enseñar valores y competencias en un entorno cambiante, y advertir a las autoridades que las nuevas políticas anti-acoso que vengan deben acompañarse de soporte humano y material para los centros. Esperemos que en un futuro no muy lejano no sea necesario escribir sobre esta lacra social.

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Mauro Mediavilla es profesor de Economía Aplicada en la Universitat de València y miembro de EVALPUB, y colaborador de la Fundación Alternativas.

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