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El hombre moderno

Felipe González

Felipe González

- ¿Es verdad que si llevas una linterna no te atacan las águilas?

- Bueno, depende de la velocidad a la que transportes la linterna.

Di que sí Felipe.

Felipe González pasa por hombre de estado. Pero no sabemos de qué estado. Líquido o gaseoso, parece como si algo supiera, pero no nos lo quiere decir.

Más que un jarrón chino Felipe es el perro de la parte de atrás del coche. Felipe mueve la cabeza, pero no sabes si está afirmando o negando.

Resulta gracioso en cualquier caso.

Con la libertad de no tener que ser portavoz del desencanto o plusmarquista del aburrimiento sigue la máxima de Jardiel Poncela cuando decía que: “El éxito de un político es decir en voz alta lo que piensa la mayoría”.

Pero Felipe no simpatiza con nuestros problemas, simplemente nos compadece. Camina a dos palmos del suelo al ser el único de los españoles que ha decidido que no hacer nada es lo más responsable y ejemplar. Cuando habla genera mucho ruido, pero da igual, porque nadie escucha.

Pensar que a Felipe le debemos una democracia es algo parecido a imaginar a Audrey Hepburn comprando en H&M. Felipe, después de tantos años desarrolló esa indefinida cualidad de no querer saludar a según qué gente para no tener que despedirse.

Ahora que el sistema se apuntala en su propia decadencia, parece que la única salida es el pasado. Ahora, añoramos a tipos que han construido las paredes de su estómago con ladrillo y odiamos a quienes nos piden recortar la conciencia para ajustarla a las modas de estos tiempos.

Es legítima defensa, los precios dispararon primero.

Con Felipe aprendimos que uno puede llegar a sentirse cerca de un hombre que usa gafas, aprendimos que nuestra sociedad nos hace vivir aglomerados, pero rara vez juntos.

Pero nunca nos dijo que aguantar 7 días es haber vencido.

Si huele a mierda, hable usted de lo importante de la naturaleza.

Si es mentira, cuéntenos lo del bien común.

Y felicidades, es usted un político.

Como Felipe.

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