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Escultura en el Cementerio de Monjuich, uno de los escenarios de 'El secreto de Vesalio'.

Ambas transcurren en la España del pasado, una la Valencia de finales del siglo XV y la otra, en la Barcelona de las postrimerías del XIX. Son igualmente novelas negras, historias de aventuras plagadas de intrigas y sobresaltos. Y las dos coinciden en tomar como trasfondo de sus tramas la medicina, esa que hoy volvemos a no dar por sentado y que, en aquellos tiempos aún se encontraba a años luz de lo que hoy todos conocemos. Son historias de galenos después (y por encima de) de Galeno que, por lo demás, también tienen en común una voluntad: la de entretener y, si el lector se deja, hacer aprender. Dos súperventas en potencia: La llama de la sabiduría y El secreto de Vesalio.

En un hospital valenciano

En La llama de la sabiduría (Grijalbo), Juan Francisco Ferrándiz ha echado la mirada atrás a su propia ciudad, la Valencia de 1486. Aunque en realidad, asegura, la inspiración para llegar a su historia le llegó “por causalidad”, y encima cuando estaba de visita en Madrid. “Vi la exposición Heroínas, en el Thyssen, y me quedé fascinado”, recuerda. “Había diosas, santas, amazonas… todas mujeres con una historia detrás. Aquello me hizo empezar a buscar biografías, y de ahí pasé a la filosofía hasta hacer un descubrimiento revelador, que creo que es el mayor enigma de la sociedad occidental: si el aspecto femenino es tan importante, ¿cómo hemos llegado a la pregunta absurda de si tienen alma las mujeres?”.

Efectivamente, en la época que él describe, el debate de género se encontraba en aquella tesitura heredada de tiempos anteriores, incluida la sofisticada Antigüedad Clásica. “Sócrates se declaraba discípulo de una sacerdotisa y era admirador de Aspasia, que era una creadora de opinión. Sin embargo, a Platón por ejemplo aquello no le gustaba nada”. Putas, seres casi animales, entes diabólicos. Todo eso y más tenían que aguantar las mujeres medievales, un tiempo que precisamente marcó el comienzo del dilatado debate europeo que buscaba demostrar empíricamente la inferioridad femenina, llamado la Querella de las mujeres, y en el que participaron algunos de los personajes que pueblan la novela de Ferrándiz, como la religiosa sor Isabel de Villena, que planteó una magistral defensa de su sexo.

Resulta clave ese contexto para entender la trama del libro, que gira en torno a una chica, Irene, que quiere hacerse cargo del hospital de su recién fallecido padre, un edificio que realmente llegó a existir en el barrio del Carmen. “Ahora las calles están reformadas, pero pasear por allí sigue teniendo un encanto”, apunta el escritor, que es también abogado y autor del bestseller Las horas oscuras. Su protagonista, explica, se enfrenta en las páginas a una triple dificultad: La de “ser una mujer joven que quiere heredar el hospital con todo el mundo en contra; la de descubrir quién era su madre; y la de averiguar por qué han ocurrido unas muertes” que se empiezan a multiplicar en Valencia y que, aunque aparentan ser casuales, “puede que no lo sean”.

A la ficción de su thriller, se suman cantidades de datos verdaderos, desde la mayor parte de los personajes que desfilan por él —con la salvedad de los principales protagonistas— al funcionamiento de un hospital de la época y los usos de la medicina, con figuras como Peregrina Navarro, “una de las pocas mujeres que poseían licencia real para ejercer la medicina en toda la Corona de Aragón”. Ungüentos hechos a base de jugo de cebolla para curar heridas o partos con cesárea hechos a escondidas por la prohibición de abrir el cuerpo bajo pena de una eternidad en el infierno aparecen detallados fruto de horas y horas de documentación, mucha procedente de tesis doctorales. 

Una Barcelona en claroscuro

También valenciano, Jordi Llobregat se ha transportado a la Barcelona de 1888, un momento de luces y sombras para una ciudad que, justo entonces, colocaba su primer alumbrado público en las calles, restando peligrosidad a unas noches oscuras en muchos sentidos donde la vida valía lo que uno llevara puesto. En aquel año se celebraba la primera Exposición universal española, y en aquel año tuvo allí lugar el I Congreso Internacional de espiritismo. La fe y la ciencia se enfrentaban así en el mismo espacio en una época especialmente “importante para la medicina, con descubrimientos como los paliativos del dolor, la cirugía…”, como explica el autor, codirector del recién clausurado Festival Valencia Negra, que firma con este El secreto de Vesalio (Destino) su primera novela, cuyos derechos de traducción han sido vendidos ya a 18 países, una "sorpresa y alegría" para el autor.

Investigando sobre estas cuestiones, “me encuentro con (Andrés) Vesalio, que trabajaba para Felipe II (en el siglo XVI) y fue expulsado por el Santo Oficio del Tribunal de la Inquisición por diseccionar a un hombre vivo, por lo que le condenaron a morir en la hoguera”. Anatomista fundamental para el desarrollo de la medicina, Vesalio —quien recibió una conmutación real de su pena pero acabó muriendo “en extrañas circunstancias”— dejó publicada su obra en siete volúmenes bajo el título de De humanis corpore fabrica (Sobre la estructura del cuerpo humano). La posible existencia de un octavo tomo aprieta el nudo de la trama de la novela, que arranca con la desaparición (y posterior hallazgo macabro) de varias jóvenes al caer la noche.

Reducida al transcurso de unas pocas semanas, la historia se mueve por el impulso de Daniel Amat, un joven profesor de Oxford que regresa a su Barcelona natal cuando aparece un nuevo cadáver, esta vez no de una muchacha de baja alcurnia, sino de un importante médico que era también su padre. En paralelo a él investigan el caso un estudiante de medicina y discípulo del difunto, Pau Gilbert, y un avezado periodista barcelonés, Bernat Fleixa, cuyas andanzas ilustran también las maneras del oficio en el siglo XIX que, simplemente, era “otro periodismo”. “Fue un momento de esplendor” para la profesión, abunda el escritor. “En ese momento, los diarios y magazines eran el único medio de información. Por eso, aunque hoy en día el periodismo está denostado, a mí me hacía gracia plasmar un periodismo apasionado, porque creo que es como sería entonces”.

En aquel mismo 1888 en el que Jack el Destripador hacía de las suyas, Barcelona no le iba a Londres a la zaga en lo que a abundancia de truculentos sucesos se refiere. Entendida como un personaje más de la narración, la urbe que describe Llobregat daba entonces “sus primeros pasos hacia la modernización”, con las puertas cada vez más abiertas a Europa. “Me interesaba mostrar lugares de la ciudad que ya no existen, como por ejemplo el Sanatorio de Belén, que hoy es Cosmocaixa”, explica el escritor, que define aquella época como “fascinante” y plena de “contrastes”. “La gente debía de pensar que las máquinas de la Exposición Universal eran mágicas”, reflexiona. “Había una diferente comprensión de la realidad: era un momento de asombro que, en parte, es una pena que no mantengamos”.

El escritor Jordi Llobregat.

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