Qué fue de los jóvenes antifranquistas

Julián Lobete Pastor

Jóvenes Antifranquistas es el título de un ensayo escrito por el pensador Eugenio del Río sobre la lucha de una parte de los jóvenes que fueron antifranquistas en el período 1965-1975.

Se refiere a los jóvenes (hombres y mujeres) que en ese período militaron en organizaciones llamadas de extrema izquierda, tales como el Movimiento Comunista (MC), la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) el Partido del Trabajo de España (PTE), y la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), entre otros.

El ensayo, por tanto, está limitado en dos sentidos. No se refiere a otros muchos jóvenes antifranquistas que militaron en el Partido Comunista (PCE), partidos socialistas, o partidos de tendencia demócrata-cristiana o liberal, ni tampoco a jóvenes sin filiación partidaria que fundaron o formaron parte de organizaciones vecinales, sindicales o de organizaciones católicas como las Hermandades del Trabajo o la Juventud Obrera Católica cuya actuación fue en gran medida antifranquista, en ese periodo.

La segunda limitación se refiere al espacio temporal elegido, de 1965 a 1975, ignorando el periodo de la Transición propiamente dicha (1976-1982), más interesante desde el punto de vista político.

Además en ese segundo período se produce un hecho trascendental en algunas de las organizaciones estudiadas por Del Río, siendo su autodisolución en el caso sobre todo del PTE y ORT en los años de 1979-1980. Ambas organizaciones deciden disolverse después de haberse presentado a las elecciones de 1977 y 1979, con resultados nulos en cuanto a su participación en las nuevas instituciones democráticas.

Fue un acto de realismo político en unas organizaciones que, como señala el autor de Jóvenes Antifranquistas, se caracterizaron por su irrealismo y su dificultad para comprender la realidad. Los dirigentes y militantes de esos partidos comprendieron que nada tenían que aportar a la nueva democracia desde los planteamientos y la organización que habían mantenido con el franquismo, sin negar su utilidad durante el periodo que se había superado.

Los militantes de dichos partidos quedaron liberados para elegir cuál era su lugar en la nueva situación, no sin desgarros personales en algunos casos. Hubo quien eligió la política como profesión, otros se dedicaron a sus trabajos y actividades profesionales, sin renunciar por ello a sus convicciones progresistas. Pasados 45 años desde entonces, sería curioso conocer la evolución personal y política de cada de uno de ellos, de todo habrá. Son, y somos, una generación que está comenzando a desaparecer y que en estos momentos ha alcanzado la cota octogenaria o la septuagenaria alta.

La conversión

Del Río califica la transformación de jóvenes educados en su gran mayoría en el nacional catolicismo en militantes de organizaciones revolucionarias de conversión, y se pregunta...

¿Qué había en nosotros que impulsó ese tránsito?

Lo que le interesa al autor "es lo que ya estaba dentro de nuestras mentes que auspició esa evolución, y que bajo nuevas formas y un nuevo lenguaje permaneció en nosotros cuando nos hicimos revolucionarios”. Señala dos focos principales: la formación religiosa y la experiencia de la religiosidad, no en sus múltiples aspectos, sino sobre todo en uno particular, el de los valores, y luego el legado ético de la generación de nuestros padres como vigorosos transmisores de valores, de forma explícita y también tácitamente.

Algunos de los valores cristianos transmitidos fueron perdiendo fuerza, pero otros, como la voluntad de actuar en favor de los demás, permaneció viva y en muchos casos fue determinante del compromiso social y antifranquista.

“La formación cristiana contribuyó a promover buenas personas que acabarían incorporándose a la izquierda revolucionaria, lo que no quita que aquellas buenas personas además de realizar actos socialmente beneficiosos, nos hiciéramos también responsables de hechos perjudiciales para la sociedad a la que decíamos servir.

Con todo, los impulsos altruistas, la voluntad de hacer el bien a la gente, la generosidad, el rechazo del egoísmo, la entrega a causas colectivas, la acción en pos de unas relaciones más solidarias, distinguían la constitución moral de aquellos jóvenes y de los colectivos bienhechores que formaron” .

En relación con los valores transmitidos por los progenitores, Del Río destaca, entre otros, la abnegación, una generosa disposición para echar una mano a quien lo necesitara, la honestidad, la voluntad de hacer frente a las dificultades con el esfuerzo, la austeridad, una actitud contraria a la ostentación.

La expresión de algunos de estos valores era más vigorosa en el interior de las familias, pero en opinión del autor, se percibía más ampliamente en la vida social, recorrida por hilos discretos de compasión y solidaridad.

Cabe preguntarse porqué en una sociedad, la franquista, donde ser buena persona no era precisamente muy posible, y nada rentable, se empeñaron en educar a esta generación como buenas personas; al final al salir a la vida adulta se habían de encontrar con una realidad muy diferente a aquella para la que habían sido educados.  

Ideologización y sus consecuencias

Dice Eugenio del Río que la minoría que acabó optando por una ideología revolucionaria (y en opinión de quien esto escribe) estaba acostumbrada a vivir bajo presiones ideológicas y había experimentado una fuerte religiosidad, pero a medida que crecía el descontento con las ideas difundidas por el régimen y por la Iglesia, tendieron a hacerse con otras ideas también de grueso calibre: una ideología robusta y poderosa.

En los años sesenta y setenta, cualquier organización que se preciara o simplemente que no quisiera desparecer debía hacer suya alguna de las grandes ideologías de izquierda que pululaban por el mundo. No es de extrañar que el marxismo fuera adoptado como cultura de identidad por las nuevas organizaciones radicales, sigue opinando Del Río.

Los grupos radicales emergentes en los años sesenta abrazaron una u otra de las interpretaciones del marxismo: la china, la soviética, alguna de las troskistas, u otras no dependientes de focos internacionales. Ninguno se quedó huérfano de ideología. 

Hay que tener en cuenta, según el autor, que las ideologías marxistas tienen una fuerte dimensión cognitiva. Vienen cargadas de ideas sobre cómo son las cosas, al igual que un amplio catálogo de teorías y conceptos, aunque tales ideas no correspondan siempre fielmente a las realidades sobre las que pretenden actuar.

El peso de la ideología lleva aparejada la acción de sesgos cognitivos, de prejuicios de filtros distorsionadores. Entre los sesgos que operaban en los procesos de conocimiento de los grupos revolucionarios, Del Río cita el sesgo de confirmación, el pensamiento deseante, la propensión a autoengañarse, el sesgo de percepción selectiva, el prejuicio del recuerdo condescendiente con nosotros mismos, el efecto del falso consenso y la subestimación del valor de los puntos de vista de quienes son considerados enemigos. Bajo la presión del pensamiento de grupo, éste, deseoso de alcanzar y mantener la unidad acaba cometiendo errores respecto del conocimiento.

Todo ello lleva a que en aquellos colectivos y otros actuales, se hayan producido importantes pérdidas de realidad. Un irrealismo grupal que llevó a sobreestimar su capacidad para alterar el ritmo de los acontecimientos. Todas las ideologías proporcionan a los grupos que las defienden otros objetivos como la aspiración a la coherencia y la auto-ubicación del propio colectivo.

Desde 1982 se han sucedido organizaciones políticas que han absorbido los restos de otras ya sin relevancia, y que a su vez vuelven a ser absorbidas por otras nuevas, que cumplido un ciclo sufren el mismo desgaste, dejando logros y avances por el camino

Volviendo a la realidad de los grupos objeto del ensayo, Del Río concluye que “aquellas ideologías se apoderaban de las personas y las impulsaban a cometer errores, hasta algunos desvaríos como la defensa de la dictadura china, la justificación de la violencia para llegar a una sociedad ideal y la legitimación durante algunos años de la violencia de ETA."

Enseñanzas para hoy

¿A día de hoy qué enseñanzas aporta el ensayo de Eugenio del Río? Además de interesar a quienes aquellas situaciones vivieron, y debe interesar porque el libro ha conocido cuatro ediciones de septiembre a noviembre de 2023, se pueden obtener enseñanzas para la situación actual.

A mi juicio, el libro llega un poco tarde para la generación protagonista del libro, sin que ello signifique una crítica al autor, que por otra parte ha hecho un notable esfuerzo de reflexión y estudio de cada una de las cuestiones que aborda en el ensayo. Para la generación protagonista es casi un libro de historia crítica, una generación que, según opina el autor, y estoy de acuerdo, se dio mucha importancia, aunque también es verdad que a los antifranquistas se les ha negado un justo reconocimiento de méritos, que por cierto nunca reclamaron.

Las enseñanzas creo pueden ser muy importantes para las generaciones que ahora están en el poder, aspiran a estarlo o podrán estarlo cuando lleguen a la edad correspondiente. Naturalmente me refiero a las personas que se sitúen en el espectro ideológico de la izquierda, porque no creo que interese a otros ámbitos.

Hay una continuidad en los vicios y malas costumbres de la izquierda, sobre todo la que se sitúa a la izquierda del PSOE, que son comunes con las organizaciones revolucionarias que estudia Del Rio. La falta de realismo, la persistencia en los sesgos cognitivos de la hipertrofia ideológica, el insuficiente conocimiento del mundo social, el sectarismo, el predominio de la ética de la conciencia frente a la ética de los resultados son defectos, que en opinión de quien esto escribe, han arrastrado muchas de las organizaciones políticas que han tratado de representar a esa parte de la sociedad que se ha reconocido ideológicamente a la izquierda del PSOE .

Desde 1982 hasta hoy se han sucedido organizaciones políticas que han absorbido los restos de otras ya sin relevancia, y que a su vez vuelven a ser absorbidas por otras nuevas, que cumplido un ciclo sufren el mismo desgaste, dejando logros y avances por el camino.

¿No merecen estas realidades una reflexión? ¿No se puede aprender de los errores de los jóvenes antifranquistas? ¿No es hora de que se aborden los problemas con realismo y humildad?

Si la generación que está desapareciendo tiene algo que decir será elevar la palabra con consistencia para enunciar el "no sigáis cometiendo los mismos errores". El ensayo de Eugenio del Río puede ayudar a esa reflexión necesaria. Invito a infoLibre a que organice un foro con el autor y otros pensadores, con dirigentes, militantes y simpatizantes políticos actuales para tratar de llevar a cabo esas reflexiones, repito, tan necesarias.

  

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Julián Lobete Pastor es socio de infoLibre.

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