Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Con las Barbies nos divertíamos más
No nos ha decepcionado Barbie porque esperáramos un tratado feminista made in Mattel. Simplemente queríamos divertirnos, como en la canción de Cyndi Lauper. Estábamos incluso dispuestas a participar de esta descarada campaña de marketing y lavado de imagen vistiéndonos de rosa fucsia y metiéndonos hasta en la caja. Queríamos participar de eso que llamaban “fenómeno”. Nos quedamos con las ganas de todo. La película no está a la altura del fantástico recuerdo de jugar con las Barbies. Tampoco de su hype (bombo publicitario, expectación).
Es una película que se desinfla muy rápido. Va de un más –fugaz– a un menos que a ratos aburre y a ratos chirría y a ratos se pasa de simplón hasta para la producción de masas que es. Lo que más me desconectó de la historia fue el soporífero protagonismo de los Ken. ¿A quién le importan los Ken? Nunca tuve uno, ni me acordaba de que existían. Los señores que se ofenden por esta película le otorgan un poderío que, la verdad, no tiene. Ojalá esta fuera la película que se ha escrito que era.
Yo fui una de esas niñas que pasaron horas y horas inventándoles mil vidas a sus Barbies. Ahora dicen que fue la primera muñeca con la que las niñas no jugamos a ser madres. Qué desconocimiento de la salvaje imaginación de la infancia. Como si con un Nenuco no se pudieran inventar otras aventuras que la rutina de darle de comer y cambiarle el pañal. La primera escena de la película son unas niñas partiendo unas tazas con sus muñecas bebés cuando descubren la Barbie. Ni la sutileza ni la fineza son atributos de esta película.
Esa dicotomía entre la mujer profesional independiente y la mujer madre como si fueran dos condiciones antagónicas es tan antigua que anega, para mi gusto, el pretendido carácter reivindicativo de la película
En Barbie no abundan los diálogos brillantes y los que amagan con serlo se hunden en la sobrexplicación y la brocha gorda. Hay algunos destellos, algunos golpes buenos, pero apenas sirven para evidenciar su escasa frecuencia. La caricaturización de los directivos de Mattel quizás sea lo más logrado de la película, junto con la fabulosa interpretación de Margot Robbie. Lo más decepcionante de Barbie no es que no sea para nada lo que esperábamos, es que por momentos demuestra que no estuvo tan lejos de haberlo sido. Casi.
Más allá de que los Ken no llegan ni a meme, lo más feo de la trama es la insistencia en el rechazo a la Barbie “descartada”: la Barbie embarazada. Esa dicotomía entre la mujer profesional independiente y la mujer madre como si fueran dos condiciones antagónicas es tan antigua que anega, para mi gusto, el pretendido carácter reivindicativo de la película. Ni jugar a ser madre ni ser madre tiene por qué ser aburrido. Bastante machista asumir que lo es.
La Barbie que aún conservo sí tenía los pies planos, porque era patinadora y esquiadora. En concreto la mía sólo era lo primero porque el esquí nunca me pareció interesante y el patinaje sobre hielo me fascinaba: eran los años de Agujetas de color de rosa. Tuve otra con los míticos pies entaconados –ese es un guiño bueno de la película–, pero no recuerdo qué era antes de que le cortara el pelo a trasquilones y le pintarrajeara la cara. A esas perrerías también les hace homenaje la película y ese es otro de los aciertos. Parece sencillo que hubiera tenido muchos más. Nosotras somos de nostalgia fácil.
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