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FILOSOFÍA

Javier Gomá: “El discurso liberador romántico está agotado”

El filósofo Javier Gomá.

Antonio G. Maldonado

Javier Gomá tiene gripe. Así me lo hace saber apenas me hace entrar en su despacho de la Fundación Juan March, que preside desde 2003. Él lo achaca al tiempo cambiante propio de este final de primavera en Madrid, pero bien podría haberse contagiado con algunas de las muchas personas que, últimamente, buscan sus palabras, su firma, lo que sea que buscan los lectores y los mitómanos.

Fue el encargado de abrir la Feria del Libro de Madrid, el pasado 31 de mayo, con una conferencia sobre la vocación literaria, y últimamente se ha prodigado en entrevistas sobre su reciente libro, Necesario pero imposible (Taurus, 2013), que cierra una tetralogía que empezó con Imitación y experiencia (Premio Nacional de Ensayo, 2003), y continuó con Aquiles en el gineceo (Pre Textos, 2007) y Ejemplaridad Pública (Taurus, 2009), un proyecto filosófico que Gomá denomina “teorema de la experiencia y la esperanza”, y que ha ido salpimentando con ensayos frecuentes en prensa y que fueron reunidos en Todo a mil (Galaxia Gutenberg, 2012), libro que resume bien la cosmovisión de su autor.

Por su relevancia social y su carisma –y su pelazo–, Gomá (Biblao, 1965) es lo más parecido que tenemos en España a un filósofo francés, aunque también lo más opuesto, porque es expositivamente claro y trasluce una humildad sincera, como si se concediera la importancia justa para no caer en la falsa modestia. Más cerca de Camus que de Henry Levy. “La filosofía siente complejo de la ciencia, y por ello cayó en un lenguaje técnico, en un positivismo seco, en un ascetismo de muchas páginas”, dice sobre la necesaria capacidad narrativa exigible a los pensadores. “El filósofo ha de ser un escritor”. Él mismo se define como “juntapalabras”, alguien marcado por la vocación literaria de la que habló hace unas semanas en el parque del Retiro.

Estudió lenguas clásicas antes de optar por el derecho, materia en la que se doctoró. “Hasta los 29 años, cuando mi padre me preguntaba a qué me iba a dedicar, le decía que a dar clases particulares”, me responde cuando le hablo de mis inquietudes y lamentos profesionales de economista de carrera, periodista de profesión y de editor de vocación. “La crisis es brutal, aguanta un poco, ten en cuenta que, con la esperanza de vida, trabajarás hasta los 80 y eso te da más tiempo para empezar nuevos proyectos”, me cuenta que les dice a sus tres hijos. ¿Entonces, podemos permanecer más tiempo en el estadio estético antes de pasar al estadio ético? ¿Podemos seguir, como Aquiles, más tiempo en el gineceo antes de aceptar la mortalidad de nuestras particulares guerras de Troya? “No es solo el tiempo biológico, también la cultura conspira para que permanezcamos en el estadio estético, y hay características del estadio estético que deben permanecer en el ético”.

Contra el cinismo, Gomá

Contra el cinismo, Gomá

Insiste con dos pausas en la paradoja que centra su obra, cual es que el ser humano es “único y repetible, es al mismo tiempo incondicional y a la vez un medio”. “En el Romanticismo el ser humano adquiere conciencia de su valor absoluto como hombre, y por eso digo que si no hubiera existido el Romanticismo, habría que inventarlo, pero tuvo sus contrapartidas, está bien para una etapa y es una pesadez para otra”. Deja su posición recostada en el sofá, se inclina apoyado sobre sus piernas y pierde la vista en busca de concentración. “El discurso liberador romántico está agotado; la libertad es un requisito para ser ético, pero no es ser ético. Los filósofos románticos buscaban la excelencia, la verdad, fuera de la ciudad, y yo creo que hay que buscarla en la ciudad, en el trabajo y en la casa, que son las dos formas más claras de proyectarnos, y ya la gran pregunta ética no es cómo ser libres, sino cómo ser libres juntos. Vivimos en sociedad, pero no socializados”. ¿Cómo conseguirlo? “Reapropiándonos de los límites como símbolos de nuestra libertad”. Parece un anatema, en unas sociedades tan sesentayochistas aún en eso de “prohibido prohibir”. Gomá es consciente de ello, y desliza ejemplos incontestables. “El lenguaje o la amistad limitan de entrada, condicionan, pero finalmente liberan”. Una suerte de aceptación OULIPIANA de la realidad posromántica.

Por reflexiones como la anterior o, directamente por su último libro (que califica como una “conjetura” sobre la posibilidad de que esa dignidad alcanzada por el ser humano permanezca de alguna forma tras la muerte), padece cíclicos sambenitos de lectores de contraportadas y de opinadores de trinchera. ¿Autor reaccionario? ¿Religioso radical? ¿Malinterpretado? “Podría haberme quedado con los tres primeros libros, y obviar este último, y habría ahorrado algún comentario, sin duda, pero creí que el proyecto no estaría completo sin este cuarto libro. Soy un autor ontológico, me interesa el ser y el ente, y cuando esos conceptos se quieren estudiar apegados a la realidad más inmediata dan lugar a confusiones”. Basta con leer su obra (como casi siempre) para evitarlas. “Sin Dios no todo está permitido”, refuta lo dicho tantas veces por la Iglesia acusando de relativismo a los que no comparten la fe. “La mayoría de las manifestaciones de misticismo religioso participan de ese hálito de esteticismo adolescente”, escribe.

“Antes del Romanticismo, con la muerte no acababa el mundo, y es con el proceso por el que el hombre adquiere dimensión de su valor absoluto cuando la muerte es realmente el fin, y reflexiona sobre su significado, y como digo en el subtítulo de Aquiles en el gineceo, parte de la conquista de la individualidad consiste en aprender a ser mortal, aceptando la paradoja de que somos un fin y un medio. Y para ello hay que dejar atrás el Romanticismo y encarar la gran pregunta ética, ¿cómo ser libres juntos?”, concluye.

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