Detrás de la tramoya
El efecto pasajero de un cierre de filas
Cuando una sociedad recibe un fuerte golpe inesperado procedente de un agente externo –un atentado terrorista, una agresión de otro país, un desastre natural…– aumenta de manera inmediata la aprobación del líder de esa sociedad. La comunidad afectada cierra filas en torno a su líder.
Tras los atentados del 11 de septiembre, Bush aumentó en 35 puntos su nivel de aprobación, motivo por el cual –sin excluir otros– el presidente más inepto de la historia reciente trató de mantener su “guerra contra el terror” tanto tiempo como fue posible. Con los atentados de Londres, a Blair le pasó lo mismo, aunque el aumento fuera más discreto. La presidenta Kirchner se benefició de un espectacular aumento en su nivel de aprobación cuando murió su esposo Néstor. También Piñera, el presidente chileno, cuando los 33 mineros quedaron encerrados en la Mina San José.
El último líder mundial que ha visto aumentar su nivel de aprobación por un efecto de cierre de filas (los anglosajones lo llaman rally 'round the flag), ha sido Hollande. Antes del ataque a la redacción de Charlie Hebdo, Hollande tenía un famélico 19 por ciento, y compartía con Rajoy (que ahora está un poco más alto, en un 23%) y con el portugués Passos Coelho, los últimos puestos de la tabla mundial de valoración de líderes (aquí la tabla).
El atentado hizo subir al presidente francés 21 puntos, hasta el 40 por ciento. Para poner las cifras en perspectiva, los líderes más valorados por su país en este momento son Danilo Medina de República Dominicana, Putin y Evo Morales, con 80 por ciento de aprobación o más. En los sesentaytantos están Merkel o Correa, y en los 40 están Obama, Cameron, Bachelet o Renzi. Maduro se ha hundido y está incluso peor que Rajoy.
Pero como a todos los demás, aunque a distinto ritmo, el efecto de rally o de cierre de filas no le duró mucho a Hollande. El patriotismo sobrevenido que parece alimentar el apoyo añadido a los líderes en casos de amenaza exterior, se disipa progresiva e inexorablemente.
La curva de aprobación de Bush junior es una pendiente hacia abajo desde la cumbre de los ataques de las Torres Gemelas hasta la salida de la Casa Blanca. Todos y cada uno de esos líderes beneficiados temporalmente por el favor del público asustado, sufren el abandono también lento pero cierto de su pueblo cuando vuelve la calma. La normalidad trae a la opinión pública de nuevo el desafecto por los líderes. Hollande ya camina cuesta abajo hacia sus penosos índices previos al atentado. Hoy está en un 34.
La semana que viene se celebra un nuevo aniversario del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Cuando se explica el efecto del cierre de filas, mucha gente se pregunta por qué no le sucedió algo parecido a Aznar en aquella ocasión, y por qué, por el contrario, el PP perdió aquellas elecciones cuando parecía que las ganaría.
En realidad, las encuestas del PSOE y las encuestas del PP detectaron el cierre de filas justo después del atentado. Aumentó la intención de voto al PP, y también, por cierto, la del PSOE. La gente en ese momento no reaccionó contra el Gobierno, sino que se puso de su lado.
Aznar, sin embargo, decidió hacer todo lo contrario de lo que marcan los “manuales”. Se empeñó en mantener la hipótesis de ETA retardando la publicación de las pesquisas policiales y forzando los hechos; decidió ir solo en la gestión de las emociones del público; y, en una afrenta a principios esenciales de la comunicación de crisis, reaccionó miedoso y perdedor ante las protestas públicas en las calles y ante las sedes del PP por las maniobras de ocultación o de despiste.
Dice el manual, en efecto, que en una situación de crisis, el líder o la líder estarán en el lugar, unificarán al país frente a sus “enemigos”, apelarán a la fuerza del pueblo para superar las dificultades, consolarán a las víctimas y jamás se enfrentarán a su pueblo en ese momento de angustia. Exactamente lo contrario de lo que hizo el PP. El resultado fue que el potencial efecto de rally se convirtió por arte de Aznar y Arriola, en un desastroso efecto de indignación popular.
Esta misma semana hemos visto lo que le cuesta al PP entender esos efectos repentinos en la opinión pública. Con buena parte del norte de España anegada por la crecida del Ebro, Rajoy tarda más de una semana en ir a la zona. Y lo hace –según se nos anuncia hoy jueves– visitando la ciudad de Zaragoza, lejos del barro, de las casas destruidas y las cosechas malogradas. No aprenden.