El sapo y la luna

Sólo hay que tener un poco de memoria para recordar todas las declaraciones de la cúpula del Gobierno y del PSOE señalando la inconstitucionalidad de la amnistía que reclaman los independentistas. Eso de que “Carles Puigdemont tiene que venir a España para ser juzgado por el procés” lo han repetido hasta en la última campaña, así que hay un sapo suelto, que salta de despacho en despacho en Ferraz, que se terminarán tragando si hay acuerdo con Junts. Otra cosa es cuál sea el acuerdo, en qué términos se plantee un eventual alivio de las penas y qué garantías constitucionales ofrezca el resultado de una negociación, de nuevo, al filo de lo imposible. Por el momento, el PSOE se agarra a que Puigdemont no ha pedido la luna.

Sánchez vuelve a hacer de la necesidad virtud. Es la aritmética parlamentaria la que le empuja a acercarse a Puigdemont y le sitúa ante la realidad tantas veces negada: la normalización política de Cataluña difícilmente será posible mientras haya dirigentes en el extranjero alimentando un falso relato del exilio. Y es cierto que la palabra “coherencia” queda un poco grande cuando se aplica a la posición socialista sobre los dirigentes del procés fugados, pero la política de distensión en Cataluña hasta ahora ha dado buenos resultados y el PSC se encuentra en una posición de fuerza. Eso sí, lo de Puigdemont, como casi todo en la carrera de Sánchez, es el más difícil todavía.   

Superó en las urnas la durísima ofensiva de la derecha contra los acuerdos con los independentistas, así que esa corriente de voto útil le da ahora alas para avanzar en sus negociaciones. Decía la portavoz del Gobierno esta semana que los españoles ya no se creen el “que viene el lobo” del cuento y hay quien presume de que el PSOE se ha quitado los complejos pero de lo que no puede librarse (y eso también lo saben) es del corsé de la Constitución y del peligro de perder la credibilidad a fuerza de bandazos mal justificados. Ni la Carta Magna es barra libre ni tampoco el 23-J fue un cheque en blanco. De hecho, la movilización progresista buscaba fundamentalmente frenar el riesgo de retroceso con una alianza de PP y Vox y, en muchos casos, la papeleta socialista fue el mal menor. 

La normalización política de Cataluña difícilmente será posible mientras haya dirigentes en el extranjero alimentando un falso relato del exilio

Sánchez negocia en el desfiladero con la suerte de que Alberto Núñez Feijóo se ha atado al cuello la soga de sus contradicciones sobre Cataluña. Mientras pedalea sin avanzar ni un centímetro en su investidura, cualquier tímido gesto de empatía con el nacionalismo provoca la incomprensión y las iras del PP, demostrando tozudamente que la alternativa conservadora solo añade cumbustible electoral al independendismo. Y frente a la debilidad del gallego, juega a favor del socialista que solo le tosen quienes no temen el coste de ser utilizados por la derecha, Felipe González y Alfonso Guerra con especial virulencia, alejados ambos del pulso diario de las bases socialistas. Así que el crédito que niega el PP a Núñez Feijóo, se lo concede el PSOE sobradamente a Sánchez, que reúne a la Ejecutiva para decirles que toda va bien sin dar detalles ni que se los pidan. Nadie cuestiona desde hace mucho tiempo la línea oficial. “Para consultar a la Ejecutiva, sólo tiene que mirarse al espejo”, ironiza un socialista. 

Con todo, al presidente en funciones le queda un camino empinado para volver a ser investido. A Puigdemont no le va a salir de una lámpara maravillosa el mago Sánchez para concederle todos sus deseos ni esto está hecho, por mucho que Yolanda Díaz se haya arrogado el papel de hada madrina de la investidura tras su viaje a Bruselas. El PSOE confía en que el sapo que sueña con la luna, como en la fábula infantil, vaya instalándose definitivamente en el posibilismo, pero queda un itinerario lleno de imprevistos, con un interlocutor que en el pasado resistió poco las presiones. Su huida hacia adelante en maletero comenzó con un tuit de Gabriel Rufián cuando estaba a punto de convocar elecciones. “155 monedas de plata”. Y declaró la independencia; o lo que eso fuera. 

No está escrito el final de esta historia, pero llegado el momento estaría bien tratar a los ciudadanos como adultos, sin arcadias utópicas desde el independentismo ni relatos forzados desde el PSOE. Sin cuentos y rindiendo cuentas sobre hasta dónde, cómo y por qué.

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