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“Chacho, no sabemos lo que tenemos”

Alberto Cobiella García

Lejos de las playas, las islas de “Kartoffeln mit Mojo” (“papas con mojo”) y los parques acuáticos se encuentra en la isla de Tenerife el Parque Natural de la Corona Forestal, el espacio protegido (al menos por ahora) más grande del archipiélago canario. Se trata de un anillo de bosques y ecosistemas variados que rodea el Parque Nacional del Teide. En él, destacan endemismos de fauna y flora, muchos únicos en las islas y otros muchos únicos en estos bosques. Se trata de un lugar de frondosos y extensos pinares, uno de los mejores de toda Canarias. Es larga la lista de especies no solo amenazadas, sino protegidas (al menos sobre el papel) como son el pinzón azul del Teide (único en la isla) o escarabajos endémicos.

Se podrían dedicar páginas y páginas que recojan la biodiversidad y singularidad de los bosques que, lamentablemente, arden de manera descontrolada. Árboles, senderos y miradores en los que no solo habitan especies únicas en el mundo, sino donde se esconden recuerdos de cada una de las personas que han disfrutado a su manera del lugar. Personalmente, se me hace imposible no pensar en las noches en las que muchos de los pinos que ahora arden se convertían en el hogar y refugio de infinitas conversaciones de verano. Cualquiera que haya tenido la oportunidad de disfrutar de una lluvia de estrellas o una visita al Teide se habrá asombrado admirando desde lo alto de miradores como el de “Chipeque” una ladera de copas de árboles en la que, lejos de la playa, se atisbaba un mar de nubes.

Siempre he disfrutado de la visita de amigos, amigos de amigos o incluso de desconocidos de fuera de las islas en las que tengo la oportunidad de hacer de “guía” y puedo mostrarles muchos de los rincones de Tenerife. Podría asegurar que todas y cada una de las veces en las que me he encontrado disfrutando una puesta de sol sobre el Valle de la Orotava o volviendo de una acampada, la sensación que se siente con orgullo y desconcierto se reduce a una frase: “Chacho, no sabemos lo que tenemos”.

Personalmente, se me hace imposible no pensar en las noches en las que muchos de los pinos que ahora arden se convertían en el hogar y refugio de infinitas conversaciones de verano

Tristemente lo que se sabe es que gran parte del incendio forestal que se está desarrollando en Tenerife se extiende sobre terrenos clasificados como Espacios Naturales, según lo recoge su re-clasificación de 1994. Afirmaba el presidente del Gobierno de Canarias que se trata del incendio más complejo y grande de (al menos) los últimos 40 años. La compleja orografía plagada de barrancos, las altas temperaturas y la poca ayuda de la meteorología son algunas de las razones que han impedido controlar el fuego.

Lejos del constante movimiento de equipajes repletos de bikinis, souvenirs con aves de Sudamérica y tabaco a buen precio al que acostumbran estas islas, se encuentran preparadas en muchas de las casas de Tenerife maletas equipadas con lo necesario para una evacuación. Maletas hechas con miedo e incertidumbre y que, al contrario que las vacacionales, se desea que nunca llegue el momento de sacarlas por la puerta. En el mejor de los casos se realiza el traslado de los habitantes únicamente con el fin de protegerlos de los humos y gases del incendio. Por otro lado, los cuerpos encargados de la gestión del desastre se encargan de evitar la pena mayor, la pérdida de viviendas, fincas y locales.

Lejos de las principales zonas turísticas de Tenerife se encuentra el incendio forestal. Así lo aseguraba ayer la consejería de turismo del Cabildo, remarcando que, pese a la gravedad medioambiental del desastre, no existe riesgo alguno para ningún equipamiento ni infraestructura turística, ni para las personas que se encuentran alojadas o pretenden hacerlo en la isla.

No tan lejos se encuentra la realidad de amigos o vecinos de municipios como El Rosario o La Orotava, los cuales observan cómo desaparecen las “increíbles vistas” que han disfrutado desde pequeños “alojados” en sus casas. Sorprendidos deben encontrarse también los equipos de bomberos de otras islas y de la península que han llegado a socorrer y pelear contra las llamas junto a los tinerfeños. Tampoco disfruto yo de esa aparente normalidad desde mi casa en San Cristóbal de La Laguna, al descubrir que la entrada de esta se encuentra 'adornada' con restos de cenizas, pinocha y cortezas de pino quemadas.

Lejos (o al menos estos días), el foco mediático en las islas se retira de cifras de “ocupación” o “recaudación” para convertirse en números de hectáreas, operativos, frentes o evacuados. Un desgraciado panorama que viene ocurriendo en Canarias verano tras verano y que pone sobre la mesa (al menos estos días) una lamentable realidad. Una realidad en la que nuestros bosques no están siendo tratados ni protegidos correctamente (tampoco lo son las costas). Una realidad en la que la riqueza económica de unos pesa más que la riqueza natural de todos. Una realidad en la que el hartazgo y preocupación de los canarios cada vez es mayor.

Pese a que estos temas no deberían desaparecer rápidamente de la mesa como suele ocurrir, volviendo a un vacío espíritu de patriotismo paradisiaco, en estos momentos las fuerzas deben centrarse en la rápida extinción de un Incendio Forestal que ha pillado por sorpresa, pero no sorprende. Toca escuchar y atender a las recomendaciones de ayuntamientos, equipos de seguridad y fuentes oficiales. Mientras, esperaremos y agradeceremos a todos los operarios y voluntarios que pelean mano a mano porque no se haga realidad la frase: “Chacho, no sabíamos lo que teníamos”.

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Alberto (Tito) Cobiella García es ingeniero y vecino de La Laguna (Tenerife).

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