El valor y la piedad
El historiador italiano Carlo Greppi se interesó por la personalidad de Lorenzo Perrone a través de un documental, Il coraggio e la pietá, en el que se hablaba de la solidaridad mostrada por los italianos con los judíos perseguidos por el nazismo y el fascismo. En medio de la barbarie, Primo Levi tuvo suerte al ser internado después de un largo viaje en las alambradas de Auschwitz III. Miles de los judíos detenidos junto a él fueron asesinados antes de llegar al campo de concentración. Y tuvo suerte también al encontrarse en 1944 con un albañil que le salvó la vida. Varias empresas italianas hicieron negocio participando en la construcción de los lugares y las dinámicas de la muerte. Un albañil entabló conversación con uno de los presos, tratados como esclavos, que le ayudaban. “Te estás arriesgando al hablar conmigo”, le dijo Primo. “No me importa”, contestó Lorenzo, y desde ese día le llevó al trabajo durante meses una cantimplora con sopa y pellejos. Condenados a trabajar hasta morir, los nazis daban a los presos una alimentación con menos calorías de las necesarias para vivir. Era una desnutrición calculada. Por eso Primo Levi recordó en el documental Il coraggio y la pietá que la sopa de aquel albañil le salvó la vida.
Las naciones, las identidades, los conflictos no pueden borrar la conciencia de cada uno de nosotros
Lo cuenta Carlo Greppi en su libro El hombre que salvó a Primo Levi (Crítica, 2023). Dedicado a la química, las fórmulas, los tubos de ensayo, los morteros y las pipetas dejaron lugar para su conciencia. Primo fue detenido al comprometerse con la guerrilla contra el fascismo. La desgracia lo convirtió en uno de los intelectuales más necesarios a la hora de preguntarse por la condición humana en el siglo XX. Contó su experiencia de Auschwitz en un libro conmovedor: Si esto es un hombre (1947). En otro de sus ensayos, El sistema periódico (1975), indagó sobre el momento relámpago en el que dos personas se miran, cuando una puede percibir en los ojos de la otra la solidaridad o la desconfianza: “¿Qué piensas de mí? ¿Qué soy yo para ti?”. La verdad es que son dos preguntas inseparables de otras dos: “¿Qué pienso de mí? ¿Qué soy yo para mí?”. El obrero italiano, decidido a cruzar la frontera francesa desde muy joven para buscar trabajos de supervivencia, fue contratado por una empresa para construir la muerte. Y necesitó dedicarse a construir la vida. Le habían dado una espátula grande, una espátula pequeña, un martillo común, un cincel corto, un cincel largo, una plomada, una cinta métrica, una escuadra, una regla y un nivel topográfico. Pero él llevaba también su propia conciencia entre las herramientas.
Primo Levi le debió a Lorenzo Perrone no sólo la vida, sino la posibilidad de seguir albergando un sentimiento de esperanza en el ser humano. La memoria de Lorenzo ocupa un lugar en el homenaje de los Justos entre las Naciones, el espacio del museo del Holocausto en Jerusalén que reconoce la solidaridad de personas no judías que salvaron a personas judías del exterminio. Allí se guarda también memoria de Ángel Sanz Briz, el Ángel de Budapest, que se arriesgó a proteger la vida de más de 5000 judíos. No son muchos si se comparan con los casi 40.000 muertos y casi 100.000 heridos que soportamos en el genocidio de Gaza.
Como necesito mantener la fe en la condición humana, he abierto un espacio en mi biblioteca para juntar todos los libros que recuerdan en la gran cultura judía el sufrimiento provocado por el racismo, desde las expulsiones en la España católica hasta la experiencia de Auschwitz. Me pregunto con Primo Levi: ¿Qué puedo pensar de mí? Un espacio particular de Justos entre los Justos. Es la mejor herencia de Sefarad, el mejor homenaje a los judíos de cualquier nación que se niegan a apoyar lo que está haciendo Israel con el pueblo palestino. Las naciones, las identidades, los conflictos no pueden borrar la conciencia de cada uno de nosotros, la responsabilidad de lo que hacemos con nuestra sopa.
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