La Nakba continúa y continuará (y II)
Las muchas historias y personajes de la novela La Cueva del Sol de Elías Khoury son presentados y narrados por dos actores principales: Jonás, El Lobo de Galilea, mítico combatiente de Al Fatah, y Jalil, combatiente enfermero. Mientras Jonás yace en coma en el desmantelado hospital Galilea del campamento de Chatila en Beirut, Jalil quiere a toda costa salvar la vida de Jonás y es en realidad el principal narrador, prestando su voz a Jonás.
A través de hechos vividos por ambos actores y otros, se narran las historias de todas las Nakba, desde 1948 hasta finales de los noventa del siglo XX.
En la guerra de 1948, que no fue una guerra convencional, sino una guerra de exterminio y expulsión de los palestinos de sus tierras por parte del ejército de Israel, más de 500 aldeas fueron arrasadas. La táctica era siempre la misma: el ejército judío entraba, mataba a los resistentes si los había, y en ocasiones aunque no los hubiera, expulsaba a los sobrevivientes y después bombardeaba las aldeas, sobre cuyos cimientos se construyeron después los asentamientos judíos. "Bombardeaban como si fuera una competición deportiva", recuerda Jalil, y Jonás añade: "Nadie se lo podía creer, 600.000 judíos reclutaron un ejército mayor que el de siete países árabes unidos, que sólo entraron para defender sus fronteras. Todos vendieron a Palestina. Nosotros intentamos recobrarla, pero fuimos derrotados hasta el final".
A comienzos de los años 50, la fiebre del regreso fue una epidemia que se extendió entre los expulsados, más de 700.000, y que condujo a la muerte a muchos de ellos
A comienzos de los años 50, la fiebre del regreso fue una epidemia que se extendió entre los expulsados, más de 700.000, y que condujo a la muerte a muchos de ellos. A los que fueron autorizados a quedarse se les daba el estatus de residentes-ausentes.
“Eran tiempos, recuerda otro personaje anciano, en que lo dejábamos todo atrás. Nos dimos a la fuga dejando a los muertos sin enterrar. La gente vivía dominada por el miedo, miedo a vivir bajo la ocupación militar, y miedo a morir si se infiltraban en el país. Habían rodeado las tierras confiscadas con alambre de espino y la gente contemplaba cómo se les arrebataban sin poder hacer nada. Ellos (los judíos) se quedaban con las tierras y nosotros, entretanto, lo contemplábamos como quien contempla muerte en un espejo”
Lo que ocurrió en muchas aldeas palestinas también lo cuenta William Dalrymple en su libro Desde el Monte Santo. El autor periodista y viajero recorrió en 1994 los monasterios cristianos de Oriente (de la iglesia ortodoxa siria o griega, armenia, nestoriana, maronita), que aún existían en aquellos años. El autor no se limita a escribir un libro de viajes o de arte bizantino, sino que, además, narra la historia de los pueblos que visita. Al llegar a Beirut conoce en un campo de refugiados a una familia palestina cristiana originaria de un pueblo, Kafr Birim, al norte de Israel. Los refugiados, que viven en muy malas condiciones, le cuentan que una parte de los habitantes, también cristianos, se quedó.
Dalrymple decide averiguar cómo ha sido la vida de los que se quedaron y visita y localiza a los habitantes que le cuentan su historia. El 13 de noviembre de 1948, los vecinos recibieron la orden de marcharse y abandonar sus campos. Tuvieron que vivir bajo los árboles, a pesar de que les habían dado la ciudadanía israelí. Algunos pudieron volver; reclamaron sus tierras ante el Tribunal Supremo que les dio la razón en 1953, pero al día siguiente de conocerse la sentencia, el ejército declaró aquellas tierras zona militar y les obligó abandonar el pueblo. Los vecinos subieron a una colina, llamada desde entonces la Montaña del Llanto y contemplaron cómo la aviación bombardeaba y arrasaba su aldea. El lugar que ocupaba el pueblo de Kafr Birim, era en 1994, un parque natural para visitas judías porque dijeron que en aquel lugar había existido una sinagoga.
Los campesinos palestinos se extrañaron del especial furor de los judíos contra los olivos, el árbol de la luz sagrada, para ellos.
Los desastres del Líbano
“Líbano nos estalló en las manos. Si entramos en las guerras del Líbano fue porque en todas partes nos habían dado con la puerta en las narices. Nos encontramos un país hecho pedazos. Corríamos de un lado a otro entre trozos de barrios, remedos de ciudades, restos de aldeas y facciones. Todo se desmembró durante la guerra civil libanesa. Cada día cambiábamos nuestro discurso político, cada día nos contradecíamos". "Pasábamos de la izquierda al apoyo de los musulmanes, de los musulmanes a los cristianos, de la masacre de Chatila en 1982, perpetrada por los falangistas y los israelíes, al bloqueo y la carnicería de 1985 perpetrados por el movimiento Amal o al apoyo a Siria", recuerda amargamente Jonás, quien prosigue: “¿Cómo nos pudimos creer esas guerras? Me tragué una cantidad alucinante de lemas contradictorios. No nos dimos cuenta del abismo en el que nos precipitábamos. Así es la historia, te atrapa, y has de seguir jugando muy a tu pesar, porque no hay más remedio”.
El combatiente de Al Fatah no ahorra las críticas a la corrupción y el sectarismo dentro de sus propias filas: “ No sé qué nos pasó después de la invasión israelí de 1982. Los intelectuales y los combatientes no hablaban más que de organizaciones internacionales y de dinero. Los combatientes se convirtieron en expertos ladrones y se llenaron los bolsillos con el fundraising. Vivimos en un lugar plagado de aparatos de seguridad; cada aparato controlaba al otro y nos tocaba tratar con ellos como si no lo supiéramos”.
La Cueva del Sol, última tierra libre de Palestina
Jonás no abandona su tierra cuando la dirección de la Organización de Liberación de Palestina se traslada a Túnez en los años 80 del siglo XX. “Te convertiste en una pieza de museo, un vestigio del pasado, que deambulaba entre fantasmas y recuerdos. No conoces a tus hijos, no conoces tu país más que a través de las grietas de tu cueva”, le recuerda Jalil.
La cueva de la que habla Jalil es la Cueva del Sol, “al entrar Jonás en la cueva, los rayos del sol deslumbraban sus ojos cargados de sudor y cansancio”, en los alrededores de la aldea palestina en la que seguían viviendo su mujer Nahila y sus hijos. La vida de Jonás se convirtió en un viaje permanente entre dos Galileas, la palestina y la libanesa.
Nahila soportó detenciones e interrogatorios por ser la mujer de un dirigente palestino, pero tuvo que salir adelante sola con sus hijos y las visitas esporádicas de su marido en la cueva. Cuando Jonás le dice que odia a los palestinos que se pusieron a trabajar a las órdenes de los judíos, “se dedicaron a cavar los cimientos de las casas que se construían encima de las nuestras”, decía. Nahila le recuerda que no quedaba otra opción, que él aparecía y desaparecía y que no estuvo cuando hacía falta dinero para dar de comer a sus hijos, o para sus estudios o más adelante cuando necesitaron montar sus propios negocios. “Me he cansado de ti y de tus viajes invisibles”.
Cuando Nahila es detenida le dice al oficial israelí. “Sois más fuertes y más ricos, pero al fin y al cabo una aberración no puede durar eternamente; habéis sufrido pero vuestro sufrimiento no os da derecho a torturarnos. Los palestinos somos los judíos de los judíos”.
Jonás pidió que cuando muriera sacaran todos sus objetos de la cueva y la sellaran con una roca. “No debemos permitir que los israelíes entren allí nunca, es la última tierra libre de Palestina.”
Puede ser que algún novelista esté escribiendo en estos momentos la actual Nakba de Gaza y Cisjordania, pero lo que el mundo no puede permitir es esta Nakba perpetua contra los palestinos; si los judíos son incapaces de reflexionar sobre su propia historia y cambiar de rumbo en Israel, todos los países del mundo, empezando por Estados Unidos, deben decir "basta". Ojalá que así sea.
[Ver aquí primera entrega de 'La Nakba continúa y continuará']
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Julián Lobete Pastor es socio de infoLibre.