El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
Lo que iremos a ver
En muchos pueblos de Andalucía, en las noches de verano, el mundo se arregla al fresco. Sacan la silla a la calle y charlan de lo divino y de lo humano hasta la madrugada mientras se ventilan las casas antes de ir a dormir. Los aires acondicionados y los bares han hecho que la costumbre vaya decayendo, aunque en muchos sitios se mantiene como una tradición de socialización por vecindad. De las viudas que viven solas con las familias que regresan al pueblo de veraneo y los jóvenes de recogida, que se enganchan por último a la conversación. Al fresco hemos visto pasar los veranos, la gente y la vida. Hay una expresión de la que me apropié en esas noches de tertulia en la acera. Cuando el sueño va venciendo y la cháchara languidece, suele haber alguien que sentencia entre bostezos: "Lo que iremos a ver". Y cada uno rumia sus incertidumbres y se hace cargo de que hay que ir disolviéndose.
Al fresco me recuerdo con las orejas abiertas aquel verano de 1993 que el PSOE volvió a ganar las elecciones contra pronóstico. Recuerdo una tórrida conversación con dos protagonistas femeninas: una mujer forastera (que hablaba fino) y otra también forastera (pero no tanto, que no hablaba con eses). Discutían porque para una era una vergüenza que siguiera Felipe después de "lo del hermano del Guerra" y la otra decía que Felipe no tenía nada que ver con eso que yo no sabía qué era exactamente. Politizarse en los 90 es lo que tiene, que es ahí cuando empieza la memoria y esa imagen me viene como un resorte cada vez que oigo al ex vicepresidente hablar del daño a las siglas que hacen los actuales dirigentes del PSOE.
Las conversaciones en el fresco me confirmaron el verano de 2011 que Zapatero no podía salir a la calle. Ya había anunciado unas elecciones en las que él no era el candidato. Se está tomando la revancha ahora, aclamado por muchos que le dieron 186 escaños a Mariano Rajoy y representando a quienes le hicieron el 15M al grito de "no nos representan". Aquel era un país con cinco millones de parados y un Gobierno socialista que se consumía tras anunciar brotes verdes que nadie llegó a ver. A finales de aquel agosto, PSOE y PP pactaron con nocturnidad una reforma exprés de la Constitución que congeló el ánimo de los socialistas. Seguro que hubo algún escándalo local que agitó las noches de verano. No lo recuerdo. Tampoco a la coplera que a buen seguro amenizó aquellas fiestas de agosto, pero tengo vivos algunos "lo que iremos a ver" envueltos en la zozobra que provocaban los hombres de negro y la amenaza de un rescate de nuestra economía.
Hay gente convencida de la urgencia de “echar a Sánchez” porque desde el primer día se ha construido el relato de la ilegitimidad del Gobierno
Hemos visto tantas cosas en los últimos años que quizá tengamos atrofiada la capacidad de sorpresa. Han ocurrido cosas que jamás podríamos haber fabulado. Dos veranos seguidos con miedo a juntarnos en el fresco porque el virus estaba en el aire que compartimos. Y luego llegó la guerra y el verano de los niños ucranianos en las calles de nuestros pueblos.
El año pasado por estas fechas Núñez Feijóo nos invitó a disfrutar del último verano: “Viene mal el otoño”. “En el otoño vamos a tener problemas económicos evidentes", auguró, invocando fantasmas que muchos temían. Era fácil pensar que habría otoño caliente. “La inflación se lleva por delante a un Gobierno”, reconocía un ministro por lo bajini en junio de hace un año. Era razonable pensar que por ahí llegaría el desgaste. Pero no. España no se ha hundido, todo lo contrario. Las cifras macro funcionan. Ha habido pacto salarial, subida de las pensiones, se ha disparado la contratación indefinida y ha subido el SMI. En paralelo a las grandes reformas estructurales exigidas por la Unión Europea se ha tejido una red de protección de los ciudadanos que no había existido antes.
No vivimos en una arcadia feliz, pero España no está en ese futuro que le habían escrito. Este Gobierno se presenta a las elecciones sin ningún caso de corrupción en su expediente y con datos récord de empleo, pero a buen seguro que en las reuniones al fresco se hablará estos días de otras muchas cosas que la oposición ha sabido agitar con habilidad. Hay gente convencida de la urgencia de “echar a Sánchez” porque desde el primer día se ha construido el relato de la ilegitimidad del Gobierno. Y hay quienes creen que estas elecciones van de gobernar con Vox o con Bildu porque nadie se ha preocupado de explicar el papel constructivo que la izquierda abertzale ha jugado en esta legislatura.
“Lo que iremos a ver”, suspirará la señora cuando el chico que llegó anoche de Roses le cuente que ha votado por correo pero no se fía. No está la cosa para fiarse. Ella irá a votar, qué mejor cosa que hacer el domingo, pero la vecina de enfrente dice que pasa ya de los políticos. Con ella que no cuenten.
Se repetirán estas conversaciones en toda España, pero son especialmente relevantes en Andalucía porque allí está la batalla de estas elecciones. Allí engordaron sus mayorías González y Zapatero sacando grandes ventajas al PP y allí salvó Pedro Sánchez en 2015 el sorpasso de Podemos, que sí le superó en el resto de España. La fortaleza del PSC en Cataluña difícilmente puede compensar la relevancia de Andalucía, que decide sobre 61 escaños. El PP ya se ha impuesto en autonómicas y municipales y el domingo sabremos si consolida su hegemonía en el que fuera feudo del socialismo en España. Qué importante lo que se hable esta semana en el fresco para ir viendo lo que iremos a ver.
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