Periodismo
Reporteros de guerra, un oficio en extinción
“Usted proporcione las imágenes y yo proporcionaré la guerra”. Así fue como William Randolph Hearst, el dueño del New York Journal, respondió al mensaje del ilustrador Frederic Remington: “Todo está tranquilo. No hay problemas. No habrá guerra. Deseo volver”. El artista, enviado a cubrir la revolución cubana, quedó pronto aburrido ante la imperante tranquilidad de la isla. Días después, Hearst contaba en su periódico cómo los españoles habían atacado el acorazado USS Maine; diagramas y planos del torpedo secreto utilizado por España ilustraban la manipulada información. La opinión pública, horrorizada, apoyó el desembarco de soldados estadounidenses en Cuba.
La anécdota de Hearst ilustra la responsabilidad que tiene un periodista en medio de un conflicto. El papel de los reporteros de guerra es clave para hacer la paz o para hacer la guerra. El mal ejercicio de la profesión puede desembocar en la deformación de la realidad y la agravación del conflicto. “Hay que contrastar la realidad con tus propios ojos. En un enfrentamiento bélico la primera víctima es la verdad, la información es entonces más necesaria que nunca”, puntualiza la periodista Olga Rodríguez.
La política de recortes, la reducción de plantillas, la escasez de medios, y la falta de voluntad está poniendo en peligro las máximas del periodismo: la información de calidad, libre e independiente, de manera especial aquella que traspasa las fronteras. “El oficio de reportero de guerra está en grave peligro de muerte o, al menos, el periodismo de guerra como lo conocíamos”, señala Javier Valenzuela, quien como periodista cubrió centenares de conflictos armados en Oriente Medio.
El oficio del reportero de guerra está en grave riesgo de extinción. “Es tan grave la crisis que están sufriendo los medios de comunicación que primamos llenar las mismas páginas con menos gente, peor pagada y con menos controles de la calidad”, explica Jon Sistiaga. La primacía del ahorro en costos redaccionales aparece como una de las principales amenazas que planean sobre la labor de los profesionales de la información. Sin embargo, Olga Rodríguez marca una perspectiva diferente: el problema “no es la falta de medios, sino la falta de voluntad”.
El periodista estadounidense David Simon defiende que hay un antes y un después en la historia del periodismo: cuando el oficio entró en bolsa y comenzó a dar beneficios económicos. Entonces la información se convirtió en un medio para enriquecerse dejando de lado su responsabilidad como servicio público. “La información de calidad podría ser muy rentable, pero se busca más beneficio en el menor tiempo posible –explica Rodríguez–. Hay dinero, pero la prioridad ya no es la calidad de la información, sino el infoentretenimiento. Se reduce todo a cifras y se dejan de lado las historias vitales”. “Trabajamos sin seguro, sin cascos, sin chalecos, todo para hacer el show, no para hacer nuestro trabajo”, denuncia la reportera.
“¿Le merece la pena a un medio de comunicación español mandar a alguien a Siria?”, se pregunta Jon Sistiaga. La respuesta no se hace esperar: “No”. Dos palabras sustentan su rápida réplica: “Miedo y pasta”. Las empresas de comunicación tienen que afrontar la posibilidad de que sus reporteros sean secuestrados o heridos en mitad del conflicto y económicamente no es viable. “La crisis recorta en medios. Antes se mandaba a dos o más equipos para cubrir un mismo conflicto –describe Óscar Mijallo, corresponsal de TVE en Oriente Medio– y ahora, con suerte, si puedes mandas a uno”.
“Trabajamos muy al límite para demostrar que nuestro trabajo es rentable”, señala Rosa Meneses, periodista especializada en Oriente Medio en el diario El Mundo. “Se rechazan propuestas de viajes que aportan un valor añadido porque no hay gente para cubrir determinados temas en la redacción”, explica. Como consecuencia, se está perdiendo una de las máximas del periodismo: “estar en el lugar”. La perspectiva de los conflictos ya no es global; la falta de profesionales de la información en el terreno supone que los lectores, espectadores y oyentes reciban una información cada vez más sesgada sobre la realidad de un conflicto.
“Sin información de calidad hablamos de periodismo basura, entonces el ciudadano se convierte en un ser manipulable”, recalca Olga Rodríguez. Con la emergencia de CNN+ en 1980, y la posterior aparición de Internet, el oficio del reportero comenzó a cambiar. “Las redacciones ya tienen información sobre el lugar –explica Javier Valenzuela–. La información se multiplica, pero toma la misma forma anulando la individual del corresponsal”. El problema no es sólo que las crónicas, noticias o reportajes sean uniformes, sino que muchas veces están equivocadas.
Joris Luyendijk, en su libro Hello Everybody, describe una imagen de Oriente Medio bien conocida por la opinión pública: la toma de Bagdag por Estados Unidos en 2003. Todas las cadenas de televisión difundieron la noticia como “alegría masiva de los bagdadíes por la entrada de los americanos”. Al-Jazira amplió el plano: la realidad eran 15 personas derrumbando la estatua de Sadam Hussein, mientras los bagdadíes estaban en sus casas aterrorizados por lo que podría pasar.
“No hay democracia posible sin libertad de prensa”
Ver más
“La desinformación puede tener consecuencias graves, dejar de lado determinadas realidades es peligroso”, apunta Olga Rodríguez. Con la globalización todo está conectado. “Con Iraq y el 11-M nos dimos cuenta de que todo nos repercute –señala la periodista–, pero parece que sólo es de interés aquello donde tenemos interés directo, hay poca amplitud de miras”. Así parece suceder con la televisión pública española, “España no tiene vocación de tener un medio público que llegue a todo el mundo, global –añade Mijallo–; somos un medio más modesto”. Así queda en evidencia cuando la BBCBBCcuenta con dos equipos permanentes en la frontera con Turquía y sus periodistas son acompañados por un paramédico y seguridad privada cuando entran en territorio sirio: una inversión de medio millón de libras en tan sólo medio año.
Al déficit de voluntad y de medios se suma la falta de interés. “¿A cuánta gente interesa lo que está sucediendo en Siria o en la República Centro Africana o en Níger? –se cuestiona Sistiaga– ¿Un medio de comunicación va a arriesgar la vida o integridad de un reportero, y la inversión que le supone, por un conflicto que no le interesa a nadie a nuestro alrededor?” España ha sufrido muchos años de aislamiento internacional, explica Valenzuela, lo que ha contribuido a agudizar “una actitud cateta” frente a la información. Nada nos afecta más y es más importante que lo que sucede a gran escala. La información de carácter internacional afecta a la vida cotidiana de todos los ciudadanos. “No es culpa de los medios, sino de la opinión pública que no entiende que vivimos en una era global”, subraya el periodista.
El oficio del reportero de guerra está en riesgo de extinción, pero aún es posible. Más allá del by line, del infoentretenimiento y de los teletipos existen periodistas que se juegan su integridad física para dar testimonio de una guerra. El secuestro de los reporteros Marc Marginedas y Javier Espinosa junto con el fotógrafo Ricardo García Vilanova mientras cubrían el conflicto sirio, demuestra que la información es más necesaria que nunca. Porque la vida o muerte de cientos de personas sí afecta a nuestro día a día. Porque, como decía Albert Camus en su novela La Peste: "Toda indiferencia es criminal".