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Verso Libre

Sin esperanza, con convencimiento

Leo La impotencia democrática. Sobre la crisis política de España (Catarata, 2014), un ensayo de Ignacio Sánchez-Cuenca, compañero en las páginas de opinión de infoLibre. El argumento central del libro, sostenido con datos fiables y razones claras, señala que el proceso de unión en Europa ha significado en realidad el laboratorio para conseguir un compuesto político y social: la consolidación de una democracia liberal en la que se mantengan los derechos civiles, pero de la que quede excluido el autogobierno, es decir, la soberanía de los ciudadanos a la hora de decidir su futuro.

Se trata de algo más que de una sospecha. En una realidad globalizada, cuando la economía especulativa adquiere un poder rotundo ante la economía productiva, el diseño del Banco Central Europeo y del euro ha facilitado una sociedad en la que el Estado pierde un poder de decisión que se desplaza a las corporaciones financieras. Esta impotencia democrática para decidir soluciones ante una vida cada vez más precaria es la causa del descrédito actual de la política por encima de la corrupción, el funcionamiento opaco de los partidos o las contradicciones en la articulación territorial. El descrédito es un problema más europeo que español.

El ensayo del profesor Sánchez-Cuenca es inteligente y, con buenos motivos, pesimista. Confieso que lo he leído con admiración, pero confieso también que a lo largo de sus páginas he tenido que hacer muchos pactos entre mis ideas y sus razones. El peso de una crisis económica general le sirve a Ignacio Sánchez-Cuenca para despreciar el papel jugado en el descrédito de la política española por algunos asuntos propios: por ejemplo, una Transición insuficiente, una ley electoral ideada para consolidar el bipartidismo y una corrupción demasiado escandalosa. También insiste en suavizar la responsabilidad de los políticos para cargar contra el comportamiento de la banca. Si digo que he tenido que pactar con frecuencia con los argumentos de su ensayo, no es porque respete a la banca, sino porque estoy convencido de que la Transición, la ley electoral, la corrupción y el bipartidismo, junto al incendio económico, desde luego, tienen una importancia significativa en el descrédito generalizado de la política.

Opino con precaución, porque soy escritor, y por si faltaba algo ¡poeta! Sánchez-Cuenca ha mostrado en este libro y en otros artículos su desconfianza en la opinión de los escritores que se atreven a hablar de todo. Pero en mi atrevimiento y en mis deseos de pacto saco fuerzas de la propia lucidez de La impotencia democrática, libro que tiene por costumbre pactar consigo mismo en muchas ocasiones. La tecnocracia es para su autor una tendencia tan peligrosa como el populismo a la hora de definir la política de una sociedad. Si no debemos dejar en manos de los tecnócratas responsabilidades tan altas como el gobierno de un Estado, tampoco hay por qué dejarles los artículos de opinión de un periódico.

Al hablar de la corrupción, Ignacio Sánchez-Cuenca duda de la eficacia de las simples medidas políticas, necesarias por otra parte. Está muy estudiado que la educación de un país en 1870 o incluso fenómenos propios de la baja Edad Media tienen que ver con el impudor actual. Si esto es así, yo no me veo obligado a restarle importancia al peso de una Transición que nos queda más a mano. La impotencia democrática señala de manera muy lúcida que la anomalía española no se encuentra en una crisis general que destruye riqueza, sino en el reparto injusto de sacrificios que ha abierto de manera vertiginosa la desigualdad entre las élites y la población. Quizá las razones de esa anomalía se deban a una Transición que se fraguó para salvaguardar la prepotencia de las élites económicas del franquismo.

Pensar en las peculiaridades de España no es sólo un asunto provinciano. Los estudios sobre el regeneracionismo español y la generación del 98 que he tenido que explicar durante muchos cursos como catedrático de Historia de la Literatura llegaron hace años a la conclusión de que era tan inconsistente asumir explicaciones nacionalistas y aisladas sobre el alma de España como olvidar que la crisis general sufrida por la cultura europea al final del siglo XIX se vivió aquí de acuerdo con la realidad nacional de la Restauración borbónica. Me parece que hay también una manera española de vivir la crisis europea actual, y en esa manera no carece de importancia el bipartidismo basado en una ley electoral manipuladora que se pactó por las élites como valor preconstitucional y que ha infectado la labor de espacios tan decisivos como el poder judicial, el periodismo o los privilegios de la banca.

Que el PSOE, como indica de manera oportuna La impotencia democrática, haya recibido regalos tan generosos de los bancos, explica su comportamiento a la hora de negarse a cambiar una ley hipotecaria cruel que ha levantado a la población española contra bancos y políticos. Los banqueros utilizan las leyes que aprueban los políticos. Esta situación española particular nos puede ayudar a sacar conclusiones generales sobre el comportamiento de la socialdemocracia en la configuración de esa Europa en la que los ciudadanos ya no son dueños de su futuro político.

En el famoso Pacto de San Sebastián que posibilitó la Segunda República se acordó sobre todo la necesidad de unir la justicia social con las formas de Estado. Creo de verdad en la utilidad de ese tipo de pactos, y no en los que firman las élites para asegurarse la ayuda mutua en el mantenimiento de sus privilegios. Un pacto entre el socialismo y las formas de Estado puede ayudarnos a imaginar alternativas. Quizá así consigamos deshacer el entuerto y recuperar la fortaleza democrática, aunque para ello tengamos que cuestionarnos una moneda y una Unión Europea ideadas para robarle el autogobierno a los ciudadanos en nombre del capitalismo. No es asunto ya de militantes antisistemas, sino de demócratas cansados de reyes, especuladores y políticos privatizados por la banca.

Como Ignacio Sánchez-Cuenca, yo tampoco soy optimista.

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