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Por qué el beso forzado de Rubiales es injustificable

Lorena Santos de Torregroza

El 25 de agosto, el presidente de la Real Federación Española del Futbol (RFEF), Luis Rubiales, compareció por darle un beso forzado en la boca a la jugadora Jenni Hermoso durante la entrega de medallas de la final del Mundial Femenino de Fútbol. La opinión pública esperaba su dimisión, pero su respuesta ante las críticas fue otra. ¿Realmente Rubiales se ha justificado? ¿Es correcto lo que afirma? Su caso merece ser analizado con detenimiento y desde la filosofía moral.   

El discurso de Rubiales: un intento de auto victimización

Mediante su discurso, Rubiales ha querido victimizarse. Él se presenta como el “bueno”, la “victima”, acusada injustamente por su enemigo: “El falso feminismo”. Rubiales se victimiza construyendo un argumento basado en la conveniente oposición amigo-enemigo, sobre la que teorizó Carl Schmitt. Con este argumento ha querido justificarse moralmente ante la opinión pública y evitar, de este modo, su dimisión. Sin embargo, este tipo de comportamientos y mensajes implican un riesgo que la sociedad del siglo XXI no está dispuesta a correr. Tras el largo recorrido que ha tenido el feminismo en la cultura española y europea, resulta inaceptable que una figura pública emita un mensaje basado en lo que las feministas estadounidenses de los años 50 denominaron Rape Myths o mitos de la violación. Aquí el término mito hace referencia tanto a la falsedad de la creencia como a su forma: una forma concisa de referirse a una forma de pensar que está presente en toda una cultura. Es inaceptable que una figura pública divulgue un mensaje erróneo que refuerce formas de pensar que potencien la violencia de género y el acoso sexual. Por esta razón, el caso del “beso forzado” merece ser comprendido en toda su complejidad, más allá de lo anecdótico. Analicemos sus distintas caras para entender los riesgos que implica una situación como esta.  

Un beso forzado en vivo: 8,9 millones de españoles fueron testigos

El problema es el beso en la boca, sí, pero también que lo hayan visto en directo 8,9 millones de personas en España, entre esos niños, niñas y jóvenes. Centrémonos en el mensaje del mero gesto: que un hombre –y no cualquier hombre, un hombre que tiene poder– te agarre la cabeza y, con una sonrisa, te acerque a su cara y te dé un beso en la boca es supremamente significativo, no solo para las dos personas (el que besa y el que es besado), sino también para todas las personas que están observando la situación, porque transmite un modo de comportamiento que puede ser imitado.

Las creencias erradas que operan en el fondo del 'caso Rubiales' y que luego se hacen públicas tienen un impacto directo en el modo de cómo se piensa, comprende y percibe socialmente lo que es o no la violencia de género

Es importante recordar que la violencia de género no tiene lugar en un vacío, sino que puede verse apoyada/impulsada o reducida/disminuida (como todas las acciones culturales) mediante los mensajes y normas culturales. Es por ello fundamental la reacción de la sociedad. Inadmitir este tipo de “gestos” es indispensable para promover el respeto y reconocimiento mutuo de todos los miembros de la sociedad. Reaccionar en contra del “beso de Rubiales” ayuda a evitar cualquier tipo de reproducción cultural que incentive las agresiones hacia cualquier persona, especialmente las mujeres y las niñas.  

El momento de euforia: justificación en un “gesto de alegría”

Rubiales justifica su “gesto” afirmando que fue una reacción “automática” en un momento de “máxima euforia”. Lo que manifiesta incorrectamente este argumento es que su comportamiento era “esperable”, trata justificar su acción en una “emoción incontrolable”. Pero que un personaje público apele a “que se dejó llevar por sus impulsos emocionales” no debe “blanquear” el mensaje del gesto. El riesgo de esta justificación radica en que difunde la falsa creencia de que una agresión no es una agresión si ocurre en un momento de máxima euforia. Esto es supremamente grave desde la visión de la víctima, porque supone una justificación del agresor: “Me besó, aunque yo no quería, pero es que estábamos celebrando”. A la vez que exculpa automáticamente al agresor, porque se “dejó llevar por el momento”. El problema no es solo el acto en sí, sino que se lo justifique en una forma de pensar que se cree válida cuando no lo es. Ningún tipo de violencia de género es justificable bajo ninguna circunstancia. 

“Ella acercó su cuerpo a mí”

Nuevamente, Rubiales justifica sus acciones en el comportamiento de Jenni Hermoso afirmando que “ella acercó su cuerpo a mí”. Rubiales se escuda y no admite su responsabilidad. La creencia de que la agresión no es agresión porque “ella lo pedía” ya la desarrolló ampliamente Susan Brownmiller en su libro Against our Will (1972). Brownmiller fue una de las primeras teóricas feministas que defendió que justificar el comportamiento del agresor en el comportamiento de la víctima es un modo de incentivar la violencia de género. Creer que fue la mujer la que incentivó, motivó, “pidió” la agresión tiene un impacto directo en el modo como se entiende y juzga la experiencia de las víctimas, limitando las acciones correctoras, sean políticas, sociales o legales. 

 “–¿Un piquito?” …–“Pues vale”: el consentimiento que no fue consentimiento

Rubiales afirma que hubo consentimiento del beso. Según él, Jenny Hermoso no solo “acercó su cuerpo a él”, sino que, ante la pregunta ¿un piquito?, ella respondió afirmativamente. Hay que tener en cuenta el artículo 178(1) del Código Penal, tras su modificación, que señala que “[…] sólo se entenderá que hay consentimiento cuando se haya manifestado libremente mediante actos que, en atención a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona”, y seguidamente, en el punto dos, hace referencia a “las situaciones de superioridad o de vulnerabilidad de la víctima”. En ese sentido, la norma da importancia al contexto en el que ocurre la agresión y al tipo de relación que se da entre la víctima y el agresor. No debemos olvidar, nuevamente, que Rubiales es el presidente de la RFEF y que Jenni Hermoso es la jugadora de la selección femenina de fútbol de España. Esto importa, porque existe una relación vertical de poder. Sumado a esto, el triunfo de España en el Mundial Femenino de Fútbol impone un contexto particular, porque “el mundo” estaba siendo testigo de todo lo que ocurría en ese momento que generaba presión. El contexto en el que ocurrió el beso no dio lugar al consentimiento, puesto que la respuesta de la jugadora difícilmente podía ser “libre”. En otras palabras, el contexto constriñe el consentimiento. Además de esto, Jenni Hermoso ha afirmado que nunca consintió el beso. 

La voluntad: ¿realmente Jenni pudo decidir?

Aquellos que afirman que Jenni Hermoso realmente quiso ser besada porque no se defendió o no rechazó a Rubiales, están equivocados. Aquí el tema de la voluntad adquiere su máxima importancia. Aristóteles define en la Ética Nicómaco las acciones mixtas como aquellas en las que hay un componente voluntario y otro involuntario, pues todos los caminos de elección son indeseables en sí mismos. Es decir, no importa lo que “elija” el sujeto, las dos opciones son perjudiciales. De este modo, aunque presuntamente Rubiales le haya preguntado a Jenni ¿un piquito? y ella haya respondido afirmativamente (según Rubiales), no significa que Jenni haya tenido posibilidad de actuar de manera completamente libre.

Detallemos esto: ella “podía” decir que no, arriesgando su carrera profesional por negarle un beso al presidente de la RFEF —asumiendo que Rubiales reaccionara tranquilamente ante su negativa; pero como él mismo lo ha dejado claro: él es un “hombre que no se rinde” y que se deja llevar por sus impulsos—. Aquí la relación de poder entre Rubiales y Jenni Hermoso constriñó la posibilidad de elección que tuvo la jugadora. En el caso hipotético de que Jenni haya accedido al “piquito” tampoco quiere decir que haya sido una decisión voluntaria, ni libre. Una vez más, la final del Mundial de Futbol Femenino marcaba un contexto exigente.  

En conclusión, el caso Rubiales nos interpela como sociedad sobre la importancia de visibilizar lo que está en el fondo de un comportamiento que a simple vista puede parecer “inocente” o “aceptable”. Las creencias erradas que operan en el fondo de este tipo de comportamientos y que luego se hacen públicas tienen un impacto directo en el modo de cómo se piensa, comprende y percibe socialmente lo que es o no la violencia de género. Es por ello, que desde todos los sectores de la sociedad, político, económico, académico, la opinión pública, etc., se debe poner un freno a este tipo de situaciones y luchar incansablemente por transmitir mensajes que construyan relaciones humanas basadas en el respeto y en el reconocimiento por el otro, y no permitir que los agresores se justifiquen falazmente y se victimicen.

 

Lorena Santos de Torregroza es investigadora en filosofía moral y violencia de género Universidad Complutense de Madrid

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