Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
La avaricia del poder
El sábado pasado me invitaron a pasarme por unas jornadas organizadas por la Universidad de Valladolid y el Foro Cultura para hablar sobre corrupción, así, en su sentido más amplio, pero también intentando encontrar el porqué a determinados comportamientos. Las jornadas, organizadas en charlas durante dos días con todo tipo de invitados del mundo de la cultura, el cine, el periodismo, juristas, criminólogos, versaba sobre la avaricia frente a la generosidad, el egoísmo frente al altruismo. Y la última mesa redonda, la que me tocó moderar, hablaba sobre cómo se puede sancionar esa avaricia desmedida que va más allá del deseo de querer acaparar algo, casi nunca se trata de conocimiento, más bien se trata casi siempre de bienes materiales y de poder.
Hablamos de corrupción, repasamos los casos más mediáticos de los últimos años sobre políticos y empresarios que habían sido condenados por querer tener más de lo que necesitaban y haberlo conseguido de una forma no lícita. Salieron muchos nombres de políticos de uno y otro partido, empresarios y el de algún que otro narco.
La avaricia es uno de los pecados más narcisistas que hay: querer tener para poder ser. Tener un afán por acumular una serie de cosas, posesiones, coches, casas o barcos para tener un estatus social reconocido por otros. No basta tener y que los demás no lo vean: hay que ser ostentoso, aunque eso sea la perdición de algunos. Me gustó escuchar reflexiones sobre por qué el ser humano cae una y otra vez en ese pecado, por qué, a todos, la tentación de ser avariciosos nos llama de forma poderosa. A algunos les tienta la avaricia del poder, a otros, la avaricia del tener y a los menos, la avaricia del saber, de conocer más, de tener más libros, más sabiduría.
Algunos políticos, nada más llegar al poder, la primera medida que han tomado es subirse el sueldo. La primera orden que han llevado al pleno es incrementar su remuneración. Y, curiosamente, muchos son recién llegados a esto de la política
Estos días estamos contando cómo algunos políticos, nada más llegar al poder, la primera medida que han tomado es subirse el sueldo. Con el bastón de mando todavía en la mano, la primera orden que han llevado al pleno es incrementar su remuneración. Y, curiosamente, muchos son recién llegados a esto de la política, supuestos servidores públicos que antes de servir, han decidido que lo primero que hay que hacer es servirse a uno mismo, aunque ocupen puestos de aquellas instituciones que quieren suprimir. “Ya que estoy aquí, voy a aprovechar” han debido de pensar.
Sí, la avaricia es la perdición de todos, pero especialmente de quienes necesitan tener más de lo que necesitan y, por su trabajo, tienen más a mano poder enriquecerse de una forma rápida y poco ética y legal, a costa de los demás, metiendo la mano en la caja si hace falta como hemos visto en los innumerables casos de corrupción de los últimos años.
La avaricia parece difícil de erradicar. Pero erradicar o apartar a los avariciosos que intentan acaparar dañando el interés del resto, a ésos sí que es más fácil de apartar y de evitar que lleguen a donde pueden trincar. Tener un sistema mucho más transparente, tener unas instituciones mucho más accesibles a la información que demandan los medios y los ciudadanos evitaría este tipo de delitos. Si sabemos a qué se dedica el dinero que recaudan los Ayuntamientos, las comunidades, los gobiernos, y con qué criterios se decide contratar a tal o cual empresa, el avaricioso lo tendría más difícil para robar.
Cuando nos despedimos el sábado pensé que, durante hora y media, habíamos hablado mucho de corrupción, de robar, de defraudar, de avaricia relacionada siempre con la política y las instituciones, y muy poco, por no decir nada, de altruismo, de generosidad... Cuando realmente las políticas deberían tratar sobre esto, los políticos deberían trabajar con esa máxima. Miren bien quiénes están pensando y hablando de esto estos días. Eso nos dará muchas pistas de hacia dónde vamos.
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