Teatro
‘Calígula’ o el derecho a amar sin medida
Regodearse en el nihilismo, la idea de que la vida y el universo al completo carecen de sentido, puede resultar paralizante. No lo fue así para Albert Camus. De hecho, acabó convirtiéndose en todo lo contrario, en acicate para su pulsión creativa. En torno a esa idea, la del absurdo de la existencia, el novelista, periodista y dramaturgo dio forma a toda una tanda de obras: la novela corta El extranjero, el ensayo El mito de Sísifo y las obras teatrales El malentendido y Calígula. Es esta última la que nos trae al caso: hasta el 28 de este mes, la función está siendo representada en el Teatro Fernán Gómez de Madrid, con Javier Collado Goyanes como protagonista y bajo la batuta de Joaquín Vida.
Tras un periodo de gestión política sin grandes incidentes, muere la hermana y amante de Calígula, Drusila. Es entonces cuando comienza en el fuero interior del emperador una profunda transformación psicológica. Y donde arranca la función. Consciente ahora de que “los hombres mueren y no son felices”, el César emprende la ruta hacia el desquicio. Dispuesto a tensar los límites de la libertad, comienza a llevar todas las ideas hacia el extremo de su lógica: si el tesoro público es lo más importante, como le dicen sus consejeros, entonces la vida humana queda relegada a un segundo plano. Si solo podemos tener certeza de la tragedia, entonces extendámosla hasta hacerla inconmensurable. Aspiremos a lo imposible, a conseguir la luna. Y si la muerte es el fin de todos los hombres, sea la suya propia consciente y buscada.
A diferencia de otras representaciones anteriores –el texto fue escrito en 1937 y la primera representación tuvo lugar en París en 1945, aunque hasta 1957 el autor anduvo retocándolo-, en esta versión de Vida se presenta el libreto al completo. “Es media página lo que se suprimía, lo referente a la lucha de clases, el levantamiento de la clase oprimida, y eso es lo que hemos respetado”, explica el director, que señala que ese fragmento “se suprimió para escamotear el pensamiento del autor”. La intención del francoargelino, como apunta Vida, se dirigía hacia dos vertientes: lo filosófico y lo político. O, lo que es lo mismo, lo trascendente y lo mundano. “A mí me apetecía más subrayar este último aspecto, porque tiene mucha enjundia”.
Incrustado en su propio tiempo, la convulsa primera mitad del siglo XX, el pensamiento de Camus (Mondovi, Argelia, 1913 - Villeblevin, Francia, 1960) no podía escapar de los grandes temas que surcaban el espacio de aquella porción de la historia: los totalitarismos, el valor de la vida, el suicidio… “Todo se había venido abajo”, agrega Vida, que estrenó la obra –por la que regresó a la escena tras haberse retirado- hace dos años en Toledo. “Se había perdido la fe en dios y la fe en la ciencia. En el siglo XX se demuestra con las guerras mundiales aquello que decía Goya de que El sueño de la razón produce monstruos, porque la razón y el conocimiento engendraron monstruos como Hitler o como Hiroshima y Nagasaki”.
Estela situada en las ruinas romanas de Tipaza, cerca de Argel, en memoria de Camus, que reza: Comprendo aquí eso que llamamos gloria, el derecho a amar sin medida, una frase extraida del ensayo Bodas.
Que las cuestiones, las dudas, las sugerencias y las afirmaciones que emanan de Calígula se presentaran en formato teatral, tiene que ver con la temprana pasión que Camus desarrolló por esta forma de arte y su capacidad comunicativa, llegando a ser actor ocasional. De hecho, afirmó incluso el autor de La peste que solo existían dos lugares en el mundo donde podía sentirse feliz: un campo de fútbol y una sala de teatro. Y aunque solo escribió cuatro piezas dramáticas –Calígula, El estado de sitio, El malentendido y Los justos, esta última próximamente sobre las tablas, a partir del 1 de octubre en el Matadero de Madrid-, en ellas profundizó en los grandes temas que definieron toda su labor intelectual: la libertad, el absurdo, la desesperanza, el poder, la violencia…
Que todas esas ideas siguen -y seguirán por imperecederas- de plena actualidad, merece poca más explicación. Pero puestos a buscar paralelismos, encontramos una noción en Calígula que no se corresponde con este tiempo. Llevando su razonamiento al límite, el emperador comprende que el destino de todo hombre, él incluido, no es otro que la muerte. Por eso, frente a defenderse de aquellos que conjuran contra él, decide darles rienda suelta para que acaben con su vida, en un suicidio dramáticamente sublime. Imaginar no ya eso, sino una simple dimisión en nuestro país, parece cosa de locos, mucho más de lo que pudiera haber estado Calígula, a quien Vida defiende, por el contrario, como “un hombre muy inteligente”. “Y no se tiene esa inteligencia de Calígula como para hacer eso”, concede el director. “Aquí, todo se supedita a la economía y a cuadrar el presupuesto”.