Urge volver a València Pilar Portero
Un Gobierno con casco y chaleco fluorescente
Ya son dos semanas de asedio nocturno a la sede del PSOE en la madrileña calle Ferraz. Quienes hacemos crónica política no aparecemos por allí y a los reporteros que cubren los disturbios sólo les dejan acceder con casco y chaleco fluorecente. Se trata de garantizar la seguridad de los informadores y del derecho de los ciudadanos a estar informados, una imagen que ilustra de forma muy gráfica las circunstancias en las que van a tener que gobernar los ministros que vienen.
El “todos contra Sánchez” no es una novedad en la trayectoria del presidente, que se ha manejado con cierta habilidad política cuando ha sido víctima de los excesos del contrario. Pasó cuando todos los poderes del PSOE se afanaron en echarlo de la Secretaría General del partido en 2016 y ha vuelto a ocurrir esta primavera porque a las derechas se les fue la mano con el plan de demonización. No le falta experiencia en hacer de la necesidad virtud, eso es cierto, pero el monstruo al que se enfrenta este Gobierno tiene varias cabezas.
Que incluyan una manguera en la equipación de los nuevos ministros porque la estrategia de polarización puede ser rentable en lo político pero es un disolvente en lo social
Se lo va a encontrar en los escaños de los socios que tratarán de exprimirlo en el Congreso y también en el Senado, con el PP retorciendo las reglas del juego en su beneficio. En el poder judicial y en los cuerpos más conservadores de la Administración General del Estado donde la Ley de Amnistía ha sembrado la discordia. En la mesa de negociación con los agentes sociales y económicos, que Antonio Garamendi también ha tirado su bengala estos días. El Ibex es tozudo en su evolución favorable pero, en este contexto, el jefe de los empresarios no se puede permitir matices. La extrema crispación lo electriza todo. ¿Habría tenido el mismo rictus Felipe VI en la toma de posesión de Sánchez si no temiera ser “felpudo sexto”?
Veremos si esta deriva tiene límite. Por ahora nadie pone líneas rojas. El PP condena la violencia pero aviva el fuego. El insulto se ha normalizado. Para Alberto Núñez Feijóo no tuvo coste alguno permitir que la masa coreara en la Puerta del Sol que Pedro Sánchez es un “hijo de puta”, que es lo mismo que la presidenta de la Comunidad de Madrid le llamó entre dientes en la tribuna de invitados del Congreso. ¡De esa pillada hasta han hecho una campaña en favor de Díaz Ayuso! Llamar “hijo de puta” al presidente del Gobierno no tiene penalización alguna, más bien todo lo contrario. Llamar “hijo de puta” al presidente del Gobierno forma parte del ritual exorcizador que se practica de noche en la calle Ferraz. Le llaman “hijo de puta” con la cara tapada los cafres y las señoras rubísimas y finísimas que salen en las televisiones que los violentos salvan de la lluvia de huevos de pintura.
Hay quien puede pensar que los fantasmas del pasado, el himno de Falange y las banderas nazis, pueden venirle bien al PSOE para justificar el dilema de la investidura de Sánchez: alzar “un muro ante los ataques recurrentes a los valores de la España democrática” o darles un “salvoconducto”. “¿Veis cómo la amnistía era necesaria?”, se dirán unos socialistas a otros en las acorraladas casas del pueblo. El peligro a partir de ahora es que el Gobierno se quede atrapado en el relato porque, por muy irresponsable que sea la oposición, su deber será apagar las llamas y devolver los monstruos a las alcantarillas. Que incluyan una manguera en la equipación de los nuevos ministros porque la estrategia de polarización puede ser rentable en lo político pero es un disolvente en lo social. Que la convivencia se abra paso en la calle empedrada de esta legislatura.
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