Periódicos para envolver el chóped Joaquín Jesús Sánchez
No sobra periodismo, falta
Dice el periódico que caen los matriculados en Periodismo. La noticia, nos enseñaban antes, es que un niño muerda a un perro y no al revés. Así que la noticia, ¡lo increíble!, es que miles de jóvenes cada año se sigan inscribiendo en Periodismo. Lo primero que escuché en la facultad en 2005 fue: “Que sepáis que la mayoría de vosotros acabaréis en un supermercado”. Casi veinte años después, lo que se dice: “Si es que hasta en Mercadona cobras más”. En otra columna hablamos de ese clasismo instalado.
A nadie nunca en la historia del mundo le han dicho: “Oye, mira, hazte periodista, que tendrás una vida cómoda, estable, fácil, buen dinero”. Este es uno de esos oficios, vamos a llamarlos “especiales”, que se hacen contra toda lógica. Se hacen porque uno no se imagina haciendo otra cosa. Se hacen porque se parecen mucho a lo que más nos gusta hacer. Se hacen hasta porque nos identifican. Este oficio es, por supuesto, una fábrica de decepciones.
Al periodismo le pedimos más de lo que se le pide normalmente a un trabajo. Y suele entregarnos casi todo menos lo básico que en teoría ofrece un trabajo: una remuneración digna, un horario, seguridad. El periodismo, esta es una paradoja fascinante, está a la vez romantizado y despreciado. Desde fuera y desde dentro. Quizás el problema no sea, entonces, el oficio sino lo que se hace con él.
Lo que se hace con él: que lo enseñen personas que no han pisado un medio, que se rellene la carrera con más asignaturas ajenas al oficio que propias, que se inventen másteres de más de 10.000 euros para que ahora en lugar de pagar poco o nada por las prácticas sean los alumnos (sus familias) los que paguen por hacerlas. Me detengo aquí. ¿Qué clase social nos va a contar el mundo si ese es el precio, es más, si tiene precio tener la remota posibilidad de entrar en un medio?
Este es uno de esos oficios que se hacen contra toda lógica. Se hacen porque uno no se imagina haciendo otra cosa. Se hacen porque se parecen mucho a lo que más nos gusta hacer. Se hacen hasta porque nos identifican
Sigo, lo que se hace con él: contratar tan barato y tan mal que se expulse a tantos buenos, ser esclavos de los políticos y su agenda infernal, dejar que se escriba de manera perezosa y deslavazada y feísima, priorizar “los medibles” (número de clics, esas cosas) sobre la ética, priorizar “los medibles” sobre el interés público, priorizar “los medibles” sobre los mimbres del oficio mismo. Paramos: de todas las cuestiones del clickbait (ciberanzuelo, dice la Fundéu) que me sublevan, quizás la que más detesto es esa plaga de no poner en el titular dónde ha ocurrido la noticia para que la gente pinche pensando que ha sido en su ciudad o país. Un dizque periodismo dedicado a engañar, a confundir, a trucos cutres que le quitan su nombre y lo convierten en sucedáneo o antípoda.
Lo más grave: ese dizque periodismo es el que más alcanza. Con el buen periodismo bajo muros de pago por supervivencia, quienes no quieren o no pueden pagar por informarse acaban “viendo algo en el móvil”. ¿Quién paga que ese “algo” sea gratis? Toneladas de publicidad que secuestran la pantalla, dinero institucional que se devuelve con noticias al peso, condiciones paupérrimas para redactores que no pueden parar de producir.
No sobra periodismo, falta. Faltan mejores programas en la universidad, faltan mejores condiciones para sus trabajadores, falta ese, qué sé yo, Spotify de la prensa que democratice el acceso al buen periodismo, que nos saque de las burbujas de pensamiento, que sea la inmensa ventana a la complejidad del mundo que, sobre todo, debe ser este oficio.
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