Literatura
Una biografía que simboliza la Alemania del siglo XX
No por casualidad Günter Grass escribió en 1999 un libro titulado Mi siglo, donde recoge, año tras año, su biografía individual y la historia de Alemania en el siglo XX, su trayectoria personal y los avatares colectivos de su país, los logros y las tragedias, las conquistas sociales y el genocidio del Holocausto, la vida cotidiana y los acontecimientos políticos y económicos que marcaron esa centuria. Pocas veces un libro consigue trascender las anécdotas para convertirlas en categorías. Mi siglo es, sin duda, uno de ellos. Así las cosas, Günter Grass ha sido un símbolo de toda Alemania, de sus grandezas y de sus miserias, de sus enormes contradicciones. Pero este carácter representativo de todo un país no sólo lo había alcanzado Grass por su brillante carrera literaria, culminada con el Premio Nobel de Literatura; o por su compromiso político con las causas progresistas; o por su ejercicio de conciencia crítica insobornable en una Alemania marcada por revoluciones comunistas, dos guerras mundiales, crímenes del nazismo contra la Humanidad, divisiones, reunificaciones… Más allá de todo eso, como una proyección, la obra del escritor fallecido en Lübeck a los 87 años encarna (en el sentido literal del verbo) una historia colectiva y universal. Quizá esa condición de universalidad, de una literatura que puede ser leída en todo tiempo y lugar, haya convertido al autor de El tambor de hojalata en uno de los grandes de las letras alemanas y lo haya situado en una altura comparable a la de Thomas Mann, Hermann Hesse o Heinrich Böll, por citar sólo a autores del siglo XX.
Muere Günter Grass
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No fue tampoco un gesto gratuito que Grass dedicara el Premio Nobel de Literatura, que le fue concedido en 1999, a Heinrich Böll, aquel católico honesto que escribió en la posguerra una novela magistral sobre la integridad moral titulada Opiniones de un payaso. Ambos representaron la conciencia crítica y democrática alemana durante la segunda mitad del siglo XX, ambos recibieron la distinción más prestigiosa que puede otorgarse a un escritor y los dos fueron autores que han situado la Historia con mayúsculas como telón de fondo de las andanzas de los personajes de sus novelas. De mirada apacible y tímida, oculto siempre tras sus gafas y un poblado mostacho, grande como un oso, Grass realizaba las siguientes declaraciones, tan ilustrativas de su vida y de su literatura, al recoger el Premio Príncipe de Asturias de las Letras que le fue concedido también en 1999: “Todos somos víctimas de la Historia, aunque a veces queramos olvidar este hecho. En Alemania sabemos muy bien que la Historia siempre influye en todos nosotros. Ustedes, los españoles, también han visto aparecer tendencias que apuntaban al olvido de los tiempos de Franco. Pero resulta un error ignorar la Historia porque siempre acaba por atraparnos”. De hecho, la Academia Sueca destacó en el autor de Mi siglo “su forma de recrear el rostro olvidado de la Historia”.
Günter Grass nació en 1927 en la entonces ciudad alemana de Danzig, hoy polaca con el nombre de Gdansk, y ha fallecido en Lübeck, en otra de las orillas del Báltico, un mar que ha visto reflejadas en sus aguas muchas vicisitudes que definieron la biografía del Nobel. Hijo de unos bodegueros, su padre era protestante alemán y su madre, católica de origen polaco; reclutado para el Ejército alemán y para las SS con 17 años en un polémico episodio que desveló en su autobiografía Pelando la cebolla; prisionero de guerra, más tarde, de los norteamericanos en Baviera; estudiante de diseño gráfico y escultura en Düsseldorf en la década de los cincuenta; residente en París durante unos años; a Günter Grass le llegó la consagración literaria con El tambor de hojalata, una novela que fue traducida a multitud de idiomas y llevada al cine donde se plasman las actitudes de los alemanes durante el ascenso del nazismoEl tambor de hojalata. A partir de aquel éxito, Grass ya pudo dedicarse en cuerpo y alma tanto a la literatura, como al dibujo y al grabado, una afición que utilizó incluso en ocasiones para ilustrar algunos libros. Pero el paralelismo entre su biografía y la historia general de Alemania y, por extensión, de Europa entera no se detiene con su carrera literaria, sino que se acrecienta todavía más porque el escritor liga, una y otra vez, los lazos que unen a los individuos con la sociedad. De este modo a El tambor de hojalata siguieron El gato y el ratón y Años de perro (que formaron la llamada Trilogía de Danzig), en los años sesenta; El rodaballo (1979) y La ratesa (1986) para alcanzar la madurez de su obra en los años noventa con tres frisos memorables sobre Alemania. Es cuento largo, Mi siglo y A paso de cangrejo. No obstante, la obra de Grass no se limita a la narrativa porque abarca la poesía, el teatro y el ensayo que muestran a uno de los Premios Nobel más versátiles y más vitalistas de las últimas décadas. Fumador y amante de la buena mesa, seductor con las mujeres (tuvo hijos con varias de sus parejas), excelente conversador y lector insaciable, el escritor manifestó hace algo más de un año que ya no escribiría más novelas porque veía cercano su final.
Grass predicó con el ejemplo al asumir el papel de un intelectual de la vieja escuela, preocupado por la política y volcado en un compromiso con la sociedad. No dejó nunca de publicar, por tanto, artículos en los periódicos más prestigiosos sobre temas de actualidad; ni de pronunciar conferencias y charlas; ni de intervenir en los problemas sociales, como la inmigración o los derechos de las minorías; ni de desgarrar su pasado y el de sus compatriotas durante el nazismo, ni de criticar al socialismo democrático, en el que militó en las filas del SPD; ni de oponerse tanto a la dictadura de la antigua RDA como a una reunificación precipitada de Alemania. Fue siempre Günter Grass -de quien Alfaguara ha publicado toda su bibliografía en castellano- un disidente controvertido y siempre polémico, pero sincero hasta la médula, un intelectual que nadó a contracorriente, lejos de los tópicos y los lugares comunes, de lo políticamente correcto. Fue un luchador, en suma. En una entrevista con el autor de estas líneas, poco después de recoger el Premio Nobel de Literatura, Günter Grass ofreció un detalle íntimo de su forma de entender el mundo. “Tengo dos aguafuertes de Goya en la pared de enfrente de mi mesa. Por tanto, Goya es la imagen en la que me fijo cuando escribo. Y Goya se enfrentó a la realidad siempre de una forma luchadora”.