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Luchar contra el cambio climático es como comer brócoli

Isaac Pozo Ortego

La Organización Meteorológica Mundial de Naciones Unidas acaba de presentar su informe sobre el estado del clima global de 2023. Es un informe anual que analiza una serie de indicadores de cambio climático, y en la edición de este año todos aumentan. Algunos incluso se salen de la escala, como la temperatura media marina, el deshielo antártico y el retroceso de glaciares. Y los cambios no dejan de acelerarse.

El secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, declaró recientemente que “el cambio climático va mucho más allá de las temperaturas. Lo que presenciamos en 2023, sobre todo en relación con el calentamiento de los océanos, el retroceso de los glaciares y la pérdida de hielo marino antártico sin precedentes, es motivo de especial preocupación”.

Esta noticia, que debería asustarnos por sí sola, se suma a las que se publican todos los meses, entre las que destacan que enero de este año ha sido el mes más cálido en España desde que hay registros, según AEMET, o que, mundialmente, el año 2023 ha sido 1,48º C más cálido que el nivel preindustrial de 1850-1900. Suma y sigue.

Ya no se trata sólo de la temperatura del aire, sino que la temperatura media del mar alcanza los 21,06°C, que es el valor más alto para cualquier mes en el conjunto de datos, por encima del récord anterior de agosto de 2023 (20,98°C). Y los mares suelen ser nuestra primera defensa contra el cambio climático, ya que son los encargados de absorber los aumentos de temperatura del aire y moderar el clima en las zonas de costa.

Pero si no se fían de las noticias, sólo miren esta gráfica oficial del programa de observación de la Tierra de la Unión Europea, Copernicus, con los años 2023 en rojo y 2024 en blanco, donde no hace falta ser un experto para ver que algo no va bien.

Anomalías climáticas globales sobre el periodo de referencia 1850-1900 Fuente: Copernicus, febrero de 2024

Aunque los climatólogos llevan advirtiéndonos del problema desde los años setenta y, en especial, durante las últimas dos décadas, no hacemos nada. Quizá se trate del síndrome de la rana hervida, que dice que si echas una rana en una cazuela con agua hirviendo esta salta, pero si la pones en agua tibia y la vas calentando no se da cuenta hasta que muere. Está analogía, en términos psicológicos, se produce “cuando un problema se desarrolla tan lentamente que sus daños no son fáciles de percibir en lo inmediato, y esa falta de conciencia de los mismos genera que no haya reacciones o que estas sean tardías para evitar o revertir los daños que ocasiona”.

Se está dando una situación especial, los cambios son sutiles, y un mes no llueve, otro tenemos un pequeño temporal, o nos llega la noticia de una inundación en un país cercano; pero solemos pensar que no nos afectará. Son los efectos a medio plazo los que estamos sufriendo más de lo que pensamos.

A todos nos gustaría comer chuletón a diario, pero sabemos que, a la larga, no nos hará bien. Así que la lucha contra el cambio climático puede ser como comer brócoli: a nadie le gusta, pero es necesario, para nuestra salud y la del planeta

Tenemos una sequía en Cataluña en los meses de invierno que sólo podrá empeorar según avance el año. Tenemos un mar Mediterráneo sobrecalentado que no podrá regular el clima costero. Nos queda poco para volver a las tórridas noches tropicales que ya sufrimos el verano pasado. Tendremos olas de calor cada vez más frecuentes. La Corriente del Atlántico Norte está haciendo cosas inesperadas, y este año toca el fenómeno del Niño. Y seguimos sin hacer nada.

Hace tiempo que los científicos nos han advertido que es prioritario dejar de quemar combustibles fósiles y prepararnos para lo que viene. O, dicho de manera más técnica, es primordial implementar planes de mitigación y adaptación al cambio climático. No podemos vivir como en tiempos pasados. 

Y, aunque es tentador caer en excusas fáciles, como que en situación de crisis económica hay otras prioridades, o que otros países contaminan más, o que no todas las clases sociales contaminan lo mismo, hay que actuar sin demora.

Cada una de estas afirmaciones es rebatible con datos económicos o con conocimientos de geopolítica; son sólo verdades a medias y para refutar cada una de ellas necesitaría más espacio del que ocupa esta columna. Además, muchos de estos argumentos conllevan una carga ideológica, y cuando la política entra por la puerta, la ciencia sale por la ventana.

Sin embargo, el único razonamiento válido es que nos toca ser responsables con lo que viene, e ignorarlo no va a solucionar el problema, todo lo contrario. Es una de esas situaciones de comer más verdura. A todos nos gustaría comer chuletón a diario, pero sabemos que, a la larga, no nos hará bien. Así que la lucha contra el cambio climático puede ser como comer brócoli: a nadie le gusta, pero es necesario, para nuestra salud y la del planeta.

Isaac Pozo Ortego es director de proyectos de la Fundación Alternativas.

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