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La larga sombra de Allende marca las elecciones chilenas

La candidata de la izquierda chilena, Michelle Bachelet.

Acaban de cumplirse 40 años del golpe de Estado del general Augusto Pinochet contra el presidente socialista, Salvador Allende, pero en Chile los fantasmas del pasado siguen marcando el presente de la política. Cuatro décadas después aquel baño de sangre que derivó en un régimen militar durante 17 años (1973-1990) no ha caído en el olvido. Ni para unos ni para otros. De hecho, la polarización social en Chile ha surcado toda la campaña electoral de cara a las elecciones presidenciales y legislativas que se celebran este domingo. Al frente de una amplia coalición, llamada Nueva Mayoría y que incluye desde democristianos hasta comunistas, la expresidenta Michelle Bachelet (2006-2010) puede obtener un triunfo arrollador a sus 62 años y regresar al palacio de La Moneda. Los sondeos apenas le conceden un 14% a su principal rival, la derechista Evelyn Matthei, de 60 años.

Bachelet y Matthei fueron amigas de la infancia porque crecieron en una base militar de la Aviación, donde sus padres estaban destinados. La historia las enfrentó más tarde al tomar partido Alberto Bachelet por el Gobierno legítimo, una fidelidad que le costó morir en prisión de un paro cardiaco tras sufrir todo tipo de torturas y vejaciones. Por el contrario, Fernando Matthei no movió un dedo por su antiguo colega, ocupó cargos en la Junta Militar y antepuso “la prudencia al coraje”, según confesó en un libro publicado hace 10 años. Matthei, exministro de Pinochet, podrá votar hoy por su hija a sus 88 años. Bachelet no pudo disfrutar del orgullo de ver que su hija alcanzaba la presidencia democrática de Chile en 2006 y que este domingo puede lograr de nuevo la victoria.

Pero esa larga sombra de Salvador Allende no se extiende sólo a las biografías de las dos principales candidatas, sino que abarca también un debate electoral donde, de nuevo, se discute sobre el reparto desigual de la riqueza en un país con un crecimiento económico del 5%, pero con enormes bolsas de pobreza; donde las movilizaciones estudiantiles han ocupado las calles en los últimos años en favor del acceso a la educación; donde se baraja incluso otra nacionalización de la industria del cobre, que fue el detonante del golpe contra Allende respaldado por la CIA; o donde cabe la posibilidad de un regreso de los comunistas al Gobierno chileno por primera vez desde 1973.

Bachelet abandonó la presidencia en 2010, con un 85% de popularidad, por el imperativo legal que impide que el jefe del Estado de Chile repita su mandato. A Bachelet le sucedió en La Moneda un dirigente de la derecha, Sebastián Piñera, que se despide con apenas un 35% de respaldo social. Por ello, las posibilidades de Evelyn Matthei parecen escasas e incluso algunos analistas pronostican que se verá desplazada de la segunda plaza y no podrá disputar, llegado el caso, una segunda vuelta con Bachelet.

El triunfo de Bachelet, que en los últimos años ha sido la responsable de ONU-Mujeres, devolvería el poder a la izquierda que ha gobernado en Chile desde el final de la dictadura en 1990, salvo el último periodo de Piñera.

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La campaña de Nueva Mayoría descansa sobre tres reformas: constitucional, fiscal y educativa. El amplio y variado conjunto de fuerzas políticas que apoya a Bachelet pretende reformar la Carta Magna, heredada del régimen castrense aunque retocada durante la democracia, de forma que la Constitución incluya un extenso catálogo de derechos fundamentales, al tiempo que crea un sistema electoral más representativo. En segundo lugar, los favoritos proponen una fiscalidad más justa y progresista que penalice a las rentas altas de tal forma que unos mayores ingresos permitan financiar una educación pública y de calidad, el tercer gran objetivo de Bachelet. No deja de ser significativo que una de las líderes del movimiento estudiantil de Chile, la comunista Camila Vallejo, figure a sus 25 años como una de las candidatas en las listas de la Nueva Mayoría.

En cualquier caso, la campaña electoral chilena a las presidenciales y las legislativas ha sido la más polarizada desde la reinstauración de la democracia y la doctora Bachelet (médico de profesión, otra coincidencia con Allende) no se fía de las encuestas y se muestra muy prudente en sus promesas “para no caer en la demagogia”, según sus propias palabras, o por “una ambigüedad calculada”, a juicio de sus oponentes. Además, los comicios de este domingo están definidos también por la incógnita de que se trata de la primera ocasión en que el voto no es obligatorio en Chile y, por tanto, el comportamiento electoral puede sufrir modificaciones en función de la participación. Por otra parte, ganar la presidencia no basta para impulsar los cambios que anuncia Bachelet, ya que necesitará de una mayoría cualificada en el Parlamento donde se eligen 120 diputados y 20 senadores.

“Necesito un Parlamento que se la juegue por los cambios que Chile precisa”, manifestó la candidata en un reciente mitin en Rancagua. En última instancia, los chilenos tienen la última palabra a la hora de decidir si el legado de Allende sigue vivo en la hija de uno de sus colaboradores, al que la lealtad a la democracia le costó la vida. Una huella vigente, y no sólo un fantasma del pasado, que Bachelet reivindicó durante su anterior mandato como presidenta.

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