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Detrás de la tramoya

Estrategia conservadora: fascinación y repugnancia

Esta semana Floriano ha presentado el engendro de anuncio electoral Floriano ha presentado el engendro de anuncio electoral que da inicio a la campaña audiovisual del PP para las elecciones al Parlamento Europeo. Ya saben: esas imágenes de una casa en la que no queda nada excepto una rosa marchita y una dulce voz femenina en off (¡vaya papelón para la locutora de la agencia, mejor que no lo ponga en el currículo!) que dice "nadie os echa de menos", refiriéndose "a los que vaciaron la despensa, a los que pensaron que el dinero de todos no era de nadie, a los gastaron como si no hubiera mañana, a los que hipotecaron a toda una generación, a los que congelaron las pensiones, a los del buen rollo y los malos resultados, a los que decían que no había crisis".

El PP parece haber aprendido a coger olas de la mano de los mejores surfistas y a alimentarse de la carroña observando el comportamiento de las rapaces más agresivas.

Confieso que, como profesional de la comunicación, siempre me ha fascinado la tenacidad con que Rajoy y los suyos se aplican prácticamente solo en una cosa: perpetuar ese cuento tan falaz como eficaz: "lo único importante es la economía, y en eso el PP es muy bueno y el PSOE muy malo". Esa narrativa con poca dificultad puede adaptarse a las condiciones del momento. El otro día el ministro de Justicia llegó a justificar el abandono de las políticas de protección de las mujeres maltratadas hablando del paro, con el consabido axioma: "La mejor política social es la creación de empleo". Pues vale. Y así, sometiéndolo todo a la economía y con poco respeto por los matices y mucha capacidad de resistencia, puede el Gobierno sobrevir, aunque los indicadores señalen que Rajoy es el presidente menos apreciado por su pueblo de la historia reciente de España y, en estos momentos, del mundo entero (compitiendo con el francés Hollande, el peruano Humala y algún otro).

Que admire la tenacidad de Jack el Destripador no implica, claro, que no me repugnen sus acciones. Y que me fascinen la tenacidad de los conservadores y sus pocos complejos en la comunicación no quiere decir que no me indigne su conducta. Es indignante el silencio, la ocultación y la mentira cuando te pillan en falso. Es repugnante hacer pagar la factura de la crisis al ciudadano común y no a los más poderosos. Son vergonzosos el compadreo y los tejemanejes.

Pero no quisiera confundir a quien lee. No me refiero solo al PP. Ni mucho menos. Me refiero ahora a los conservadores de espíritu, estén donde estén. Y hay muchos conservadores en fuerzas políticas progresistas, como hay progresistas en el PP.

Hace unos días el historiador y exlíder del PP Gonzalo Gortázar diseccionaba lo que él llama, en un artículo con ese mismo título, el arriolismo: la estrategia dominante ahora en la dirección popular de dejar que los asuntos se pudran antes de afrontarlos; el paternalismo elitista de pensar que la gente es tonta y olvida los temas cuando dejas de hablar de ellos, siempre que le llegue pan y circo.

Gortázar cita a Gonzalo Fernández de la Mora para referirse al arriolismo, y yo identifico en esas palabras del pensador conservador del franquismo el mal que aqueja también a muchos colegas pretendidamente progresistas. Dice Fernández de la Mora:"Creo que los pueblos no han gobernado nunca y no gobernarán jamás. Sólo hay una forma institucional, la oligarquía renovada por cooptación. Lo que en la edad contemporánea se denomina democracia es aquel sistema en que dos o más oligarquías aspirantes recurren –cada tres o más años– a una votación censitaria o relativamente universal para que, entre manipulaciones publicitarias, se resuelva quién va a detentar el poder». Ese mismo argumento es el que desarrolla el politólogo Bruce Bueno de Mesquita en su gélido The Dictator's Handbook: da igual que sean dictaduras o democracias, al final el Gobierno es siempre la organización de coaliciones de poder que benefician solo a unos pocos.

Ojalá se equivoquen todos esos "realistas". Ojalá lleguen muchos indignados, mareas y movimientos que quiten la razón a quienes creen que no hay diferencia entre la gente y un rebaño de dóciles borreguitos.

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