¿Qué significa Milei?

Javier Franzé

Con Milei es la primera vez que en la Argentina triunfa en las urnas un discurso abiertamente liberal en lo económico. Ni siquiera Macri, siendo pro-mercado, fue tan explícito: “mantendremos lo que [el kirchnerismo] hizo bien y cambiaremos lo que está mal”, dijo en 2015. En cambio, Milei ha prometido un ajuste más duro que el del FMI. “Plan motosierra”, lo llama, basado en acabar con la “aberración” de la justicia social.

No obstante esta novedad, varios rasgos del discurso de Milei son clásicos en la política argentina: el personalismo, el voluntarismo, la antipolítica (hasta el propio Perón la practicó), el regeneracionismo y el señalamiento de una minoría parasitaria (“la casta”, es decir, la clase política) como culpable de los males del país. Estos factores, en la visión de Milei, estarían obturando las energías creativas del país y, una vez removidos, dejarían a la nación en condiciones de volver a ser grande otra vez, como ocurrió —según el imaginario histórico oficial, y no sólo— entre 1880 y 1930, cuando Argentina era “el granero del mundo” y recibía a millones de inmigrantes de todo el mundo.

Contra lo que suele decirse a menudo en estos días, Milei no quiere dinamitar el Estado, sino el precario y episódico costado social del Estado argentino. Milei busca un Estado mínimo, garante de la seguridad, de la propiedad privada y de la vida de sus miembros. Un Estado que no interfiera y mucho menos intervenga en la “libre iniciativa” de los ciudadanos. Para Milei, un gramo de Estado social es ya “comunismo”. Pero nunca renunciaría al monopolio de la violencia legítima estatal, pues garantiza la propiedad privada.

¿Qué significa Milei? Parece el efecto de la creciente desigualdad y debilidad del Estado ante el mercado que la Argentina viene sufriendo —salvo excepciones— desde 1975-76 (“rodrigazo” y golpe militar). Pero es un efecto paradójico, pues ha hecho converger en una misma voluntad política a excluyentes y excluidos. En efecto, los sectores populares, que se sienten abandonados por el Estado, parecen haber reaccionado rechazándolo, en lugar de recuperándolo, como tras la crisis del 2001. La impugnación no es de este Estado realmente existente, sino de cualquier proyecto de un Estado árbitro y garante del bienestar social. Los desamparados han hecho de la necesidad virtud y se han convertido en robinsones. Es el náufrago que desconfía del rescatista y prefiere nadar solo hacia la orilla.

Varios rasgos del discurso de Milei son clásicos en la política argentina: el personalismo, el voluntarismo, la antipolítica, el regeneracionismo y el señalamiento de una minoría parasitaria como culpable de los males del país

No es del todo justo hablar de “abandono” de los sectores populares por el Estado. Ese desamparo es resultado de distintos factores que conviene diferenciar. Quitando el importantísimo antecedente de la dictadura (1976-1983) y centrándonos en la etapa democrática, cabría decir lo siguiente. Por un lado, ha habido gobiernos que quisieron y no pudieron o no supieron, como el de Alfonsín (1983-1989), pero cuyo resultado (la hiperinflación, fundamentalmente) golpeó la igualdad social. Por otro, gobiernos que quisieron y pudieron, pero no lograron construir instituciones de bienestar irreversibles o que transformaran la estructura social desigual y excluyente creada por políticas abiertamente neoliberales —si es que era posible hacerlo—, como el primer gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007) y el de Cristina Fernández (2007-2011). Aun en su época de decaimiento, es preciso señalar que el segundo gobierno de Cristina Fernández (2011-2015) mantuvo una movilización social en favor de la igualdad y la inclusión sociales.

Pero luego ha habido gobiernos que llevaron adelante políticas que fracturaron la sociedad argentina: en primer término, el gobierno de Menem (1989-1999), responsable de la gran transformación neoliberal, y los de Macri (2015-2019) y De la Rúa (1999-2001), que ahondaron la exclusión social.

Pero hay algo quizá incluso más importante. Alrededor del menemismo y, sobre todo, del macrismo terminó formándose un nuevo discurso político argentino, sobre todo en términos de su capacidad de aglutinar y constituir actores políticos. Es el discurso de ganadores y perdedores, que por un lado señala a un sector de la sociedad como un lastre parasitario —los “planeros”, es decir, aquellos que reciben “planes sociales” del Estado— y, por otro, a un sector “productivo”, “moderno”, “hecho a sí mismo”, al cual aspiracionalmente se vinculan amplios sectores de clases medias y populares. Es el discurso que denuncia el sobredimensionamiento del Estado, la insoportable carga impositiva y la opresión de no poder ejercer su derecho humano a comprar dólares. Cabe decir que Argentina, contra lo que dice este discurso y contra lo que no dice el discurso progresista, tiene un sistema impositivo regresivo, basado en los impuestos indirectos al consumo, síntoma de la debilidad estatal para recaudar.

Este discurso darwinista, radicalizado por Milei, es el que parece haber interpelado y movilizado a un importante sector popular, que ve en el Estado ya no un estorbo, sino un opresor. Algunos análisis señalan que en los jóvenes el confinamiento durante la pandemia habría venido a confirmar esta imagen. Si triunfa, su resultado será un país todavía más desigual, por no decir una guerra abierta contra los “perdedores”. ¿Debemos diagnosticar falsa conciencia por parte de las víctimas? No. Nadie es algo antes de interpretar en qué condiciones vive y cómo quiere vivir su vida. No se trata de ser paternalista ni de echar culpas: la política es una lucha por darle sentido a la vida social e individual. Por lo tanto, desde una perspectiva preocupada por la igualdad, habrá que preguntarse por lo que no se ha sabido, querido o podido hacer y volver a la dura tarea política cotidiana de tallar el mundo por venir y convocar voluntades para ello.

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Javier Franzé es profesor de Teoría Política en la Universidad Complutense de Madrid.

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