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ANÁLISIS

Sin los islamistas no hay solución

Centenares de cadáveres se amontonan en las morgues de El Cairo.

Lola Bañón

Esta sangre traerá otra sangre. Esta es una evidencia que se cumplirá en Egipto como ha venido ocurriendo en los dramáticos episodios de la historia de Oriente Próximo. Pero todo lo que está ocurriendo ahora en Egipto tendrá además consecuencias en el proceso de las convulsiones que modificará el mapa político y tal vez geográfico de la zona. Para empezar nos encontramos ante la posibilidad consistente del fracaso de la experiencia de la incursión democrática del islam político. Una operación que ha contado con el apoyo no solo de las fuerzas occidentales, sino también de algunos países del golfo Pérsico.

La irrupción de los militares egipcios disparando contra los campamentos de Rabaa al Adawiya no pretendía una sencilla acción de dispersión, sino la toma directa del territorio en una decisión de corte no solo militar sino político, pues incluye la intención de apartar de la circulación política a los vencedores de unas elecciones democráticas. Esta determinación puede resultar hasta estrambótica si consideramos la historia de los islamistas egipcios, que bajo una retórica de oposición a Occidente ha discurrido bajo un matrimonio clandestino de cooperación subterránea con el colonialismo. No era necesaria una acción de este calibre: los Hermanos nunca han sido revolucionarios y, a pesar de la imagen que les gusta transmitir, no han roto el poder establecido por más que hayan sufrido cárcel y represión. Nunca dieron problemas excesivos a los poderes extranjeros y en este sentido aunque tienen un proyecto político bien definido, los poderes de la zona saben bien que políticamente han tenido siempre un precio. Hubiera sido accesible llegar a transacciones, por mucho que no les guste reconocerlo.

Ahora los militares egipcios han vuelto y será un error considerar que han venido para pilotar un nuevo momento de transición. El general Al Sisi y los suyos no se irán ahora fácilmente. Los egipcios saben muy bien lo que significa el retorno del estado de emergencia. Su levantamiento fue el símbolo práctico del fin de la era Mubarak. Pero el Egipto de hoy vuelve ahora al control de la policía secreta, a la investigación de los grupos religiosos, y a las detenciones masivas. Y eso es ahora contra los islamistas, pero se podrá hacer también contra un abanico mayor de gente, toda aquella que se oponga a lo que designe la autoridad vigente. Ese es el peaje del golpe.

Todas estas medidas alejan las posibilidades de encontrar un mínimo camino para el diálogo que necesita este Egipto malherido. Mas allá de las especulaciones políticas y los escenarios de adivinación, no hay nada como conversar con los egipcios para entender la profunda herida que estos centenares de muertos dejan en la conciencia de los que apoyaron la llegada de los militares para perpetrar el golpe de Estado contra el gobierno islamista. He pasado estos días discutiendo vivamente con uno de mis dos directores de tesis doctoral, un profesor de la Universidad de El Cairo que me reprocha constantemente que, como periodista, utilice la palabra golpe de Estado para referirme a la destitución de Morsi. Como él, muchísimos egipcios y también multitud de analistas árabes y occidentales laicos se han negado a reconocer la naturaleza de la intervención militar. Incluso la calificaron de segunda revolución con el reconocimiento de un supuesto mandato popular, basado exclusivamente en la imagen de la mítica plaza Tahir abarrotada de gente pidiendo la salida de los islamistas. Era tanto el hartazgo de la gestión del Gobierno islamista en algunos sectores de la sociedad egipcia que muchos egipcios se llenaron de alivio y soñaron con que fuese un capítulo más en la evolución de la revolución. Pero lo ocurrido hoy, le ha situado a él y a muchos egipcios de bien en un torbellino emocional.

Es cierto que los meses del Gobierno de Morsi han sido duros para los egipcios: la economía ha caído todavía más en picado y la violencia ha aumentado en la calle. Muchos egipcios van armados ahora por la calle y centenares han muerto. Algunos líderes islamistas han intentado también segmentar la sociedad entre creyentes y herejes, aunque en esto fracasaron pues las protestas anti-Morsi fueron una prueba de que los egipcios no son mayoritariamente islamistas, aunque diesen la victoria electoral a los Hermanos. No lo son ni los egipcios, ni los palestinos, ni la mayoría de los habitantes del Oriente Próximo. Pero la evolución de los acontecimientos ha dejado bien claro que los militares egipcios en su presunta intención de recomponer la situación han tratado a los islamistas como sus enemigos y no como lo que son, la fuerza política más organizada del país. Su pretensión, por tanto no ha sido solo expulsarlos, sino borrarlos del futuro político del país, lo cual es un grave error de consecuencias todavía no bien calculadas.

Los Hermanos no son solo los jóvenes concentrados en la plaza Rabaa al Adawiya. Son, sobre todo, un movimiento en donde conviven personas muy diferentes, algunas de ellas capaces de gestar propuestas políticas dignas de tener en consideración, no solo por su valor en sí mismo, sino por su fuerza de oponerse al sector islamista estrictamente emocional que solo vive de la retórica y que sorprendentemente es el que capta la atención mayoritaria de los medios de comunicación extranjeros. Algunos de ellos en los últimos días antes del gran desastre hicieron propuestas concretas como la de abrir un campo de esperanza al entendimiento aceptando la liberación de otros líderes islamistas y que Morsi continuase todavía en prisión. Si hay algo bien claro en los movimientos islamistas de Oriente Próximo es que no hay nada que escape a la planificación. El desmantelamiento del campamento podría haberse conseguido con la negociación. Y los militares y los egipcios, acostumbrados al carácter subterráneo de los Hermanos, lo saben.

Ahora, muchos de esos liberales egipcios que tanto aplaudieron a los generales se encuentran ante un auténtico dilema emocional: apoyaron al Ejército en su desalojo del poder de los islamistas. Pero ahora, por principios, tienen problemas para aceptar un control dictatorial de la armada. Ocurre ahora que muchos egipcios decentes sienten que tienen una responsabilidad moral indirecta por el apoyo que dieron a la acción militar y están impactados por el baño de sangre que remata de manera clara lo que es un proceso típico de golpe de Estado.

Los generales egipcios tienen una amplia experiencia política y son conscientes de que han podido llegar demasiado lejos y que su legitimidad está en cuestión. Pero no pueden echar mano de la mediación internacional, porque ésta, sencillamente no tiene cauces para ofrecer su gestión. Occidente debería hablar más con los islamistas y saber cómo piensan y qué pretenden. Ahora es inevitable un Egipto con mayor violencia y algunas facciones decidirán la vuelta al terrorismo. Existen en la zona movimientos islamistas que no están vinculados directamente con los Hermanos Musulmanes y que además no les obedecen puesto que consideran que han hecho una cesión en sus principios al prestarse a participar en el juego político. De hecho esto fue lo que les reprochó el actual líder de Al Qaeda, el médico egipcio Al Zawahiri, sucesor de Bin Laden. Hace unos días, en un mensaje difundido por las redes criticó a los Hermanos por aceptar la legitimidad de las urnas y entrar en el juego político. Los islamistas de la línea dura no acatarán ninguna disciplina.

No habrá solución política para Egipto sin los islamistas. Aún expulsados del poder, están presentes en estructuras sociales tan potentes como las asociaciones caritativas y las profesionales. Egipto es un país muy extenso, y no todos sus 90 millones de habitantes están en Tahrir. El Egipto no visible en la televisión, el que recibe la asistencia médica y educacional del sistema asistencial de los Hermanos los apoyará. Los regímenes previos intentaron aniquilar a los hermanos y nunca lo consiguieron. Mubarak nunca estuvo solo. Los generales egipcios de hoy, con el general Al Sisi al frente, tampoco lo están. Junto a estos militares siempre hubo un patrón que es Estados Unidos. Las tibias declaraciones de Obama, su lenguaje políticamente correcto y su negativa a utilizar la expresión “golpe de Estado” no sorprenden en Oriente Próximo donde en general las poblaciones no le aprecian en absoluto y le consideran un fiasco. Egipto es el segundo receptor de ayuda militar americana solo superado por Israel, que ocupa el primer lugar. Abdel Fatah al Sisi se formó en Pensilvania y como él, cada año 500 militares egipcios reciben instrucción especializada en Estados Unidos.

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Muchos egipcios creen que esta “generosa” ayuda americana ha sido un camino de corrupción para la sociedad egipcia, porque ha ido directamente hacia una pequeña elite que ha tejido redes de corrupción que han minado la economía y la moralidad del país. Es un dinero que nunca benefició al pueblo. Estiman además que este río de dinero americano ha reforzado el papel de Egipto como vigía de la seguridad de Israel en la zona, un cometido que ha denostado la autoridad del país en el contexto árabe. La Casa Blanca se ha limitado a condenar la violencia, algo que por otra parte han hecho paradójicamente hasta altos dirigentes militares egipcios. Amplios sectores de la población pueden seguir reivindicando orden y seguridad para Egipto. Pero disparar contra una multitud no construye nunca una autoridad duradera y la legitimidad no tiene otro camino que el respeto no solo a las urnas sino también a la ley.

Hoy Mubarak desde la cárcel es un hombre bastante feliz en medio de este Egipto en caos. Pero digo casi, porque el pueblo egipcio tiene la firme determinación de no frenar la revolución y no dejará de buscar un cambio. El país, a pesar de lo ocurrido, no está en el preludio de una guerra civil. Pero este camino no se podrá hacer con la expulsión de los Hermanos Musulmanes de la vida egipcia. Se intentó antes en muchas ocasiones y nunca se consiguió. Una última conversación telefónica con jóvenes islamistas cairotas que estuvieron en el escenario de la matanza me reitera su convicción de que después del luto no se van a esconder.

Lola Bañón es una periodista especializada en Oriente Próximo y autora, entre obras, de Palestinos (Planeta).

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