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El Gobierno recompone las alianzas con sus socios: salva el paquete fiscal y allana el camino de los presupuestos

Verónica Barcina Téllez

En 1957, Theodor Seuss Geisel publicó el cuento ¡Cómo el Grinch robó la Navidad!, donde es amenazada la Navidad, símbolo del desenfreno comercial con desproporcionados beneficios para los mercados. Esta orgía capitalista parece no ofender los sentimientos de Abogados Cristianos ni los de la jerarquía católica que estos días hace caja con sus locales llenos, los cepillos bien repletos y la maquinaria del adoctrinamiento a pleno rendimiento. El Grinch odia la Navidad como reacción al ostracismo del diferente en una sociedad más pendiente de lo accesorio que de lo esencial.

La vorágine consumista se fraguó en el primer tercio del siglo XX y eclosionó en los 50–60 en una sociedad de EEUU confundida, convulsa y estimulada en exceso tras dos periodos bélicos, con graves consecuencias económicas y sociales como la sustitución de lo colectivo por lo individual. Prensa, radio, televisión, cine y literatura vendieron y exportaron eficazmente el sueño americano, a pesar de la mediocre clase media consumista inmortalizada por novelistas como Sinclair Lewis (Babbitt), Scott Fitzgerald (El gran Gatsby) o John Dos Passos (trilogía U.S.A.).

Poco tardó el virus capitalista en infectar a Europa. El marketing y la venta a plazos excitaron, con feroces campañas y agresivas estrategias, el deseo inmediato del consumidor hasta el extremo de crear una sociedad consumista sin límite para acaparar bienes superfluos, además de vivienda en propiedad, coche, lavadora o frigorífico. Con el consumismo llegaron la precariedad laboral, la pobreza y la corrupción, que exilian de la sociedad, como al Grinch, a millones de personas que sobreviven en guetos a las afueras de pueblos y ciudades. La ciudadanía es víctima de herramientas como el, ¡ojo al nombre!, neuromarketing que convierte a las personas en cobayas zombis consumistas.

La sociedad española es costumbrista y dócil, un rebaño fácil de pastorear con añagazas como “modas", “tendencias” y “tradiciones” al servicio del consumo y el pingüe beneficio

El capitalismo ha hecho del concepto Grinch un mecanismo de autodefensa contra quienes osen criticar la realidad navideña que utiliza de forma populista las creencias populares para hacer negocios. La sociedad española es costumbrista y dócil, un rebaño fácil de pastorear con añagazas como “modas", “tendencias” y “tradiciones” al servicio del consumo y el pingüe beneficio. Todos los años por estas fechas, y éste de forma desmesurada, los productos navideños aumentan su precio sin más lógica que la codicia.

El precio de las uvas se ha disparado hasta un 227% desde octubre, vendiéndose hasta un 44% más caras que en diciembre de 2022 a pesar de la rebaja del IVA. Según denuncia FACUA, el medio kilo de uvas, insípidas pero sin pepitas, ha pasado, en tres meses, de 1,19 a 3,89 € en Aldi; de 1,79 a 3,00 € en Alcampo; de 1,75 a 2,73 € en Mercadona; de 1,74 a 2,72 € en Eroski; de 1,69 a 2,69 € en Lidl; y de 1,84 a 2,65 € en Carrefour. Serían las uvas de la ira (John Steinbeck / John Ford) de no estar el personal a por uvas. No se renuncia a ellas, ni al marisco, al cotillón, a la ropa “adecuada”, al peinado, a las uñas esculpidas… al postureo en familia y en Instagram.

Cada vez es más frecuente, siguiendo la estela populista de ayuntamientos y grandes almacenes, que luces navideñas invadan fachadas y balcones particulares imitando a los clubes de alterne en carreteras secundarias. Sólo queda el carnaval de la cabalgata de reyes, después de “papanoeladas” de todo tipo, antes de cerrar la caja y contar unos las ganancias con satisfacción mientras otros repasan con angustia las trampas.

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Verónica Barcina Téllez es socia de infoLibre.

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