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Todos somos Rouco

El Gran Wyoming

Quisiera darle mi más cordial enhorabuena a Rouco Varela por la medalla de oro de la Comunidad de Madrid que ha recibido del presidente de todos los madrleños.

La medalla se otorga “en reconocimiento a la labor de quien ha sido referencia intelectual y espiritual de los millones de madrileños para quien la iglesia católica es una parte esencial de sus vidas".

Quisiera hacer una breve observación a esta nota de prensa ya que parece dar a entender que la iglesia católica es una parte esencial de las vidas de, tan solo, un conjunto de los ciudadanos, y esa afirmación no sólo es falsa sino que constituye una aspiración reivindicada de mil maneras por parte del conjunto de los no creyentes que deseamos que los devotos puedan desarrollar su liturgia con total libertad dejando al resto vivir en paz. Y cuando digo vivir en paz, lo digo en sentido literal, poniendo fin a las persecuciones, a las imposiciones dogmáticas y a los expolios económicos en detrimento del bienestar social.

La iglesia católica es parte esencial de la vida de “todos” los madrileños, en unos casos por fe, y en otros por obra y gracia de la intercesión de nuestros sacrosantos gobernantes que tienen a bien participar de esta divina retroalimentación económico espiritual que tan espectaculares beneficios rinde.

La iglesia católica, en connivencia con la clase política de la derecha española que gobierna este país, impone sus dicterios en muchos ámbitos de la vida de los ciudadanos a pesar de ellos, contra ellos, sin importarle lo más mínimo sus creencias o ideologías y sin dejar de exigir respeto para sus propios dogmas y acciones políticas que vulneran, en muchos casos, las normas de convivencia elementales, presumibles en una democracia occidental del siglo XXI.

Especialmente virulenta ha sido su lucha contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía; su oposición al matrimonio entre personas del mismo sexo, al que comparan en algunos casos con el bestialismo; la reforma de la ley del aborto; o la imposición de la asignatura de Religión en los colegios.

Como se han salido con la suya en todo lo que se proponen, digo que la iglesia católica es esencial en la vida de todos los madrileños y, por extensión, de todos los españoles, también de los que no se enteran, incluidos los que, como yo, son antidios. No es que no crea en él, es que estoy en contra de la figura de ese ser invisible creador de todas las cosas, que tal y como nos lo presenta la doctrina a través de las escrituras es la representación perfecta de la jerarquía incuestionable, inmisericorde y cruel, pero de bondad infinita; que castiga al hombre malo a los más terribles suplicios por toda la eternidad, pero le ama. Es la figura del tirano que, sonriente, acaricia la carita de un niño que le entrega flores en la puerta de un palacio, delante de un fotógrafo, instantes antes de entrar a firmar unas penas muerte.

Del mismo modo que los gallegos afirman no creer en las meigas pero que “haberlas, haylas”, yo tampoco creo en la existencia de un ser superior perverso que juega con la vida de los humanos de esta forma tan cruel, pero en esa figura está basado el mayor negocio imaginable y nos la meten hasta en la sopa, para goce y santidad de los que se agarran a esa tabla de salvación solucionando así sus dudas y sus vidas, y desgracia de los que padecemos y pagamos esta imposición de la jerarquía político eclesiástica que desde hace siglos forma un tándem indisoluble con un único fin: llevárselo muerto.

Así, me gustaría reconvenir al presidente de la Comunidad de Madrid y decirle que don Rouco, a pesar de contar con mi simpatía por tener un extraordinario parecido físico con Paco Clavel, con el que comparte también afición en la forma de vestir y en los complementos que lo adornan, no es un faro intelectual de los que lo gozan o padecen. Lejos de ello, muchos intentamos defendernos como podemos de la imposición de sus dogmas y, en especial, en los últimos tiempos, de contaminarnos con las declaraciones de sus mensajeros en su intento de presentar la pederastia como algo inevitable, comprensible y tolerable. Cito textualmente la opinión del obispo de Tenerife con respecto al tema: “Puede haber menores que sí lo consientan y, de hecho, los hay. Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso si te descuidas te provocan. Esto de la sexualidad es algo más complejo de lo que parece”. Pues sí, es bastante complejo y, salvo en los casos que afectan a la iglesia, hay prácticas, como los abusos a menores, que son perseguidas por la ley de forma contundente.

Tampoco respecto al matrimonio entre personas del mismo sexo comparto su posición ideológica y me preocupa profundamente saber que estoy en manos de un presidente que tiene este bagaje intelectual como referente. Por si sus ocupaciones le tienen al margen de la realidad intelectual de nuestra jerarquía eclesiástica, paso a reproducirle la opinión que sobre el tema sostiene el obispo de Málaga: “La legislación española sobre el matrimonio es la peor del mundo, porque se habla de cónyuge 1 y cónyuge 2, que bien podría ser dos hombres, un hombre y un perro o un bebé y un anciano de 70 años”. O ya puestos a hacer risas, de un bebé y un perro. No sé si la medalla de oro se queda corta.

En tanto presidente de la Conferencia Episcopal [hasta marzo] entiendo que, al no reconvenir a estos súbditos, don Rouco comparte sus criterios.

Es posible que la admiración intelectual del presidente hacia el cardenal no venga de esta visión de la sexualidad que va acompañada de cierta perversión, lo que los técnicos llaman parafilia, sino de la intensa actividad política que ha desarrollado durante su vida pública siempre afín a los postulados de la derecha más cerril con los que adorna sus declaraciones y homilías.

Rouco no se explica el trato “más que deficiente” de la enseñanza de la religión por parte del Estado

Basten estas letras para, como aludido en el reconocimiento a la labor intelectual del prelado, desmarcarme rotundamente de la nota de la Presidencia justificando el premio y reivindicar mi más radical adhesión a todos aquellos que dedican su tiempo y su cerebro a lo contrario, la integración y la tolerancia de todas las formas de convivencia posibles.

Claro que, si recientemente se ha otorgado a la Virgen María Santísima del Amor la medalla de oro al mérito policial, una distinción que reciben funcionarios de la policía por actuaciones excepcionales, o por muerte o mutilación en acto de servicio, va a ser difícil que estos idólatras, que en su día fueros perseguidos por el mismísimo Jesucristo, dejen de repartir condecoraciones de forma extravagante.

Vamos, lo que en lenguaje intelectual se conoce como recochineo. Esa extraña sonrisa que lucen en los actos oficiales no es de estupidez, es de desprecio. Hacia nosotros, hacia el Sistema que representan.

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