Ignacio Ellacuría, teólogo y filósofo de la liberación Juan José Tamayo
Partido a partido: la corrupción como bandera
Pocos asuntos hacen tanto daño a la democracia como la corrupción. Si es triste asumir que el ser humano es capaz de las mayores infamias, lo verdaderamente grave ocurre cuando las infamias pasan de los fangos del alma humana a los partidos, las instituciones y los medios de comunicación.
El alma humana no tiene límites. Estos días hemos visto que hay gente capaz de estafar a las familias que perdieron un ser querido en una patera, vendiendo falsas posibilidades de recuperar un cadáver. Hemos visto tramas organizadas para robar a las personas en paro por medio de ofertas engañosas de trabajo. Piden dinero y hacen negocio con la necesidad ajena. Hemos visto a varios comisionistas enriquecerse cuando una pandemia obligó al Estado a comprar mascarillas y buscar vacunas para salvar nuestras vidas. Y hemos visto que puede darse la orden de que se dejen morir sin ayuda a los ancianos de las residencias de Madrid, abandonados a su propia asfixia. Se ocultó así el deterioro de los servicios públicos provocado por las políticas partidarias de las explotaciones privadas.
No tenemos arreglo. Pero el problema grave empieza cuando los desmanes pasan de los individuos a los partidos y las instituciones. Por desgracia, hemos visto también que hay partidos capaces de ocultar las corrupciones propias con sobornos a los medios de comunicación, subvenciones para generar servidumbres, manipulación de jueces, manejo de policías y destrozo de referencias tan importantes como el Consejo General del Poder Judicial. No, no es lo mismo expulsar a un militante de la organización cuando tiene responsabilidades penales o políticas, que ocultar esas mismas responsabilidades sin pudor con cualquier tipo de estrategia.
El pensamiento reaccionario abre un nuevo capítulo, pasando de utilizar las discusiones políticas para ocultar las corrupciones a utilizar la corrupción, hacer bandera de la corrupción, para ocultar sus programas políticos
La corrupción se pegó a la historia de la democracia española en una dinámica que la ha hecho inseparable de la destrucción de los servicios públicos. Y el daño no puede reducirse al dinero que se desvía de las inversiones sociales a los bolsillos privados. Muy dañina es también la forma en que las discusiones políticas corrosivas se utilizan para ocultar y tapar con ruido los desmanes particulares. No se olvide que el proceso independentista catalán se disparató cuando Pujol y sus herederos necesitaron ocultar que alimentaban cuentas familiares en Suiza gracias a la destrucción de la sanidad y la educación pública catalana. Tampoco se olvide que un PP muy corrupto en Madrid aprovechó la situación para ocultar sus propias corrupciones con unas ofensas inadmisibles a Cataluña. Desviaron con un falso patriotismo la atención de sus robos institucionales organizados. Guerra de identidades para tapar el deshonor.
Pero llegamos ahora a un nuevo capítulo que no debiera descuidar el pensamiento progresista, es decir, el pensamiento político que quiere hacer más justa la convivencia a través de los salarios, las pensiones, la fiscalidad equitativa, la vivienda, los servicios públicos y la decencia laboral. Para tomar medidas sobre estos asuntos es necesaria la autoridad y el crédito de la política. Por eso el pensamiento reaccionario abre un nuevo capítulo, pasando de utilizar las discusiones políticas para ocultar las corrupciones a utilizar la corrupción, hacer bandera de la corrupción, para ocultar sus programas políticos.
Denunciar la corrupción es necesario, desde luego; pero olvidarse ahora de la importancia de las decisiones sociales para meterse en una trifulca sobre la corrupción supone una trampa de la que conviene defenderse. La corrupción aleja de la política, paraliza, le quita crédito a la posibilidad de mejorar la sociedad, socava la autoridad del Estado, daña una ilusión electoral. Y el pensamiento progresista necesita de la autoridad del Estado y la ilusión electoral para intervenir en una realidad injusta. Necesitamos responder, por ejemplo, a la violencia machista, la brecha salarial, los enriquecimientos abusivos, las precariedades de la migración o el aumento escandaloso de los seguros médicos privados ante el deterioro de la sanidad pública.
Creo que sería bueno cambiar de estrategia en la próxima discusión. ¿Corrupción? Por supuesto, mírese usted en el espejo. Y ahora cambiemos de conversación para hablar de la vivienda, la sanidad, las pensiones, los salarios, los derechos laborales y el deseo de cambiar en España las consignas de odio por los compromisos con la convivencia. Partido a partido.
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